Jaime García Chávez
02/10/2023 - 12:01 am
La democracia alienada
"Hoy existe un partido ciertamente hegemónico que aspira a expandirse como hongo atómico y parece tener el control del proceso para trascender, no sin descalabros, a la sucesión en 2024".
En la superficie de la vida política nacional ocupa un lugar preeminente el tema del poder, sus enroques, sus traiciones, las lealtades de último momento, pero lo que a mi juicio es esencial se deja de lado, que es el fondo ineludible de observancia si queremos salir de una crisis en la que el porvenir de nuestra precaria democracia está en juego.
No hay, ni puede haber, una democracia fuerte sin un sistema de partidos políticos consolidado. Entiendo que los clásicos de este tema abordaron una realidad muy distinta a la que tenemos ahora en la era digital, de las redes sociales, del internet y de la inteligencia artificial. Pero eso no significa que la hondura de sus análisis tenga que ser soslayada u olvidada.
Se ha dicho con insistencia que el año 2018, con el triunfo contundente de López Obrador, que contó con la posibilidad de un gobierno unificado al Poder Legislativo por la mayoría calificada que obtuvo, y que no se veía desde 1997, colapsaron los partidos de la transición, que jugaron un rol importante a partir de los 90 hasta el triunfo de MORENA en aquel año.
Es un juicio que hay que relativizar, si con él se da a entender que MORENA está al margen de ese desastre de los partidos, lo que muchas veces se quiere tapar, mostrando su poder de convocatoria, apalancado en el liderazgo presidencial y el poder que representa la administración pública federal, con sus inmensos recursos financieros. A esto habría que sumarle que en casos de emergencia acude el poder de la Fiscalía para recordar que hay causas y expedientes que se pueden actualizar.
Hoy existe un partido ciertamente hegemónico que aspira a expandirse como hongo atómico y parece tener el control del proceso para trascender, no sin descalabros, a la sucesión en 2024. Pero, ¿cuáles son las contribuciones de MORENA para la consolidación democrática? Sostengo que son escasas, si es que las hay.
Ha empleado la historia como el opio del pueblo, aunque la concatenación de transformaciones sea más imaginaria que real, y al menos se pueden enumerar algunos indicadores, que nos hablan claro de que en este partido lo que interesa casi en exclusividad es el poder, que afirman arrogantes ya obtuvieron, y cómo continuarlo por un ciclo largo. Gritan “amor con amor se paga”, usando la canción vernácula, pero no recomiendan “andar con tiento”.
Enumeraré alguno de estos indicadores, sin pretender agotarlos. En primer lugar está el desprecio por el derecho, ya que las campañas actuales se realizan de facto y se revisten de falacias y mentiras tan obvias que permiten detectar, inmediatamente, lo que es el pernicioso fraude a la ley.
Hoy basta que la señora Claudia Sheinbaum se adose el nombre de “coordinadora de los Comités de Defensa de la Cuarta Transformación” para pretender despojarla de su carácter real de candidata presidencial, y así recorrer el país, prácticamente desde ahora hasta el día de las elecciones en 2024. Siempre he sostenido que el que defrauda durante la campaña va a defraudar después como gobernante.
No significa esto que se tenga que admitir el derecho como está en las leyes, sino de reconocer que mientras estén las leyes, hay que acatarlas, y en todo caso promover su reforma.
Paso a otro indicador, que lo formulo con una pregunta: ¿qué derechos tienen los miembros del invertebrado partido MORENA? No pueden designar a sus candidatos porque esa decisión únicamente la dejan a una encuesta, cuya realización y calificación queda en manos de unos cuantos, cuando no de uno solo. Si alguien ingresa a MORENA porque quiere deliberar los problemas del país, discutirlos rigurosamente, formular su sentir, entra por una puerta equivocada, porque cuando se designa a los candidatos, este no tiene el más mínimo de los derechos ni la garantía para reclamar su vigencia. La democracia requiere que los partidos no lo sean de Estado o de gobierno, y una dosis indispensable de neutralidad de la administración pública establecida nunca viene mal.
Así, se puede llegar a la conclusión de que un partido político de esta índole, basta que tenga un cenáculo de dirigentes y el dinero suficiente para ordenar encuestas y dictar el resultado inapelable. Claro que aquí no hay partido, hay poder y fuerza que no facilita la ecuación democrática.
Otra de las fórmulas es repartir candidaturas valiéndose de una tómbola, y que sea el azar el que decida, aunque, bien miradas las cosas, luego se puede concluir que hubo “dados cargados”, evidentes cuando ya se depura la nómina de quienes llegaron al congreso o al ayuntamiento. El derecho de los ciudadanos que se adhieren al partido, queda simplemente sujeto a una rifa. Poco importa que se requieran conocedores de finanzas públicas, energía, salud, educación, seguridad. Por esta vía, se llega como en la fábula del burro que tocó la flauta.
Por último hablemos, en el caso concreto, del nombramiento de los dirigentes. En esto simplemente podemos decir que el militante, o el adherente, simple y llanamente carece de todo derecho. Al menos esa ha sido la historia. Hoy los ciudadanos morenistas de la Ciudad de México no pueden decidir la viabilidad al alto cargo a que aspira Omar García Harfuch, o examinar cómo es que la izquierda no ha parido a nadie para encabezar la ciudad que se presume como la más progresista del país.
¿Quién eligió a Mario Delgado?, ¿quién lo bajó de su pretensión de ser jefe de gobierno de la Ciudad de México? Quién lo sabe. O ya sabemos quién.
Que estos derechos y el proceso para aplicarlos redunda en que haya mayorías y minorías, es cierto; pero la democracia educa a las primeras para el triunfo, y a las segundas para reconocer sus yerros y corregirlos. Al final todos ganan.
Reconozco que los modelos de partido que se consagraron a lo largo de las primeras décadas del siglo XX, en especial de la segunda postguerra, entró en crisis por muchos motivos, similares a los que han puesto en jaque a los medios masivos de comunicación, los sindicatos, en fin, a aquel mundo que ya se fue.
Lo que no se ha ido, para desgracia de nuestro país, es lo que Michels (prestigiado o desprestigiado, según se vea) llamó “ley de hierro de la oligarquía”, que vemos en todos y cada uno de los partidos del país, y que de continuar así, nada tienen qué ofrecer a la consolidación democrática.
Tan fuerte es esa ley que a “Alito” Moreno no lo pueden quitar, por más que estorbe. Que Dante Delgado es fundador y líder vitalicio de Movimiento Ciudadano. Que Marko Cortés representa más de lo mismo, aparte de su grisura. Que de los “Chuchos” del PRD, ni qué decir, fueron tan celosos en apoderarse de ese partido, que al final lo convirtieron en un bagazo, seguramente para allanarle el camino a las esposas, concubinas o parientes al congreso o algún cabildo.
Del Verde y del PT habla muy bien la teoría de las franquicias. Aquí la Constitución que establece que los partidos son entes de interés público, no vale. El Verde es un negocio familiar que ha transitado por y PAN y PRI, y ahora es de MORENA. Y en el PT, si fueran congruentes, se raparían al estilo del líder norcoreano Kim Jong-un.
Como quiera que sea y por anticuado que parezca, habemos ciudadanos que queremos pertenecer a un partido en el que tengamos derechos, que decidamos quiénes son nuestros dirigentes y candidatos, con órganos colegiados de representación, con acuerdos fundamentales para trazar planes y programas de gobierno, con congresos, convenciones y elecciones primarias. O sea, todo lo que no tenemos ahora, y que al carecer de los mismos, sólo se anuncia que nuestra democracia está en grave riesgo, a merced de líderes providenciales o personajes con mucha suerte para salir de la tómbola con una curul.
Esa es la obra de López Obrador: la democracia alienada.
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