Susan Crowley
02/09/2023 - 12:04 am
Piedra, papel o tijera Kounellis y Kuri en Jumex
Mientras Kounellis baña de melancolía y poesía sus piezas, Kuri las llena de ironía, las agranda, las vuelve fauces que devoran, burdos pizarrones de oficina convertidos en composiciones que se mofan del clasicismo, objetos del vacío.
La escultórica escalera del museo Jumex, diseñada por David Chipperfield, establece un camino natural entre Jannis Kounnellis en seis actos y Gabriel Kuri: Pronóstico. Ambas exposiciones forman un todo que nos permite reflexionar sobre la serie de eventos que condicionaron el arte de la segunda mitad del siglo XX, una era vertiginosa y de cambio. Al mismo tiempo, nos llevan de la mano para sumergirnos en las experimentaciones de dos artistas que marcaron su territorio con una forma de ver y entender el arte. Kounellis desde una Italia de la posguerra, Kuri en un México que abrazaba la ilusoria globalización.
No me parece que sea fruto del azar. Imagino que, al valorar las dos exposiciones y su posible coexistencia, Kith Hammonds, curador en jefe del museo, se planteó las similitudes que existen entre los dos artistas. Un encuentro que contribuye a ampliar algunas nociones del arte contemporáneo. Por un lado, lo que específicamente proponen y por otro la posibilidad de reconocer ciertos condicionantes históricos y la libertad con la que fueron ejercidos por ellos. Como quieran llamarse, motores, engranajes, detonadores o cronistas de su época, Kounnelis y Kuri marcan líneas muy claras en sus procesos. La robusta estructura de ambos permite una lectura vivencial al mismo tiempo que teórica sobre el devenir del arte hoy. Uno en Italia, el otro mexicano, aunque ligados a sus raíces, ambos rebasan los regionalismos y las temporalidades pasajeras.
Entrar a la exposición de Jannis Kounellis (1936 Pireo-2017 Roma), es abrazar no solo a una Italia arrasada por los bombardeos que apenas se levantaba de sus cenizas. También era una Italia aferrada al pasado, al último gesto que la hizo grande, aquel Renacimiento del que siempre se jactó y que, al no ver futuro, prolongó hasta el hartazgo y la decadencia. La Italia que se ligó al fascismo con sus artistas futuristas y que, al mismo tiempo, trataba de explicar la realidad a través de cineastas y novelistas brillantes. En el trabajo de Kounellis se reconocen aquellos filmes en los que la pobreza brotaba con una luz de esperanza. El artista hizo de esa Italia su patria, a pesar de que sus orígenes se remontan a Grecia, una geografía en lucha permanente entre la belleza y la destrucción. Centro civilizatorio de la Europa arcaica y de la cultura occidental, la mirada griega vio nacer la filosofía, la música, las matemáticas y la democracia. Para el siglo XX esa Grecia se desdibujaba entre conflictos sociales y nefastos gobiernos. El destacado compositor Yannis Xenaquis, otro griego ilustre, contemporáneo de Kounellis, tuvo que salir de Grecia perseguido por los crueles militares después de perder medio rostro con un proyectil durante una de las protestas en contra del gobierno. Más tarde encontraremos en su música estocástica y electrónica algunas similitudes con el trabajo de Kounellis. Trozos de realidades dispersas, fragmentos de sonidos ancestrales. Más allá de la modernidad idealizada, ambos encontraron un suelo fértil en los escombros.
Kounnellis se ligó a un grupo de jóvenes tan impetuoso como él: Merz, Fabro, Anselmo Boetti, Pistoleto. Germano Celant fue la voz que aglutinó este momento privilegiado que puso en paréntesis el pasado para abrir las puertas de una Italia renovada, consciente. Los llamó los artistas povera. Ninguno de ellos fue aceptado con sus nuevas ideas y el movimiento duró poco tiempo. Después, cada uno encontró su propio camino. Kounnellis se estableció como el poeta visual de los objetos, el pintor de algo que no estaba en la pintura. Tejió nuevas formas, usó materiales pobres y sustituyó el pincel y las imágenes planas con falsas perspectivas para consolidar las composiciones que hoy vemos en Jumex. Fragmentos de barcos, velas antiguas, un ancla, la red del pescador, fuego, lana, carbón, todos los objetos cobran una belleza inusitada, jamás pensada en el mundo del arte. En el trabajo de Kounellis habita Antoni Tapies y Joseph Beuys, pero también Ulises y su viaje.
En el ingreso a Gabriel Kuri: Pronóstico, una pesada roca pende del muro como si fuera un cuadro. Provocación necesaria que anticipa lo que veremos a lo largo de la exposición. El juego de valores y de pesos será una constante. Más adelante, unos colchones aún envueltos en sus impolutos plásticos nos revelan ciertas claves del sistema crediticio. En el muro, a manera de intervención, un cuadro amplificado representa lo que se conoce como la prueba de producto. Términos económicos a los que nos hemos acostumbrado sin concientizar cómo afectan; una suerte de economía conductual que nos rige y somete. A continuación, una serie de gobelinos, piezas tejidas en la antigüedad para cubrir las paredes de los castillos. En lugar de escenas de caza o pastoriles, se representan imágenes de los “insignificantes” tickets de consumo arrojados a la basura u olvidados en algún cajón. Somos nuestros créditos. El consumo es el leitmotiv que nos guía. En la sala principal, el sentido de la exposición se define poco a poco. En cada uno de los objetos se refleja ese yugo que sin más nos posee. Gabriel Kuri parece alertarnos a través de sus obsesivas taxonomías. En conjunto una amplia iconografía de los valores en los que confiamos, como otrora en el cristianismo y que generan certeza: soy sujeto de crédito, existo.
La liga con el piso superior vuelve. La fascinación por los objetos nimios, el aprecio por esas minúsculas materialidades desechables que suelen pasar inadvertidas, aquí se amplifican, cobran sentido en su desproporción. Kuri las ve con fascinación y al mismo tiempo agudeza. No deja que se le escape ni un solo detalle y así nos confronta y nos exige ver, obligándonos a hacernos cargo de los olvidos.
Mientras Kounellis baña de melancolía y poesía sus piezas, Kuri las llena de ironía, las agranda, las vuelve fauces que devoran, burdos pizarrones de oficina convertidos en composiciones que se mofan del clasicismo, objetos del vacío. Paradójicamente llenas de contenidos, a veces absurdos, pero que quedarán como resonancias de un juego perverso que todos jugamos con el artista. Kuri ofrece sus fichas: son los materiales insuflados de conceptos, de ideas. Piensa sus obras de una manera, el azar las completa. Los valores, como en nuestro mundo de abstracciones, son variables.
El lenguaje del artista no está lejos de los povera. En una de las piezas encontramos un guiño al artista Giovanni Anselmo y su placer de triturar materiales frágiles con la fuerza brutal del acero. El juego visual es una trampa, ¿la piedra que pende del muro, pesa? La limpieza del espacio, las piezas suspendidas en frías vitrinas simulan un laboratorio con objetos inanimados, cadáveres en la morgue o carnes en un congelador. El gesto crítico se queda en suspenso, atrapado. El discurso de Kuri es contundente, nada se salva más que en lo inanimado. Una arqueología del presente. Otra ironía porque es lo único que lo salva del anonimato. Al ser objeto encontrado es en un homenaje constante a Duchamp y desde luego a la utilización de las instituciones de Marcel Broothaers. Un Kounellis sin capacidad de asombro, Kuri se expresa con el desencanto de la posmodernidad dentro del enjambre de la trans-economía de Boudrillard. El fracaso de un mundo que creyó que el capitalismo sería el paraíso. Lo es, solo que a crédito.
El encuentro en Jumex entre Kounnelis y Kuri nos recuerda cómo funcionan los engranajes del arte. Un artista utiliza su talento y habilidad, los inserta en el mundo que ha observado con su mente aguda y entra en un proceso cuyo resultado es el objeto creado. En estas dos exposiciones hay ideas, técnica, materiales que, en su conjunto, son un aliento que renueva el lenguaje artístico. No importa que el tiempo pase, ambos son jóvenes provocadores. Su relato puede gustar o no, pero hay que reconocer que es todo menos solemne. Después de mi visita recordé aquella tonada infantil, piedra, papel o tijeras, un juego que a la vez es un reto de destrezas en el que caben los atisbos, las irreverencias, los gestos, el empleo de materiales ordinarios, la noción de detritus, lo nimio, lo fútil que de pronto puede sustentar y darle sentido a una obra de arte.
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