Jorge Zepeda Patterson
09/07/2023 - 12:05 am
Ser candidato sin hacer el ridículo
"No entiendo que pretenden los asesores de campaña forzando a los candidatos a desempeñar roles para los que evidentemente no tienen atributos, ni tendrían porque tenerlos".
Supongo que todos hemos estado en la penosa situación de escuchar a alguien que destroza un buen chiste por carecer del mínimo talento para relatarlo. Algo que resulta particularmente doloroso cuando es uno mismo quien lo está contando. Y en tales casos nos parece increíble que el chiste que desató carcajadas en una sobremesa gracias a un buen expositor, merezca medias sonrisas de conmiseración una semana más tarde.
He recordado la situación estos días, al observar en las redes sociales el comportamiento de algunos de los precandidatos. A Santiago Creel que logró humedecerse los ojos y destrozarse la garganta conmovido por su propia capacidad para emocionarse en su proclama para salvar al país. O ver a Claudia Sheinbaum provocando todo menos risas entre su auditorio al relatar lo que su cuarto de guerra seguramente creyó que sería una parodia exitosa: una burla del imaginario comité de campaña de la oposición (Alito a cargo de Finanzas, Creel de las Artes y el Teatro, el Claudio X González coordinador de todos ellos, etc.). O contemplar los videos distribuidos por Marcelo Ebrard, dispuesto a destrozar el son que le pongan y el atuendo folclórico que le enfunden con la gracia que mostraría un europeo celebrando la noche autóctona en un all inclusive temático.
No entiendo que pretenden los asesores de campaña forzando a los candidatos a desempeñar roles para los que evidentemente no tienen atributos, ni tendrían porque tenerlos. Qué necesidad de incurrir en el patetismo del chiste mal contado. Se supone que se trata de una pasarela para elegir a la persona que va a dirigir los destinos de México, no de alguien que va a ser el maestro de ceremonias de un programa de variedades.
Tanto Claudia Sheinbaum como Marcelo Ebrard tienen una trayectoria de casi tres décadas de servicio público, suficientes para exhibir argumentos legítimos para presentar una candidatura a la presidencia de México. Se trata de dos cuadros profesionales de la administración pública y lo que desearíamos es conocer cuáles serán sus propuestas para afrontar los problemas de México, su conocimiento de ellos o su visión del mundo, no sus habilidades para divertir auditorios o mostrar destrezas para concursar en bailando por un sueño. Y la verdad, lo mismo podría decirse de Santiago Creel o de cualquier aspirante de la oposición.
Es cierto que existen políticos con vocación para la plaza pública, capaces de fascinar a las tribunas, de utilizar la ironía con éxito o asumir dichos populares con la suficiente autoridad para no parecer afectados. Se llama carisma y es imposible de improvisar de un día para el otro. E incluso cuando se tiene debe saber administrarse. López Obrador, que sin duda lo posee, puede ponerse a recomendar canciones, mofarse de Ricardo Anaya cuidándose la cartera o imitar el pregón de los tamales y no quedar en ridículo al hacerlo. Pero no recuerdo que se hubiera puesto a brincar en bailes autóctonos como he visto a hacer a Creel o a Ebrard. No entiendo en que “narrativa” cabe la estrategia diseñada por lo expertos en campañas electorales que intenta convertir al ex canciller en una mala versión de Chabelo. Infantilizar a un funcionario sólido y capaz, tan solvente en tribunas internacionales como en mesas de negociación, no hace sino banalizarlo sin sentido.
Para empezar, convendría no intentar imitar a López Obrador. La capacidad para invocar la indignación y el coraje de los de abajo, la gracia mínima que se requiere para ridiculizar al adversario, la soltura en el manejo de refranes y dichos populares, la habilidad que supone venderse como portavoz del México profundo son imposibles de imitar. López Obrador es irreproductible, resultado de su muy peculiar trayectoria y personalidad. Un fenómeno político, sin duda. Pero absolutamente auténtico para bien y para mal. Justamente por ello es intransitable para cualquier candidato de Morena, porque toda imitación terminará siendo una versión reducida y ridiculizada. Es comprensible que los aspirantes a sucederlo deseen exhibir muestras de su identidad con el fundador del movimiento, en aras del continuismo que exigirían sus simpatizantes. Pero la continuidad pasa por la actualización, profundización y mejoramiento de su proyecto, por temas de contenido no por la imitación del envase. Basta ver los patéticos intentos de Adán Augusto López de insultar a la oposición a la manera en que lo hace AMLO, para darse cuenta que apellido, acento tabasqueño u origen geográfico no es más de lo mismo.
Tampoco habría que banalizarse. Se entiende que toda campaña requiere humanizar al candidato, ofrecer al votante rasgos de la personalidad con los que pueda identificarse, gustos, filias y fobias que los haga empáticos y cercanos a cualquier vecino. Charlar “informalmente” con un youtuber o un periodista no especializado en política puede ser útil para conocerlos como “personas”. Una plática informal aquí y allá a lo largo de una campaña es conveniente por muchas razones. Pero eso no significa hacerlos saltar al ritmo de un tambor tarahumara. Una cosa es ver con respeto una ceremonia prehispánica de parte de una comunidad que los recibe y otra pretender que durante cinco minutos el candidato deba convertirse en uno de ellos. Hay un límite al supuesto impacto que provocan los videos de candidatos comiendo garnachas con expresión arrobada o recomendando las gorditas bañadas en aceite de Doña Romina.
Es cierto que en todo el mundo la escena política ha derivado en un circo. La información se ha convertido en entretenimiento y espectáculo. Pero también es cierto que el exceso comienza a provocar un hartazgo. Nadie puede acusar a Joe Biden de divertido o excitante en un escenario, y sin embargo sacó a Trump de la presidencia apelando a la sobriedad y a la dignificación de la política (al margen de la opinión que nos merezca su presidencia).
Quizá Xóchitl Gálvez se siente cómoda con la puesta en escena de un personaje. A ver hasta dónde llega. Pero me parece que Claudia y Marcelo, verdaderas apuestas para el futuro de México, son mucho más que un rol diseñado por productores de marketing político. Ambos tienen una propuesta interesante y responsable, cada uno con variantes, para una versión 2.0 de la Cuarta Transformación. Ojalá pudiéramos escucharla.
Twitter @jorgezepedap
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