Alejandro De la Garza
15/07/2023 - 12:03 am
Kundera: la comprensión novelística de la existencia
Luego de pasar casi desapercibidos por algunos años, su muerte suscita la inmediata discusión crítica de su obra y su vida, una visión en principio admirativa y luego más ponderada, analítica.
El sino del escorpión despide con el aguijón en alto al escritor Milan Kundera, nacido en 1929 en Brno, República Checa, y fallecido este 11 de julio en París. Rememora así su voluntad imbatible por elevar la idea de la novela más allá del arte, como un instrumento de conocimiento único para entender la complejidad de la realidad, de la historia y la condición humana, un sofisticado mecanismo capaz de mostrarnos la vida misma. Kundera sustenta su idea de la “necesidad de la novela” al recordar la pérdida de su país, “asimilado” por el expansionismo soviético. Esa desgarradura lo llevó a interrogarse sobre el origen de su patria y del sentimiento patriótico de sus fundadores, pero él se distancia de ese patriotismo ajeno, insiste, acaso porque: “Una novela, una gran novela, me habría hecho comprender cómo los checos de entonces habían vivido su decisión. Pero nadie escribió una novela semejante. Hay casos en que la ausencia de una gran novela es irremediable”.
Kundera es reconocido como el creador de originales estructuras narrativas en sus seis novelas escritas en checo —entre ellas las clásicas La broma (1967) y La insoportable levedad del ser (1984), además de los relatos de Los amores ridículos (1968) —, así como en sus cuatro novelas escritas en francés —donde desatacan La lentitud (1995) y La ignorancia (1998)—, todos volúmenes referidos como coordenadas en la cartografía de la literatura europea de la segunda mitad del siglo viejo. Pero, además, el cuerpo de ideas donde Milan planteó su pasión por la novela como arte mayor y como herramienta capaz de hacernos aprehender la realidad y la vida misma, lo ensambló en sus cuatro libros de ensayos literarios, también referentes de una crítica literaria siempre en busca de estrellas polares que orienten su rumbo analítico: El arte de la novela (1986), Los testamentos traicionados (1994), El telón (2005) y Un encuentro (2009).
El alacrán ha fatigado este planteamiento ético y estético kunederiano porque duda con frecuencia del afán totalizador que muchos intentan ver en el arte. Para unos sirve para toda comprensión del mundo; para otros, no sirve para nada práctico. Kundera busca responder al explicitar la calidad existencial y la continuidad de la novela dentro de la historia del arte, y contrastarla, por ejemplo, con la historia de la ciencia, disciplina que avanza y evoluciona, donde un descubrimiento rebasa al anterior y, a su vez, queda atrás cuando otro nuevo, más evolucionado y moderno, avanza más allá. Kundera parece decirnos que la historia de la ciencia tiene el carácter del progreso y junto con la historia de la técnica depende poco del hombre y su libertad, pues obedece a su propia lógica y no puede ser distinta de lo que fue y será: un descubrimiento tras otro.
Pero la historia del arte es distinta, reitera, y particularmente la de la novela. Una novela moderna no es necesariamente mejor ni más evolucionada que una novela romántica o una clásica. El arte no evoluciona, un Picasso no es mejor que un Rubens; o un Klee que un Goya, simplemente cambian sus valores estéticos, son distintos. La historia de la novela es autónoma, es decir, no guarda relación con la Historia a secas ni con el desarrollo de la ciencia. “Aplicada al arte, la noción de Historia no tiene nada que ver con el progreso; no implica ni un perfeccionamiento ni una mejora ni una progresión. Es más bien un viaje emprendido para explorar tierras desconocidas e inscribirlas en un mapa. La ambición del novelista no es hacerlo mejor que sus predecesores, sino ver lo que aquellos no han visto, decir lo que aquellos no han dicho. La poética de Flaubert no desmiente a la de Balzac, de igual manera que el descubrimiento del Polo Norte no anula el de América”.
Con Kundera, el venenoso ha visto repetirse un fenómeno frecuente con los escritores. Luego de pasar casi desapercibidos por algunos años, su muerte suscita la inmediata discusión crítica de su obra y su vida, una visión en principio admirativa y luego más ponderada, analítica. Tras el deceso del checo, el alacrán observó de inmediato un casi culto kunderiano, manifiesto en un grupo de escritoras y escritores de nuestro país (en sus medios cuarentas o al filo de la cincuentena); también surgió cierta reticencia de quienes ven en Kundera un narrador mediano, y luego emergieron asimismo escritoras apuntando cierto machismo en la obra del autor nacionalizado francés. Bienvenida la discusión, pero el venenoso insiste en el crítico literario y su visión de la novela. Milan apostó su resto a que “sólo la novela puede plantear la experiencia existencial radicalmente humana de un fenómeno”, e incluso, en sus últimos ensayos, propuso a las novelas como sondas existenciales, exploradores lanzados por su autor a la profundidad de la experiencia humana para extraer un conocimiento, una observación crítica, una verdad literaria, una certeza emotiva, un mundo emocional, un “darse cuenta”.
Ante las diferentes formas de entender la realidad —científica, moral, ética, política, sociológica— Kundera arriesgó el arte de la novela como forma única de abarcar y tocar la esencia humana, de llegar “al alma de las cosas” con un lenguaje personal. El poeta, el ensayista, el crítico, el filósofo usan sus recursos, pero el novelista inventa una forma de saber, comprender y entender la realidad al plantear la novela como método capaz de ofrecer un conocimiento excepcional de la vida y la existencia humana. “Lo único que nos queda ante esta irremediable derrota que llamamos vida es intentar comprenderla. Ésta es la razón de ser del arte de la novela”, escribió, y esta afirmación no deja dormir al escorpión.
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