Jorge Alberto Gudiño Hernández
25/06/2023 - 12:02 am
La golondrina
Una de las funciones de la representación escénica y del arte en general es que los espectadores sean capaces de sentir como si estuvieran en la situación refigurada
Es un tanto inusual que una obra de teatro haga llorar a la mayoría del público. Más aún, que los haga llorar por dos razones diferentes.
Amelia es una profesora de canto que recibe a Ramón en su casa. Él canta bastante mal y no tiene interés en convertirse en un profesional ni mucho menos. Su pretexto, aduce, es que debe cantar “La golondrina” en el funeral de su madre. Esas dos condiciones (la madre muerta y la canción), convencen a Amelia. Poco a poco, ella descubrirá que Ramón ha mentido y que las motivaciones que lo llevaron a su casa son mucho más profundas de las que implican tomar una clase de canto. Evidentemente, no las contaré para no arruinar la experiencia teatral a nadie.
“La golondrina” es una obra montada en un solo acto, con dos personajes que están casi todo el tiempo en el escenario. Dos personajes que, durante casi dos horas, provocan una enorme cantidad de vaivenes en el ánimo de la audiencia. A veces, gracias a cierto contenido discursivo (que, confieso, no me encantó); a veces, por virajes emocionales que van cautivando a los espectadores. No es un asunto de tomar partido (aunque, por momentos, lo podría parecer), sino de generar empatía con cada uno de los personajes.
Justo ahí es donde descansa la clave de la obra: en dos visiones complementarias de un mismo hecho. Se puede ser empático con Amelia; se puede serlo con Ramón. Incluso cabe la posibilidad de serlo con ambos (pero es difícil sumar las diferentes consistencias de la pérdida). Y eso es lo que provocó el llanto de esa mayoría de público.
Para lograrlo, no se puede dejar de aplaudir la calidad de la puesta, la dirección a cargo de Alonso Íñiguez, las actuaciones de Ramón (Germán Bracco y Alejandro Puente alternan funciones) y, sobre todo, la impresionante actuación de Margarita Sanz. En verdad, ella lleva las cosas a un límite difícil de superar. Tal vez por eso, yo sea del equipo de su personaje.
Una de las funciones de la representación escénica y del arte en general es que los espectadores sean capaces de sentir como si estuvieran en la situación refigurada. Aquí se logra con creces. Aceptar la posibilidad de conmovernos es uno de los grandes privilegios que podemos ejercer. Y esta obra nos ofrece dos diferentes caminos para llegar hasta ahí.
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