Jorge Alberto Gudiño Hernández
12/11/2023 - 12:02 am
Lo bello y lo bueno
Se me ocurre que una de las explicaciones que validen una intención de voto a partir de esas consideraciones tiene que ver con la pérdida de la esperanza. Como en muchos países, a nosotros nos ha ido mal con unos y otros. No importan partidos ni colores.
“Mi mamá votó por Peña Nieto, por guapo, y yo voy a votar por Samuel, por guapo”.
La frase fue la conclusión de una alumna cuando le preguntaron las razones por las que iba a votar por el posible candidato regiomontano. Habló de su esposa, de que es influencer, de los videos en diferentes redes sociales, de que hacen bonita pareja y demás. Remató, pues, con la frase de marras.
En el salón estábamos cerca de veinte personas. La clase ya había terminado y casi nadie le dijo nada. Fue lo primero que me llamó la atención. Hace algunos años, una frase similar, habría despertado las pasiones de varios de los alumnos en turno. Ahora apenas hubo una réplica sin demasiada pasión.
Pese a ello, también llegó un argumento. Un compañero le hizo ver lo absurdo que sería votar por alguien para la presidencia de la República sólo por ciertos atributos físicos, sin considerar otras cosas más relevantes. Además, concluyó, en 2024 será la primera vez que vote. No puede desperdiciar su voto por razones estéticas.
La chica asentía frente al argumento. El desparpajo inicial se había transformado en seriedad. Replicó sin pensarlo demasiado: a decir de ella, sin profundizar demasiado, hemos tenido presidentes con doctorado, con maestrías, con licenciaturas, con estudios en el extranjero, con formación de diversos niveles, con experiencia tanto política como empresarial, con mayor o menor grado de cultura y siempre, siempre, nos ha ido muy mal. ¿Por qué no pensar, ahora, que al menos vale la pena tener a alguien guapo? No es un asunto de que sean o no competentes; siempre acaban siendo malos gobernantes.
El chico se quedó callado, asintiendo con la cabeza. A esas alturas, ya se habían involucrado más alumnos. Varios de ellos, parecían convencidos. Una, incluso, dijo que bien podría haber otros más guapos, que si ése era el parámetro, buscáramos mejor actores y no políticos. En una de ésas, nos iría mejor.
Al margen de que el argumento puede tener algo de convincente y mucho de tramposo, lo que más me sorprendió de ese diálogo que terminó de forma abrupta pues había otra clase, fue lo fácil que resultó sumar a la causa a los otros universitarios. Todos votarán por primera vez el año próximo. Todos lo harán por quien pueda convencerlos y, en esas elecciones más que en ningunas anteriores, lo mediático contará mucho.
Se me ocurre que una de las explicaciones que validen una intención de voto a partir de esas consideraciones tiene que ver con la pérdida de la esperanza. Como en muchos países, a nosotros nos ha ido mal con unos y otros. No importan partidos ni colores; ideologías ni causas; programas o discursos. Hay una suerte de resignación en esos chicos universitarios (que están en la edad y en el contexto en donde menos puede resignarse uno), que es más aterradora aún que el voto por el bello antes que por el bueno. Incluso si (debo concederlo) no parezca haber buenos a la vista.
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