Jorge Alberto Gudiño Hernández
18/06/2023 - 12:02 am
Cormac McCarthy
A diferencia de otros personajes malos dentro de la literatura en particular y la ficción en general, los de McCarthy no tienen un fin último demasiado elevado: no buscan conquistar el mundo, no pretenden destrozar a todos sus enemigos, no quieren hacerse de un poder sin precedentes.
Cormac McCarthy bien podría ser una de las encarnaciones de esa idea que tenemos del escritor romántico: solitario, reacio a dar entrevistas, con poca relación con el resto de los escritores y alejado de los reflectores. Más aún, podría ser un personaje habitante de su propia obra.
Vayamos por partes. De sus primeras novelas apenas se vendieron algunos cientos de ejemplares. De pronto, con Todos esos hermosos caballos, el éxito llegó hasta su puerta. Al parecer, vendió alrededor de un millón de libros y ganó el National Book Award, con lo que llegó un reconocimiento que, al parecer, le interesaba poco. De hecho, son contadas sus entrevistas y apariciones públicas.
Si pensamos en su obra en general, es imposible no hablar del polvo, del desierto, de la frontera y, quizá, sobre todo, del mal. Hay decenas de páginas en las que algún personaje camina para conseguir agua. ¿De cuántas maneras se puede describir la sequía? McCarthy debió haberlas usado todas. Más aún, las utilizó sin la necesidad de repetirlas una y otra vez. Quizá una de las características más notorias de su prosa es que tenía la capacidad de contar sin decir. Basta leer alguna de sus novelas para darse cuenta de cómo va entrando uno a un mundo que pronto lo convertirá en personaje. En ese sentido, leer sus novelas implica terminar sediento.
Hablemos también del mal. A diferencia de otros personajes malos dentro de la literatura en particular y la ficción en general, los de McCarthy no tienen un fin último demasiado elevado: no buscan conquistar el mundo, no pretenden destrozar a todos sus enemigos, no quieren hacerse de un poder sin precedentes. Los malos de McCarthy lo son porque pueden, porque, al parecer, lo disfrutan.
Tal es el caso de Chigurh, el antagonista de No es país para viejos, quien es un psicópata con una propensión a la violencia tan marcada como su necesidad por generar argumentos de carácter filosófico. Es un personaje que da miedo ya desde las primeras páginas. También está el Juez Holden, de “Meridiano de sangre”, quien parece fomentar la violencia antes que la justicia. Y sus justificaciones también tienen un pie en lo filosófico. Es decir, no es una violencia gratuita sino el resultado de una profunda argumentación.
El mal no siempre es producto de la racionalidad. Lester Ballard, de Hijo de dios es un gran ejemplo de un personaje que se dirige al abismo. Es violento porque se va desprendiendo de su humanidad. Abandona, paulatinamente, la idea de la civilidad y se va entregando a sus más oscuros instintos.
Quiero detenerme en La carretera, quizá el favorito de sus libros. En esta novela se cuenta la historia de un padre y un hijo en un mundo postapocalíptico. Caminan por una carretera en busca de algo. La esperanza descansa en el padre, pues debe hacerlo todo para salvar a su hijo aunque el mundo haya colapsado. Sin embargo, está enfermo y sabe que morirá pronto. De ahí que la idea de un sacrificio llegue a su mente. Es una maravilla que no se recomienda para corazones débiles o para padres recientes. En verdad, no hay forma de no conmoverse con ella.
Sus dos novelas más recientes fueron publicadas en simultáneo: El pasajero y Stella Maris. La razón es simple: podría tratarse de la misma novela. La primera la protagoniza Bobby Western, un buzo de rescate. La segunda, por Alicia Western, su hermana. Ambos son unos genios hijos de un científico que trabajó para el Proyecto Manhattan. Las novelas nos los muestran solos, sin la compañía de su hermano, a quien extrañan a más no poder. Más allá de la historia que cuentan, es a través de ellos que McCarthy se da el lujo de adentrarse en disquisiciones tanto científicas como filosóficas. De ésas de las que uno no puede salir indiferente.
Ha muerto Cormac McCarthy. Se han usado un montón de epítetos para describirlo. Desde uno de los más importantes escritores norteamericanos de nuestros días, hasta un autor que reinventó el Western volviéndolo noir. Más allá de los adjetivos, lo cierto es que ganó muchos premios importantes. E, incluso con el que no ganó (Javier Marías aseguraba que se lo deberían dar), da la impresión de que perdió más la Academia que el autor.
Ha muerto Cormac McCarthy pero, como siempre se dice en estos casos, siguen vivas sus obras. Y están al alcance. Nada nos impide ir ahora mismo por uno de sus libros y comenzar a leerlos. En verdad, me dan mucha envidia todos aquéllos que lo vayan a leer por primera vez. Ya me contarán.
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