Jaime García Chávez
25/09/2023 - 12:01 am
El mundo maravilloso y trágico de Zweig
Algunos vieron como insignificante a Hitler, entre ellos Thomas Mann, y ya ven lo que pasó. En el caso de Zweig, perdió su patria, perdió a Europa, fue en busca de un pasaporte que lo hacía ajeno al mundo, porque por su cultura y condición étnica ya le resultaba muy difícil el planeta mismo para vivir.
De un tiempo a esta fecha me ha dado por buscar textos clave de la literatura que me ayuden a comprender la sociedad en transformación, en su devenir, en sus mutaciones más profundas. Lo busco para mi país. Entiendo que la historia, la historia de las ideas, y en general las ciencias sociales dan, a primera vista, mejores pautas, pero son más frías.
Son varios los autores que he leído, de ninguna manera con exuberancia, y lo digo sin actitud presuntuosa. Entre ellos figuran, para mí recientemente, Denis Diderot, Balzac, y, en estos días, Stefan Zweig y su obra El mundo de ayer, memorias de un europeo. Lamentablemente no lo leí en la mejor de las ediciones, por el descuido que detecté en sus páginas; pero aún así, me resultó una lectura fecunda, que es la que quiero comentar ahora de manera breve.
Zweig es uno de los grandes pensadores de fines del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Vienés, ilustrado, de familia judía, estudioso de filosofía, poesía, música, dramaturgia, y en general de todo lo que podamos denominar cultura.
El recorrido que hace Zweig en su mundo de ayer, es más que aleccionador para ver cómo evoluciona y se transforma una sociedad. Su relato parte de la Viena en la que la seguridad y el orden constituían la palanca del imperio autrohúngaro, multinacional, con 50 millones de habitantes y que estaba bajo el tutelaje de la muy antigua Casa de los Habsburgo, que barrió la Primera Guerra Mundial.
No se oculta en la obra que el autor veía desde el balcón que le dio un privilegio económico tan abundante como el dispuesto para él familiarmente, ni tampoco la influencia tan vasta y productiva que tuvo la cultura centro-europea con capital en Viena, que abarca, con grados de excelencia, cimas tan grandes, por sólo señalar dos rubros, como la creación de la música atonal, o el surgimiento mismo del influyente psicoanálisis, que fundó Sigmund Freud. Pero obviamente hay más, mucho más.
Este notable autor de memorables biografías, no tiene reservas cuando declara que “el único momento dichoso, verdaderamente alado, que debo a la escuela, fue el día que sus puertas se cerraron para siempre detrás de mí”. Lo admiro por esto. Significa que la cima a la que llegó se la auto labró con su inteligencia, dedicación y gran oficio. Era de los que pensaba que “la gente joven descubre a sus poetas porque, en realidad, quiere descubrirlos”. Fue así como él se encontró a Blake, entre otros, colocándose bajo la advocación inicial de uno solo, Émile Verhaeren, como reto para su propia formación.
En ese ambiente nos da testimonio de que advirtió cómo la sociedad se desplomaba, pero no porque fuera una crisis circunstancial o de coyuntura, sino porque las sociedades se van socavando, o como lo expresa él mismo, “los techos y las paredes se habían empezado a caer”.
Certero, por una parte, pero genuino, resulta cuando habla de que la vida erótica fuera del matrimonio se cimentaba en la prostitución, que postra a la mujer en una sociedad burguesa, capitalista, donde esa prostitución se instalaba en el “sombrío sótano abovedado" de la hipocresía y la doble moral.
Zweig avizoró la caída que llevó a la Primera Guerra Mundial en plena Belle Époque, y lo hizo recorriendo las principales urbes europeas, como Berlín, París, Londres, sitios donde floreció su pensamiento, el cual se exponía través de su multifacética tarea como intelectual, lo mismo en el periodismo que en el teatro, la poesía o el ensayo histórico.
Esa guerra, como es obvio, lo marcó, y su posguerra de una manera más dramática, porque fue testigo de cómo, de manera sorda, pero pertinaz, fue creciendo el nacionalsocialismo acaudillado por el charlatán Adolfo Hitler. Quizá aquí encuentre lo que yo busco en la literatura: ver cómo en muchas pequeñas cosas el peligro surge por todas lados y no lo notamos.
En esa línea nos dice que “Hitler, poco accesible de por sí a las ideas ajenas, poseía en cambio el instinto de apoderarse de todo lo que podía servir a sus fines personales (…). La técnica del nacionalsocialismo consistió siempre en fundamentar de modo ideológico y pseudomoral sus instintos de poder inconfundiblemente egoístas (…); prestó por fin una apariencia filosófica a su desnuda voluntad de agresión”.
Fue la apuesta por la masificación que ahora, en el mundo contemporáneo, se ha hecho presente, la idea del rebaño y el pastor providencial. De entonces acá, con la quiebra de la democracia en las décadas de los veinte y treintas, empezó a circular peligrosamente la idea de que los pueblos “no saben qué hacer con su libertad y buscan, con impaciencia, el que deba quitársela”.
Algunos vieron como insignificante a Hitler, entre ellos Thomas Mann, y ya ven lo que pasó. En el caso de Zweig, perdió su patria, perdió a Europa, fue en busca de un pasaporte que lo hacía ajeno al mundo, porque por su cultura y condición étnica ya le resultaba muy difícil el planeta mismo para vivir. Y así fue a dar a Brasil, donde un día, sin archivos, sin documentos, sin libros, prácticamente con su pluma en la mano como mínimo instrumento de trabajo, escribió El mundo de ayer, para fatalmente suicidarse.
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