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Diego Petersen Farah

06/10/2023 - 12:03 am

La reinvención de lo inventado

Solemos decir que la próxima Presidenta tendrá sobre sus hombros una gran carga, aunque no distinta a la que tuvo su antecesor, y el antecesor del antecesor.

El Presidente Andrés Manuel López Obrador en conferencia.
«López Obrador se planteó una revolución pacífica, una Cuarta Transformación». Foto: Galo Cañas, Cuartoscuro

Cada proceso electoral pareciera que el país debe resurgir de sus cenizas. Cada elección presidencial escuchamos que el país está peor que nunca y que la elección es la madre de todas las batallas. Sí, como dicen los entrenadores, hay que jugar cada partido como si fuera una final, y en efecto para el candidato en turno es una final en la que se juega todo o nada. Sin embargo, los tiempos del país y de los ciudadanos corren por otras vías en las que las transformaciones son más lentas, más profundas y si me apuran, más importantes.

Solemos decir que la próxima Presidenta tendrá sobre sus hombros una gran carga, aunque no distinta a la que tuvo su antecesor, y el antecesor del antecesor. Cada uno debió responder a los problemas de su tiempo y a las expectativas de sus electores. En los hombros de Fox estaba ser el Presidente de la transición. Él prometió sacar al PRI de los Pinos; lo consiguió el primer día y después no supo qué más hacer. Calderón ofreció ser el Presidente del empleo, pero la crisis de seguridad y la económica lo llevaron a ser el Presidente de la Guerra al Narco; Peña Nieto se planteó ser el Presidente de la modernización y la concertación, el creador de las reformas de segunda generación. Logró el Pacto por México y luego la realidad lo devoró y lo deglutió. López Obrador se planteó una revolución pacífica, una Cuarta Transformación. La mayor parte de ella sólo existe en el imaginario «mañanero» y su subsistencia depende más de su sucesora que dé sus resultados.

Mientras la política y los políticos juegan a la madre de todas las batallas, el futuro de los mexicanos, el de cada uno de nosotros, depende de retos que van mucho más allá de quién porte la banda presidencial: la construcción de la paz y la reducción de la desigualdad no son batallas de un sexenio.

El crecimiento económico tiene sentido sí y sólo sí somos capaces que esa generación de riqueza se traduzca en una mejor sociedad: más bienestar para más personas. No es que el crecimiento no importe (la economía que no crece se autodestruye), sino que el crecimiento es el medio para una mejor sociedad, no el fin en sí mismo. 

La construcción de la paz deseada va mucho más allá de un sexenio. Eso no quiere decir que el Presidente actual o la Presidenta futura no tengan responsabilidad en ello, sino que, para bien y para mal, los trasciende. Dicho de otra manera. Las políticas públicas en materia de seguridad y justicia importan mucho, pero cambian poco en el corto plazo. Por el contrario, lo que dejen de hacer nos retrasa si no es que empeora. Un cambio en la cultura de legalidad es un viraje lento y complejo que depende más de los tripulantes que del timonel.

Las campañas electorales son la reinvención de lo inventado. Construir el país que queremos es la lenta y tortuosa construcción de lo posible.

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