Didí Gutiérrez habló con SinEmbargo sobre su novela La alegría del Padre, la cual narra “la convivencia de una hija con ese hombre al que algunas veces desconoce, con el que muchas otras se ríe y en ocasiones, muy pocas, se molesta”.
Ciudad de México, 17 de septiembre (SinEmbargo).– La escritora y periodista mexicana Didí Gutiérrez expuso que aunque en el imaginario colectivo el padre es “una figura ausente, irresponsable que no protege”, también hay una paternidad que está presente y sobre la cual se ha escrito poco.
“La construcción de ese imaginario ha permeado en la propia realidad, pero también durante este tiempo, por ejemplo, estuve haciendo la investigación, y en efecto, no hay libros de padres presentes, o sea, casi siempre son padres problemáticos, pero también hay padres presentes, en mi caso personal lo hubo”, compartió Gutiérrez.
Didí Gutiérrez acaba de publicar La alegría del Padre (Alfaguara), una novela cuya protagonista Abigaíl, que acaba de cumplir 18 años, se entera de que podría perder a su padre. Este evento desencadenará los recuerdos de su infancia, sus ganas de pertenecer y entender un mundo que le fascina y le intimida, y al que no siempre sabe muy bien cómo acercarse.
Mientras tanto, ella centrará su presente en la relación con su padre, ese hombre al que algunas veces desconoce, con el que muchas otras se ríe y en ocasiones, muy pocas, se molesta.
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—La alegría del Padre tengo entendido que tiene una similitud esta historia con algo por lo que tú pasaste, ¿no sé si me podrías compartir un poco?
—Tuvo un detonante muy personal la escritura de este libro, que no era libro en realidad sino una especie de bitácora o diario que yo hice en 2015 ante la posibilidad de la pérdida de mi padre por el diagnóstico de una enfermedad mortal. No es un libro que empecé posteriormente a su muerte sino que, al contrario, se iba gestando, se iba desarrollando en el periodo de la enfermedad, fue mi acompañamiento, mi relación con él durante esos días en 2015, pero de como empezó en esa en esa época no queda prácticamente nada porque me lo robaron en una computadora.
Entonces de la escritura de esos días sí conserva muchísimo esta novela, ese estado de incertidumbre y de zozobra en el que uno se coloca siempre que recibe un diagnóstico de algo, no necesariamente de una enfermedad sino la posibilidad de algo que puede ocurrir en tu vida y que la va transformar para siempre, entonces esa sensación de no saber dónde ubicarnos, de temer, de atesorar con mucha intensidad, yo creo que eso sí se mantuvo en esta novela cuando ya se convierte en novela, y bueno, el deseo de Abigail y el mío también se conserva desde el principio, de no querer que se muera tu padre.
Eso sí se conserva hasta el día de hoy, incluso en mi propia vida, y nada más, de ahí en fuera todo lo demás es ficción, es total y absolutamente un producto, un ejercicio de mi imaginación como escritora, como artista. Fue ahí cuando me di cuenta de que no siempre lo que es nuestra vida resulta interesante. Lo que yo había hecho, ahora lo veo y digo 'gracias que me lo robaron' porque a lo mejor si hubiera tenido la tentación de convertirlo tal cual en una novela y no habría sido lo que quedó finalmente.
La literatura lo que pretende precisamente es un poco semejarse a la vida, pero no ser la vida, y la vida usualmente es bastante anodina, es ese espacio en donde podemos complejizar un poco más la situación y en efecto, en ese camino cuando ya se convierte en libro, pues mi libro adquiere incluso tonos bastante más livianos. O sea, en medio de todo ese ese dolor y demás, también cupo finalmente, entonces el humor, el amor evidentemente, la tranquilidad, la calma, que no había en un texto autobiográfico.
Uno piensa que por ser autoficción es bastante más apegada a la realidad y más verdadera, pero a veces la ficción nos sirve a los escritores para apegarnos a la realidad porque nos estamos de alguna forma valiendo de nuestros personajes para realmente expresar lo que queremos expresar y a veces en la autoficción, sí cae un poco la autocensura aunque uno no quiera.
—Si bien el tema central es esta relación con el padre, la pérdida, hay una cuestión del miedo al abandono. ¿Es así?
—Claro, totalmente. Yo creo que la novela también, entre todos estos hallazgos que me permitió tener al convertirse en una ficción, es que estos dos personajes están en una búsqueda de su lugar en el mundo y una búsqueda de ese tipo siempre da temor de quiénes son ahora: un padre que dedicó su vida a prácticamente cuidar a una hija ante la ausencia de una madre y entonces esta noticia les va a cambiar totalmente todo lo que tenían más o menos establecido a lo largo de su historia.
Por una parte el padre no va a existir, ya no va a poder cuidar, ya no va a poder ser, o sea, incluso lo vemos a lo largo de la novela, intentando como arañar todavía estás posibilidades de seguir cuidando, de seguir protegiendo, de extender todo su manto de protección hacia la hija, aún cuando ya está está en condiciones no óptimas para ejercer una función de ese tipo; y la hija igual, o sea, está a punto de dejar de ser hija, entonces ambos están, en efecto, buscando el nuevo lugar que van a ocupar en en sus propias vidas, dejar de ser para convertirse en algo más, que al final yo sí creo que es una novela de formación porque es una especie de crecimiento de ella, de la adultez.
Entonces para mí es la relación de padre e hija, pero a partir de ahí se desprenden otras preocupaciones que tienen que ver con, pues es natural que ella sienta temor al abandono puesto que ha sufrido ya alguna falta muy obvia en su vida y sin embargo, es pensar que después de todo, nada es para tanto, la vida va a continuar, o no, para estos personajes, pero pues sí, es algo natural.
—Una cuestión que llama la atención como lector es la figura del padre presente, casi siempre cuando se evoca a la figura paterna es desde el abandono.
—Hay una idea o un imaginario colectivo que ha hecho de la figura paterna, una figura ausente, irresponsable que no protege, al contrario, afecta a los hijos y sí, en efecto, yo creo que existe, hay ficción, y hay mucha producción cultural en torno a una figura así. Qué mejor ejemplo y más clásico en la literatura mexicana que Pedro Páramo. Yo sí creo que un poco la construcción de ese imaginario ha permeado en la propia realidad, pero también durante este tiempo, por ejemplo, estuve haciendo la investigación, y en efecto, no hay libros de padres presentes, o sea, casi siempre son padres problemáticos, pero también hay padres presentes, en mi caso personal lo hubo.
Pienso por qué no podría hablar de algo como mi experiencia propia y que seguramente le resonará, en todo caso, no solo a las personas que también tienen la fortuna de contar con un padre presente sino con personas que no la tuvieron pero de eso se trata también la literatura, de recrear experiencias, imposibles a veces, irreales o poco comunes. ¿Por qué no hacer de este un personaje absolutamente literario? Hoy en día pareciera que la literatura está muy apegada a sólo lo que vemos en los medios, a lo que está ocurriendo, que los medios, las redes sociales han hecho que se vuelva algo muy visible, que todo el tiempo lo tengamos en la mente, a todas horas, pero a mí me parecía que un personaje literario interesante hoy en día, en medio de esta catástrofe que estamos viviendo, pues ser un personaje con un corazón sencillo, con un corazón generoso, con un corazón que con todo y sus deficiencias y sus carencias , pues también pudo dar lo que pudo dar no, y pudo dar lo mejor para otro individuo, que en este caso fue Abigail.