Fabrizio Mejía Madrid
09/08/2023 - 12:05 am
El comunismo de Salinas Pliego
Por todos estos disparates es que Salinas Pliego se lanzó contra los Libros de Texto Gratuitos.
“México está en peligro por un virus que parecía erradicado: el virus comunista”, comenzó el conductor del noticiero de la noche de Televisión Azteca, propiedad de Ricardo Salinas Pliego. “Su resurgimiento” —siguió el presentador— “está en la educación comunista que la Secretaría de Educación Pública busca imponer a las niñas de México. Los manuales que se van a utilizar los maestros están en contra de la libertad, buscan convertirlos en esclavos sumisos de una dictadura comunista. Son las guías de la educación comunista que pretenden que los niños no lean, no aprendan Matemáticas, Lógica, Ciencia, Ética o Historia sin distorsiones, no quieren que seamos mejores. Los comunistas promueven en las guías para los maestros, el desprecio a la cultura, el trabajo a la religión, hasta la familia, se sienten empoderados y buscan generar violencia y resentimiento entre los mexicanos. Buscan acabar con México como lo conocemos. Y condenarlo a la pobreza, mediocridad y al odio, la Nueva Escuela Mexicana quiere terminar con lo mejor de la cultura mexicana, así de terrorífico”.
Al día siguiente, una conductora, Vaitiare Mateos, y dos personajes a quienes no se les puso su nombre en la pantalla, hicieron eco de su propio noticiero en TVAzteca. Ella, con voz chillante de indignación, acusó a los libros de “separar, radicalizar y dividir”. Su prueba fue menos estridente que su voz y es que se quejó de que se le llamaba “castellano” a lo que, para ella, fue, es, y será el “idioma español”. El otro acompañante extrajo de la superficie de una mesa sin asientos, uno de los libros, y enseñó a la cámara unos post-its amarillos, de los que se usan para poner recados en el refrigerador y aseguró: “porque miren que los hemos estudiado”. El hombre pasó a denunciar que en un libro de primaria se use la palabra “plenaria” en lugar de “salón de clases” y dijo, sin miedo a la pérdida momentánea de irrigación cerebral: “La palabra plenaria es total, es decir totalitaria, de un solo bloque, de un Gobierno único”.
Lo que siguió fue una explosión de memes burlándose del “comunismo” de los libros, comentarios que celebraron que los conductores de TV Azteca leyeran al menos un libro, aunque fuera de primaria, y se les recordó sus campañas como la del “Chupacabras”, o contra la estrategia para aplanar la curva de contagios durante la pandemia de 2020. Pero lo que me interesó fue la peculiar idea del comunismo publicitada desde una de las dos televisoras que monopilizan las concesiones públicas. De eso trata esta columna, de a qué podría llamar “comunismo” Ricardo Salinas Pliego.
Para empezar hay que recordar que el primo del patrón de Elektra, Roberto Salinas León, dirige la sección de América Latina del Atlas Network, una organización de los Estados Unidos que interviene directamente en 98 países para moldear políticas públicas neoliberales. Con un presupuesto anual de 910 millones de dólares, está financiada por la farmacéutica Pfizer, las petroleras Shell y Exxon, la cigarrera Phillip Morris, y Procter & Gamble. Ha impulsado a candidatos a la Presidencia de nuestros países como Jair Bolsonaro en Brasil, Guillermo Lasso en Ecuador, o Javier Milei de Argentina. La Red Atlas es, también, quien patrocina la Cátedra Vargas Llosa que da diversos premios durante las ferias del libro de Guadalajara, como la otorgada recientemente a un reportero que hizo una biografía de Carlos Marín, de Grupo Milenio. La Fundación Salinas Pliego es socia de Atlas y de algo llamado la Universidad de la Libertad que prometen desarrollar el cine para promover el neoliberalismo, llamado “Luces, cámara, libertad”.
Ahora entremos al “comunismo” de esta ultraderecha de la élite económica. Es curioso que sean dos libros censurados los que se usen de base para justificar estas posturas políticas que, para decirlo en una frase, buscan la inmovilidad del estado de cosas: así, los ricos lo son porque lo merecen, y los pobres lo son por indolentes. Son dos libros, uno es la versión que la gacetilla leída por millones, Selecciones del reader’s Digest hizo de un clásico neoliberal de Friedrich Hayek, Camino a la servidumbre, que fue la versión que leyó Margaret Thatcher y que la hizo pensar en que Gran Bretaña no era una sociedad, sino un conjunto de individuos compitiendo por trabajar. En esa síntesis del libro, sus patrocinadores de la época, Du Pont y General Electric, le quitaron páginas —así como propuso Marko Cortés, presidente de Acción Nacional con los libros de texto gratuitos para primaria—, para censurar las partes en las que Hayek, a pesar de ser el creador del neoliberalismo, insistía en que el Estado jugaba un papel en el orden económico, que no todo era el mercado. Textualmente, Hayek escribió: “lo que está mal es el favoritismo gubernamental, no su intervención”. Le quitaron esas páginas y les quedó un arma política que usaron contra la transformación que el Presidente estadunidense Franklin Delano Roosevelt hizo tras la crisis bursátil de 1929. Es decir, hicieron que Hayek dijera lo que a ellos les convenía y se vistieron con él, diciendo que era un economista austriaco. El otro libro censurado es el que da pie a todo el liberalismo económico en el siglo XIX, La riqueza de las naciones, de Adam Smith. La edición norteamericana la tasajeó un alumno de Milton Friedman, el de los Chicago Boys durante la dictadura de Pinochet, George Stigler. Lo que Stigler quitó fue todo un capítulo del libro que los estadunidenses no conocen, en el que Adam Smith escribió sobre los límites que el Estado debe imponer al libre mercado cuando éste no cumple con reunir demanda y oferta en la determinación del precio. El capítulo 2 del libro 2 donde habla de los riesgos de no controlar a los bancos, para Stigler no merecía la pena estar en su versión neoliberal del liberalismo clásico. Así, las ideas libertarias parten de dos visiones, la de Smith y Hayek, que son libros sin capítulos enteros.
El neoliberalismo está fundado sobre tres ideas que confunden dos términos distintos: uno, intervención del Gobierno confundida con planeación de la economía al estilo soviético; dos, libertad corporativa con libertad personal; y enredar la desigualdad social con las diferencias entre las personas. Así de estúpidas son estas confusiones, pero le funcionan al Atlas Network y a Fuerza Informativa Azteca.
Empecemos por el primero: decir que cualquier intervención del Gobierno en la economía es igual a la planificación quinquenal de Stalin en la Unión Soviética de los treintas del siglo XX, es un disparate. En el socialismo de Stalin, el de un solo país y no el internacionalista de Lenin, el Comité Central del Partido Comunista asignaba recursos a ciertas áreas de la economía, sin siquiera pasar por el mercado. Así, expolió a los campesinos para financiar la industria del acero y las manufacturas de autos, tractores, cohetes espaciales. Era un dogma de ese socialismo que había que “saltar” etapas de desarrollo económico y que era posible pasar del feudalismo al capitalismo tardío sin pasar por el liberalismo. Esa fue la planificación que duraba cinco años. Eso ya no existe ni siquiera en China o en Cuba porque probó ser fuente de desastres económicos, hambrunas, y daños ecológicos como la caza de gorriones en la era de Mao. Una confusión más que agregó el resumen en el Selecciones del Reader’s Digest de los cuarenta fue que, como el nazismo de Hitler llevaba implícita la palabra “socialismo”, en “nacional-socialismo”, los dos sistemas eran lo mismo: los nazis eran comunistas, también. Eso, además de quitarle al nazismo la aberración de la pureza de razas, desvió la atención a que todos los fascismos surgen justo para destruir a los comunistas y socialistas, anarquistas, y resistencias civiles. Para los intereses de la General Electric, que no quería que el Estado de Roosevelt entrara al mercado de la electricidad, daba lo mismo, y se fueron por la similitud en las palabras. Igualito que nuestro Fuerzo Informativo Azteco, el de la plenaria “total”, que es “totalitaria”. Pero, si toda intervención del Estado o del Gobierno es “totalitaria”, es decir, que une nazis con comunistas, entonces, la educación pública es totalitaria y sus libros son “adoctrinamiento”. Curiosamente, también el pago de impuestos es “totalitarismo”, un pendiente de las empresas de Salinas Pliego de alrededor 20 mil millones de pesos.
Vayamos ahora a la segunda confusión que es: la libertad de las corporaciones es la misma que la libertad personal. Lo primero que necesitamos advertir es que hay dos palabras en inglés para libertad: liberty y freedom. Liberty es en el marco de los derechos de otros, las leyes, las costumbres. Freedom es a pesar de ellas. Con respecto a la libertad económica, el neoliberalismo empezó a hablar más de la segunda, que de la constreñida por los derechos de los demás. Fue usada en la campaña contra el trabajo infantil que ellos veían como una decisión de las empresas de que un niño o niña trabajaran en una mina o fábrica y la libertad de los padres de decidir por ellos. Curiosamente, en los años treintas cuando se dio este debate en los Estados Unidos, la educación pública fue criticada por los empresarios por quitarles mano de trabajo infantil. Así como los distritos escolares encubren el racismo de no querer que tus hijos convivan con afroaericanos o hispanos, el ataque a la educación pública tuvo su origen en la defensa del trabajo infantil que beneficiaba, por los salarios, a las empresas. Luego vino el derecho a que tu hije no sepa ni cómo nacen los niños o que ignore la existencia no-bíblica de los dinosaurios, pero eso fue treinta años después. Primero, fue que los niños no dejaran las minas de carbón. Según esta visión ideológica, el patrón decide en libertad qué va a producir y el empleado decide para quién y dónde trabajar para producirlo. Esto es un disparate que no toma en cuenta que los trabajadores se emplean donde pueden y que los empresarios ni siquiera deciden, sino que van tras las mayores ganancias. Así, quedaban confundidas hasta la fecha la libertad económica, de emplearse y consumir, con la libertad económica de emplear mano de obra de niños, esclava, tirando desechos en el vecindario, produciendo productos que te matan y vendiéndolos como empoderamiento, como fue la campaña de las cigarreras para que las mujeres fumaran, usando el cigarro de la Phillip Morris como si fuera la antorcha de la Estatua de la Libertad. El que creó esa campaña publicitaria, Edward Bernays, escribió en esos años algo que suena a totalitarismo: “Aquellos que manipulan las opiniones de una sociedad constituyen un Gobierno invisible que es el verdadero poder gobernante de nuestro país. Somos gobernados, nuestras mentes moldeadas, nuestros gustos formados, nuestras ideas sugeridas, por hombres cuyos nombres ni siquiera hemos oído jamás”.
Por último, la visión que tiene la élite neoliberal de la desigualdad social. Su alianza con grupos evangélicos se explica por ese tema. Los cristianos de Trump y Bolsonaro creen que la desigualdad se debe a un designio de Dios y que intervenirla es una coerción del Estado, a lo que tiene una razón en nuestra “pluralidad” de capacidades y talentos. Sin contextos sociales, geográficos, étnicos o genéricos, idealiza a un superhombre que no le responde a nadie más que a sí mismo, que no se sujeta a la sociedad de la que es parte, que puede ser el cowboy armado o el evasor fiscal. Es un individualismo de los pocos que pueden ser individualistas en la libertad como “freedom”. Milton Friedman, el verdadero inventor del neoliberalismo estadunidense desde la Universidad de Chicago, vio a la desigualdad también como una bendición con un argumento chafa: que las revoluciones eran exitosas cuando eran financiadas y que, para lograr eso, debería existir desigualdad y concentración de la riqueza. Pero Friedman fue mucho más lejos: estableció que los mercados eran el Gobierno. “Los mercados crean opciones, mientras que los gobiernos los destruyen”, escribió Friedman en Capitalismo y libertad. Ronald Reagan llegó a decir lo mismo: “El Gobierno no debe resolver el problema. El problema es el Gobierno”. Friedman nunca pudo probar en la realidad económica que, si desaparecían las regulaciones a las que está obligado un Estado electo, se ampliaban las libertades y no al revés: que la distribución de recursos y poder se volvía cada vez más ingobernable. Cuando, en la Sudáfrica de 1972, le preguntaron a Milton Friedman si estaba en contra del Apartheid, que mantenía a los negros sin derechos humanos, él les pidió que no pensaran en política y comerciaran más.
Por todos estos disparates es que Salinas Pliego se lanzó contra los Libros de Texto Gratuitos. La élite ya lo había hecho en 1988, en una entrevista en Proceso, cuando Claudio X. González Laporte, el papá del patrón del PRIAN, dijo que era “comunista” que enseñaran a los niños a hacer “huertos escolares”. Así se las gastan los señores del dinero y, así, nos la siguen debiendo.
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