Melvin Cantarell Gamboa
06/09/2023 - 12:05 am
Los izquierdistas más inteligentes que los de derecha
La derecha extrema en su crítica al viejo neoliberalismo ha evolucionado a posiciones intransigentes como las que manifiesta abiertamente el anarcocapitalismo.
Segunda parte
La diferencia entre los conceptos fundamentales manejados a lo largo de este análisis: individuo y sujeto es el siguiente: individuo se refiere a lo que es indivisible e irreductible a una subjetividad o persona; se asocia a autonomía, independencia, libertad y, en política, al ejercicio de un ethos vinculado a rebeldía, insumisión, resistencia y de oposición, y rechazo a la maquinaria que intenta someterlo a una lógica de servidumbre y obediencia.
Individuo deriva su significado del latín indivisibilis, el que no puede ser dividido, sin embargo, en la etapa actual del neoliberalismo el concepto se ha modificado y se confunde con el sujeto de rendimiento, es decir, con aquel que se cree libre sin serlo, pues la sociedad ha subsumido su razón de existir a la economía de mercado y lo concibe como parte de una masa amorfa sin voluntad propia. Desde este punto de vista, todos somos para el sistema neoliberal un sujeto y, por efectos de la ley del mercado, nos hemos constituido en mónadas, un pedazo de materia incapaz de establecer una relación con fines comunes con otra mónada; no pudiendo afirmar más que su propia existencia, las mónadas se realizan en un desmedido interés propio, sin preguntarse por la condición de los otros; este sujeto-mónada está cerrado a toda posibilidad de coincidir o construir una voluntad general. Este tipo de ser humano contemporáneo, es, desde el punto de vista de la minoría dominante, alguien incapaz de soberanía sobre sí mismo, no piensa, sólo espera recibir órdenes de una voluntad externa y obedecer, está, pues, negado ser un individuo.
Otro componente distintivo entre individuo y sujeto se encuentra en la etimología misma de sujeto, la palabra proviene del latín suiectus, amarrado, detenido, persona de la cual no es necesario mencionar el nombre porque siempre está por debajo de algo o de alguien. Asimismo, como sustantivo, sujeto tiene significante y significado; el significante es la imagen mental, la huella psíquica que permite reconocer a una persona por su materialidad y existencia social; significado es la idea a la que se refiere el concepto; en consecuencia, el significante es el que produce el significado y determina las funciones y posiciones que los seres humanos desempeñan en su existencia social y que el sistema les asigna.
El capitalismo en su despliegue histórico-social ha formulado, asignado y promovido al sujeto como el tipo ideal de ser humano que necesita: disciplinado, obediente, sumiso, sometido y simple; debe llenar los requisitos que tan espléndidamente ha enumerado Herbert Marcuse en su libro El hombre unidimensional: iletrado, inculto, codicioso, limitado, arrogante, seguro de sí mismo, dócil, débil con los fuertes, fuerte con los débiles, simple, previsible, fanático, aficionado empedernido a los deportes y estadios, devoto del dinero, sectario de lo irracional, especializado en banalidades, en ideas mezquinas, tonto, bobo, ingenuo, narcisista, egocéntrico, consumista, amoral, carente de memoria, racista cínico, sexista, misógino, conservador, de derecha, fundamentalista y oportunista. Sobre este sujeto, la derecha ejerce su mandato imperioso, al mismo tiempo, lo despolitiza y predispone a la indiferencia hacia lo colectivo, lo comunitario y la solidaridad; es así, que quien cae en esta trampa, elimina de su consciencia los problemas sociales, se enajena de los otros para dejarse guiar por emociones y simpatía hacia determinado sujeto; en política, figura construida ex profeso según las reglas del marketing. Lo consigue cuando el ciudadano renuncia a ser un individuo para convertirse en un sujeto presa de la estupidez dogmática de los formadores de opinión pública al servicio de los grupos de derecha y cree todo lo que dicen.
Además, los agentes de la derecha que alimentan estas ideas fueron previamente adiestrados en el uso muy particular del lenguaje: discursos de carácter sofístico encaminados a desvincular socialmente al individuo de su clase, para inclinarlo a identificarse con la clase dominante a la que han de aceptar como superior porque dice “ser culta, distinguida, virtuosa, representar lo bueno y lo noble” y, atribuir al otro, al que consideran inferior, “lo bajo, lo popular o plebeyo, lo corriente y lo chairo”. De esta manera ocultan también lo que subyace en las relaciones sociales: la lucha de clases.
Desde esta perspectiva, resulta fácil a los partidos de derecha negarle a los “otros”, atributos como inteligencia, racionalidad, reflexión y discernimiento; cancelando de entrada toda posible dialéctica en la competición política: la confrontación de argumentos, proyectos de Nación y planes de solución posibles, pues resulta más sencillo y redituable reducir la competición a improperios e insultos mutuos entre los individuos de izquierda y los sujetos de derecha. Así, la contienda pasa de ser una actividad lúcida para apuntar a lo confuso y caótico.
Lo argumentado hasta aquí confirma que quienes se conciben como sujetos forman parte de grupos humanos a quienes sus líderes, amos, patrones, señores, dueños y jefes les niegan identidad propia para obrar en su nombre. A esto, sumemos una evidencia histórica que nos es cercana en el tiempo: con la implantación del neoliberalismo en México, de Salinas de Gortari a Peña Nieto, pasando por su peor versión durante la docena trágica de Fox y Calderón, la derecha impuso un poder de control enajenante que si no lo detenemos en el presente con toda la fuerza de que es capaz el pueblo de México, la democracia y la política misma desaparecerán para enarbolar una sola y única forma de sociedad fundamentada en la economía de mercado y de esta manera mantener al colectivo social, a la comunidad y la vida entera bajo el imperio del capital o, lo que es igual, a una gobernanza no democrática y triunfará en toda su extensión el homo economicus.
Ante la realidad viviente, la restauración total del neoliberalismo tendrá consecuencias indeseables en la vida y futuro de nuestra democracia; las consecuencias inmediatas de acuerdo a los mecanismos hasta ahora observados apuntan al establecimiento de una razón normativa rectora de todas las formas de vida humana, que metiéndose en los poros de la piel de los individuos y colonizando su sentido común, los obliguen a aceptar que es el mercado el que dicta las leyes de la economía, del comportamiento social y personal. Si alcanza su propósito desaparecerá el individuo, lo transformará en sujeto dócil, manejable, controlable y lo convertirá en capital-mercancía, es decir, en productos de consumo para el capital. Si esto sucede la democracia, la política y la soberanía del pueblo y del individuo estarán de más.
La posiciones neoliberales, como explicaré a partir de mi próxima entrega, empezaron su expansión a partir de la propuesta de organizar la economía mundial de tal manera que asegurase a los megacapitalistas el uso total de los recursos humanos y naturales; esto se profundizó como nunca antes desde la séptima década del siglo pasado, desde entonces se entiende por neoliberalismo dos cosas: una, como un periodo de la historia del capitalismo global y la otra, como una relación particular de los individuos con el mercado. En los hechos, ambos procesos han creado una subjetividad emergente amenazante, los sujetos empezaron a concebirse como capital humano, a ser altamente competitivos para maximizar su valor, se transformaron, como dice Byun- Chul Han, en una máquina de rendimiento autista hiperactiva incapaz de decir no al sistema que está destruyéndolo. Hoy, este proyecto se propone un paso adelante en sus ambiciones totalitarias; en su seno han aparecido críticas severas a esa agenda globalizadora que aceptaba ciertas demandas progresistas que hoy representan un obstáculo: el Estado de bienestar y Estado social. La derecha extrema en su crítica al viejo neoliberalismo ha evolucionado a posiciones intransigentes como las que manifiesta abiertamente el anarcocapitalismo.
El anarquismo de derecha apunta su crítica al neoliberalismo en su consentimiento explícito a la democracia representativa, aceptándola sin cuestionamiento al no poner en crisis (ya está haciéndolo) el sistema electoral bajo su forma actual, que permite a los partidos de izquierda aprovechar el voto ciudadano como medio para que las masas consigan ventajas de carácter social, por ejemplo: servicios de salud, pensiones, programas de apoyo social y otros, que, según las ideas de la derecha anarquistas, son instrumentos desestabilizadores del mercado, ya que dicen que los sufragistas compran con su voto favores del Gobierno, al mismo tiempo que permite la existencia de partidos de izquierda que ofrecen adaptar las instituciones a las necesidades sociales y no a los fines del capital. Desde esta perspectiva para el anarquismo de derecha (ejemplo: Javier Milei en Argentina), hay que ganar el Gobierno para hacer desaparecer las condiciones que hacen imposible el derribamiento de ese obstáculo que representa la democracia representativa y sus formas de Estado.
En consecuencia, desde esta visión, el enemigo no es el comunismo (esto es un invento que puede ser útil para ganarse el atávico conservadurismo del pasado), es el Estado social y el Estado de bienestar que buscan garantizar derechos considerados esenciales para la población. Ambas formas de Estado parten de la idea de justicia social; se diferencian en que, en el Estado de bienestar, el Gobierno lleva a cabo la ejecución de las acciones que propician el bienestar general y, en el Estado social, este se obliga a sí mismo, mediante leyes, a proteger e impulsar la justicia social. Ambos procedimientos son históricamente parte inseparable del capitalismo liberal antes de la aparición del neoliberalismo en Europa Occidental, que no tienen cabida en la perspectiva de la ultraderecha anarquista.
El anarcocapitalismo, apuesta a la desaparición del Estado (proyecto que incluye, como apuntamos, la democracia y la política misma), para que la sociedad transite hacia lo privado absoluto: el capital, la propiedad de los medios de producción, el poder omnímodo de las empresas, la existencia de ejércitos privados que las protejan y protejan a sus propietarios, incluso están creando comunidades culturalmente homogéneas y autosustentables donde no existe el Estado. La estrategia: identificar en tiempos electorales líderes carismáticos manejables, totalmente controlables, con ambiciones estrictamente personales dispuestos, sin miedo alguno, a atacar y desprestigiar ideológicamente a la clase gobernante en el poder como primer paso hacia la constitución de una sociedad sin Estado benefactor.
Miremos brevemente y de pasada lo ocurrido con la elección de la candidata del Frente Amplio. Prometieron una elección ciudadana abierta, cuando ya tenían la candidata que querían, no importaba su cortedad política, la puerilidad peligrosa de su personalidad, codiciosa, simple, previsible, fanática, narcisista, oportunista, inclinación por lo banal, amoral y otras linduras. Consultar la entrevista que le hizo Yuridia Sierra a XóchitL Gálvez (“Dicen en mi pueblo que nací de pie”), publicada en Excélsior, que por su carácter coloquial y espontáneo la desnuda de pie a cabeza.
Sin embargo, el problema no es ella, es el proyecto fascista que esta detrás. El fascismo no es una ideología, no es una doctrina; es una política tendiente a lograr objetivos de poder bien definidos, materializados en prácticas gubernamentales perfectamente calculadas por poderes reales de personajes mega ricos. Olvídense de la candidata de derecha, ella no es el problema, es el neoliberalismo.
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