Susan Crowley
12/08/2023 - 12:04 am
LTG, si Tolstoi lo hubiera escrito
Como en todo cambio habrá que hacer modificaciones y mejoras, pero habemus libro de texto gratuito con un nuevo modelo de sociedad en mente.
Mis primeros años transcurrieron en un colegio inglés, el Westminster School. Una institución pretenciosa, con libros importados, maestros extranjeros y cuyo uniforme, falda de cachemir con cuadros escoceses y calcetas con borlas, mocasín, capa y boina. La inversión que implicaba cada año, para una familia numerosa como la mía, orilló a la crisis y a la toma de decisiones.
Como siempre, la salida de mi madre fue ingeniosa. Con una convicción de izquierda, el evento no hizo más que afirmar sus ideas. Bromeando le decíamos que su conversión política obedecía, muy convenientemente, a su empobrecimiento. Cambió las elegantes marcas europeas por trajes típicos. Rechazó cualquier producto gringo, la Coca-Cola y las Sabritas fueron proscritas. Detestó a Kennedy, se indignó por el bloqueo a Cuba y se rebeló contra los abusos del capitalismo. El elegante colegio se convirtió en un baluarte de la pérfida Albión; si bien se aprendía un inglés impecable, para nada se cultivaban las raíces y valores nacionales. Después de una sesuda investigación y con la consciencia del aprieto económico, la familia completa se mudó de casa y los hijos de escuela. La primaria Guadalupe Victoria era una institución pública que presumía ser un proyecto satélite del sistema cubano, de gran reputación en el medio.
Así, entrábamos al otro lado del hemisferio de las ideas. El México profundo se abrió delante de nosotros. Salones con más de setenta alumnos, que impedían una educación personalizada. En los recreos, guerras de pandillas tipo Bruce Lee armados con chacos. Castigos por todo y expulsiones a la más mínima falta. En esa época se dio uno de los muchos cambios del Libro de Texto Gratuito (LTG). De la portada con una hermosa mujer mexicana, envuelta en la bandera, a unos muñequitos tipo lego, híbridos extraños que no expresaban nada.
Recuerdo especialmente un capítulo sobre identidad del que siempre nos reímos: Paquito puede hacer la lengua de taquito y Memito también, son hermanos; Andrés no. La explicación se ilustraba con las lenguas de los tres. Por tanto, en una lógica “impecable”, Paquito y Andrés no son hermanos. Es de los pocos contenidos que vienen a mi mente. Muy pronto los LTG se dejaban a un lado, casi olvidados. Pero, al final del ciclo, el libro volvía a aparecer. Esta vez con las maestras en pánico ordenando que se hicieran resúmenes de los capítulos y se completaran los ejercicios. Seguramente venía una inspección de la SEP.
Al margen de los LTG, conservo como una imagen viva y con sentimientos encontrados a mis maestros y la manera en la que influyeron en mí y en mi educación. La maestra de cuarto grado nos pedía carpeta grande, eficaz como auxiliar en la educación aplicada. Los golpes en la cabeza nos convertían en confesos pecadores de lo que fuera. A todos nos llegaba el turno, el mío terminó en un puntapié por acción refleja. No se volvió a mencionar el asunto y el acto quedó plasmado en mi boleta final. En quinto, tuve una maestra cuyo esposo era carpintero. Nos enseñó a cortar madera y a hacer cajitas, tipo joyeros. Tuve maestros buenos y otros inquisidores profesionales, unos cariñosos otros odiosos.
En sexto de primaria hubo un cambio más en el sistema. El maestro de tiempo completo fue sustituido por catedráticos de las diversas asignaturas. De esta forma nos adaptaríamos al cambio para secundaria. La maestra de Ciencias Sociales era gritona y amargada. Y, sin embargo, la historia de México narrada por ella era fascinante. La de Matemáticas era famosísima por llevar a sus alumnos a las finales de los concursos nacionales. La literatura era mi pasión, desde muy chiquita viví metida en los libros. La maestra de Español me alucinaba, era mutuo. Los exámenes consistían en desarrollar un tema sobre el libro en turno. Mi destreza en esta materia era directamente proporcional a mi poca habilidad en matemáticas. La negociación con el genio de la aritmética consistió en que él me ayudaba y yo, a cambio, le respondía su examen de literatura. Yo saqué siete y mi convidado diez. Por cierto, he vivido descalabros para corregir mi ortografía. En ese “novedoso” sistema habían eliminado la tradición de que “las letras con sangre entran”.
Haber estudiado en un colegio público me ayudó a normar un criterio sobre la realidad. Los buenos y malos maestros determinaron mi forma de entender la vida. Los estudiantes no amábamos los libros de texto gratuito y sus eternas deficiencias, su ideología del momento y sus omisiones. ¿Alguna vez fueron buenos?
Estudié la carrera de Historia del Arte. Desde hace muchos años he formado grupos independientes de personas que desean aprender sin tener que pasar por las vías institucionales. En las reuniones semanales los temas convergen con la participación de todos, y todos aprendemos. Hacemos comunidad. Mi labor es llevar a mis alumnos a apasionarse y gozar plenamente el arte, la literatura, la música, el cine. Como lo planteó Sócrates en su mayéutica, la verdadera sabiduría se da a través del diálogo.
El arte es un instrumento de consciencia en el que habitan todos los temas. La literatura de Tolstoi trata de lo que realmente somos, la diferencia de clases, los alcances de la religión y el poder de la redención. Dostoievski explora en sus narraciones la condición humana, los atisbos de bien y mal que todos tenemos en el alma. En sus libros, ensayos y relatos, Nawal El Saadawi nos sumerge en el dolor de miles de mujeres que hoy siguen sufriendo vejaciones y abuso por el simple hecho de serlo. Hanna Arendt hablo de la otredad y de la banalización del mal y sigue siendo un referente ético. Y pensando en la música como la mejor herramienta para entrar al abstracto universo de las matemáticas, escuchar a Bach nos muestra una forma mucho más libre, imaginativa.
La crítica y acusaciones en contra de la Nueva Escuela Mexicana han rebasado el ámbito de los libros. En la mayoría de los casos, son descalificativos que no sirven. Están en contra de una forma distinta de concebir el conocimiento. Pero si el LTG es la herramienta auxiliar del aprendizaje para las futuras generaciones, deberían ser revisados y corregidos. No he tenido acceso directo a ellos, no soy experta en pedagogía, pero he revisado los exhaustivos resúmenes publicados. En la propuesta encuentro contenidos valiosos, especialmente en ética, valores, género y educación sexual. Una forma distinta de enseñar las materias básicas a partir de lo que llaman “saberes”. Como a todos, me alarma que existan errores en los términos, por ejemplo, el caso del secuestro del empresario de Monterrey.
Según expertos críticos existe un problema didáctico pedagógico y cuestionan si el maestro ha sido instruido para implementar este nuevo modelo. ¿Qué han hecho las autoridades para preparar al docente? En su opinión existen riesgos por el apresuramiento, la inclusión de materiales polémicos dirigidos por funcionarios polémicos. Curricularmente no es aconsejable.
Desde mi perspectiva, sin embargo, la urgencia de un cambio siempre entraña riesgos. Pero había que dejar atrás las anquilosadas y neoliberales visiones que difundían los LTG anteriores. Los nuevos podrían haberse realizado con mayor prudencia. Pero los tiempos, medidos en sexenios, están reñidos con la prudencia que en ocasiones termina siendo paralizante. Como en todo cambio habrá que hacer modificaciones y mejoras, pero habemus libro de texto gratuito con un nuevo modelo de sociedad en mente.
@suscrowley
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