Óscar de la Borbolla
17/07/2023 - 12:03 am
La cárcel de los espejos
Una de las consecuencias de estos algoritmos que nos muestran cotidianamente no lo que el azar dispone, sino lo que dispone quien diseñó el algoritmo es la peligrosísima polarización; pasear por el mundo virtual equivale a convencerse cada vez más del «propio» punto de vista.
Hay entre las personas una conducta tan natural y generalizada, una práctica que a todos nos resulta tan normal y correcta que muy difícilmente podríamos sospechar que es la causa de nuestra ruina o, peor aún, el origen de la violencia, desde aquella que ocurre puertas adentro de la vida en familia, hasta la que devasta territorios enteros en las guerras, me refiero a ese impulso universal y primario de preferir lo que es como nosotros y alejarnos de lo extraño o ajeno, de lo otro. ¿Quién en su sano juicio buscaría hacerse amigo de aquel que le resultara antipático, o quien, siguiendo su voluntad, vería una película que no le gusta o leería un libro que página tras página fuera contradiciendo sus creencias o su manera de entender el mundo? Lo sano —pensamos— es juntarnos con quienes nos resultan simpáticos, allegarnos lo que nos agrada y apartar, hasta donde sea posible, lo extraño. Proceder así lo consideramos intachable.
Sin embargo, quien está convencido de su punto de vista y solo se junta con quienes lo comparten y sólo lee o se acerca a los medios que respaldan su manera de pensar sufre al larga una grave deformación: la polarización que ciega y convence que los puntos de vista diferentes no sólo están equivocados sino que son aberrantes, peligros y, por ese camino se llegaría a pensar que lo contrario debería ser exterminado.
A lo largo de toda la historia, los seres humanos nos hemos acercado a lo que consideramos afín y nos hemos cerrado a lo otro; sin embargo, vivir en el mundo nos exponía de manera azarosa a encuentros con la otredad, a intercambios que permitían limar un poco nuestro natural dogmatismo: la diversidad del mundo nos civilizaba. Hoy, sin embargo, hemos dejado en parte de vivir en el mundo y vivimos casi de lleno en la virtualidad, en redes sociales reguladas por algoritmos que filtran todo aquello que nos llega; algoritmos que solo nos arrojan lo que la inteligencia artificial determina que será lo que nos gusta y que, efectivamente, resulta ser lo que nos gusta, al grado de que cada vez más estamos encerrados en una cárcel de espejos o, como se le ha llamado últimamente, «cámara de eco».
Una de las consecuencias de estos algoritmos que nos muestran cotidianamente no lo que el azar dispone, sino lo que dispone quien diseñó el algoritmo es la peligrosísima polarización; pasear por el mundo virtual equivale a convencerse cada vez más del «propio» punto de vista. Pero también se está dando otra tremenda consecuencia: la más terrible de las manipulaciones, pues, una vez comprendido lo infinitamente sugestionables que somos, en la pantalla no necesariamente aparece lo que nos gusta, sino lo que le gusta a quien programó el algoritmo, y como el bombardeo es intenso nos da la impresión de que ese punto de vista, ese sesgo, es lo que la sociedad piensa y como uno no quiere quedar fuera, excluido de la sociedad, termina por adoptar lo que constantemente es reiterado por las pantallas.
Polarizados y manipulados; pero creyendo que somos libres y que opinamos por nuestra cuenta, los seres humanos de hoy somos los menos autónomos de la historia humana. Esta sospecha me da vértigo y me convence aún más de la importancia que tiene la filosofía, pensar o dudar, en nuestros días.
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