Óscar de la Borbolla
09/10/2023 - 12:03 am
Estamos mal hechos
"Qué absurdo o qué equivocado es que espontáneamente las personas seamos así, pues la vida que podría resultar más confortable se torna oscura, precisamente, por este dispositivo de quedarnos fijados en lo malo y darle de inmediato la vuelta a la página de lo bueno".
Durante mucho tiempo he constatado un comportamiento absurdo en la mayoría de las personas, me atrevería a afirmar que en todas y más aún, siempre: en el ánimo perduran por más tiempo las experiencias negativas que las positivas. Un fracaso, una pérdida se mantiene de modo casi imborrable a lo largo de los años o incluso de la vida y, en cambio, un éxito, un acontecimiento afortunado se asimila, se disfruta; pero, muy pronto, se disuelve en la mecánica de los hábitos, y su brillo se opaca en mitad del tráfico de los ires y venires cotidianos.
Qué absurdo o qué equivocado es que espontáneamente las personas seamos así, pues la vida que podría resultar más confortable se torna oscura, precisamente, por este dispositivo de quedarnos fijados en lo malo y darle de inmediato la vuelta a la página de lo bueno. Este comportamiento es tan erróneo como lo es nuestra captación subjetiva del tiempo que, como es bien sabido, corre muy veloz en la dicha y se estanca en el aburrimiento. Hasta parecería que estamos hechos para pasárnosla mal.
¿Quien no quisiera que los minutos del placer se alargaran hasta que los sintiéramos eternos, y los minutos del fastidio no duraran nada?; pero ocurre exactamente lo contrario: somos capaces de rumiar, hasta que aseda, el rencor por la traición de un amigo, mientras que la ayuda de alguien, su apoyo oportuno, su respaldo solidario lo agradecemos y en seguida pasamos a olvidarlo.
Nuestra capacidad para obviar lo bueno y quedarnos estancados en la desgracia muestra sin remedio que estamos mal hechos, que la condición humana se diseñó para autodañarnos. ¿Será que evolutivamente, para sobrevivir como especie, resulta benéfico afianzarnos a lo que nos duele, no dejar que se vaya, que nuestra memoria se obsesione con la derrota, el fracaso, la pérdida, pues estas nos levantan la guardia? ¿Será que lo que nos sale bien y nos complace tiene nula importancia para proseguir como especie, y por ello de inmediato se nos escapa, se nos va del radar de la conciencia?
Qué rápido se acostumbra uno a un auto, a una casa, a un buen empleo: a todo aquello por lo que uno se esmera durante mucho tiempo y, en cuanto lo consigue… sencillamente ya está ahí. Ahí en lo consabido, en lo que se da por descontado, en lo que uno tiene. Somos incapaces de alegrarnos larga, interminablemente y, en cambio, la casa que no pudo adquirirse, el empleo que no se pudo conseguir perduran como disgusto por meses. Algo está mal en nuestra naturaleza. Ya lo decía Neruda: "es muy corto el amor y es muy largo el olvido", y habría que agregar que es más largo el odio, pues el amor pasa y el olvido se olvida; no así el odio que, en ocasiones, solo termina con la muerte.
El rencor y el odio, los fracasos, las pérdidas, la traición, las derrotas se instalan con mayor permanencia en la vida, se quedan fijas en nuestra atención. La alegría, el gusto, la satisfacción, la victoria que son, sin duda, emociones intensas, suelen deslavarse al día siguiente. Frente a este panorama solo se me ocurren dos respuestas: estamos mal hecho o somos imbéciles.
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