Óscar de la Borbolla
03/07/2023 - 12:03 am
Radiografía del mal 3
"Hay muchas formas en las que el mal puede dañarnos, pero quizá la peor es la que nos priva de la vida".
De acuerdo con el concepto "banalidad del mal" de Hannah Arendt, la semana pasada nos preguntábamos: ¿quienes son hoy los verdaderamente malos?, y de paso, ¿quienes han sido los malos siempre?, pues, por lo que hemos visto, no necesariamente se trata de sociópatas, de asesinos seriales o de magnicidas, sino de individuo comunes y corrientes que resultan responsables de la muerte de millares o de millones de personas y que se justifican pretextando básicamente un par de “razones", que recibieron órdenes y que si no lo hubieran hecho ellos lo habrían hecho otros. Entonces, ¿cómo encontrar a los verdaderamente malos si no necesariamente estarán en las cárceles o en los hospitales psiquiátricos? ¿Cómo dar con ellos?
Acerquémonos un poco más al planteamiento de Arendt preguntándonos: ¿por qué un sujeto acusado de un sinfín de crímenes responde con tranquilidad que él sólo seguía órdenes? En la tranquilidad con la que esa persona responde se transparenta un asunto importantísimo: sus valores y su juicio son coherentes con las reglas de un mundo anormal para nosotros, pero normal para él y los suyos: un mundo que nos es ajeno e incluso aberrante, pero que para él es normal y correcto. Un mundo donde hay una autoridad atinada que da esas órdenes y un mundo donde cualquiera haría lo que hizo él: "si no lo hubiera hecho yo lo habría hecho otro". No hay un desajuste entre lo que ese sujeto considera bueno y normal, sus actos y el mundo donde está inmerso; el mal se hace patente cuando desde afuera se observan las consecuencias de esa "normalidad": los millones de muertos.
En el caso del criminal de guerra, Adolf Eichmann hay una, llamémosla ideología nazi que armaba un mundo donde aquellos crímenes eran correctos para quienes vivían dentro de esas ideas y, obviamente, no lo eran para quienes estamos afuera de ese mundo. Acá, aquellos campos de exterminio no pueden sino parecernos infernalmente reprobables y atrozmente malos.
Me interesa la idea de mundo y la ideología que articula ese mundo, pues uno siempre vive en algún mundo y comparte con sus habitantes una determinada ideología. Cuando pregunto: ¿quiénes son hoy los verdaderamente malos? Quisiera salirme de mi mundo y de mi ideología para poder descubrir lo que desde adentro no advierto, parque, como he dicho, a quienes están encerrado en un mundo, lo que en él ocurra les parecerá normal. ¿Cómo escapar, salir?
Demos un rodeo: hay muchas formas en las que el mal puede dañarnos, pero quizá la peor es la que nos priva de la vida (sé que para algunos la esclavitud es peor que la muerte, pero para poder continuar con la idea, admitamos que perder la vida es el peor de los males, concédaseme). Sí la muerte es el peor de los males, entonces podríamos tener una pista para encontrar lo que hay de mal en la naturalidad de nuestro mundo: la esperanza de vida que existe para cada país.
La esperanza de vida o, mejor aún, la diferencia de años de esa esperanza según el país permite que se destaquen prácticas y costumbres malignas que están naturalizadas. ¿Cuál es, preguntémonos, la causa capital de los poco más de 50 años que en promedio tienen de esperanza los africanos frente a los más de 80 de los europeos? Hay, sin duda, muchas causas, pero la capital es la pobreza, una desigualdad económica tan pronunciada que se traduce en 30 años de diferencia y que, en consecuencia, alcanza tintes éticos, pues si el mal es lo que nos priva de la vida, entonces los Eichmann de nuestros días son aquellos que con sus actos provocan esta criminal desigualdad económica.
He dicho que la desigualdad económica es la causa capital del mal, pues es la cabeza o la fuente de una larga lista de males que se padecen en las zonas pobres del mundo: ignorancia, mala alimentación, magros sistemas de salud... Todo esto, sí lo cuantificaríamos en muertes, descubriríamos con horror que año tras año arrebata más vidas que las que segó la Segunda Guerra Mundial. El mundo actual es un enorme campo de concentración en el que se ha naturalizado, en el sentido de que veamos como normal, que unos lo tengan todo y otros, sencillamente, no.
Twitter @oscardelaborbol
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