Jorge Alberto Gudiño Hernández
03/06/2023 - 12:05 am
Envidia de la buena
Envidio a muchos de esos países con envidia de la buena. Es decir, no quiero que ellos pierdan esas condiciones. Al contrario, hasta me daría gusto que siguieren mejorando.
Desde pequeños nos machacaron con la idea de que la envidia es mala. Eso de desear lo que otros tienen y uno no es hasta pecaminoso para algunas religiones. Así que es mejor resignarse a la propia estatura, a la capacidad económica o a la inteligencia con la que uno llegó al mundo. Lo demás, es de un aspiracionismo que sólo nos puede condenar a penas eternas.
En medio de esas disquisiciones que nos hacían sentir medio mal cuando al vecino le traían más regalos en Navidad o cuando la chica que nos gustaba optaba por otro sujeto, llegó la idea de la envidia buena. Envidia de la buena.
Y, otra vez, a darle a los argumentos y contraargumentos. Escuché no pocas veces que la envidia de la buena no existe. Más bien, es el resultado de nuestra templanza. En otras palabras, envidiamos como siempre, pero la diferencia es que no lo externamos o, mejor aún, no nos dejamos corromper por ese sentimiento tan vil y oscuro.
Basta pensar unos pocos segundos para darse cuenta de la falsedad del argumento. Sobre todo, en términos morales. Porque, incluso teniendo envidia de la mala, uno podría no externarla. A veces la resignación también acoge a la prudencia.
Así que me parece más sensata la distinción entre estas dos formas de la envidia a partir del deseo más profundo que nos provocan. Envidiamos al otro, es cierto, pero en algunos casos deseamos simplemente tener lo mismo que él y, en otros, necesitamos que él no lo tenga. Así, cuando mi vecino llega con un coche último modelo, yo podría querer tenerlo y ya. Alguien más, en cambio, por puro coraje, va y raya su portezuela como sin querer, cuando pasa con sus propias llaves desenfundadas.
Más allá de esas enseñanzas de la infancia, a mí no me parece que la envidia, en general, sea mala. Lo es, acaso, cuando provoca reacciones en contra de la persona a quien envidiamos. Sin embargo, en el resto de los casos, podría convertirse en una motivación para conseguir algo que, de momento, no nos pertenece.
Así, yo envidio profundamente a los países con un sólido estado de derecho, con gran seguridad social, con sistemas de salud eficientes, con bajos índices de violencia, con sueldos altos, educación de primer nivel y en los que se ve que los impuestos funcionan a favor de los ciudadanos. Envidio a muchos de esos países con envidia de la buena. Es decir, no quiero que ellos pierdan esas condiciones. Al contrario, hasta me daría gusto que siguieren mejorando. Lo que deseo es que aquí suceda lo mismo. En otras palabras, es una envidia que bien podría servir de motivación.
Estamos en un periodo oscuro de la política y la gobernanza en nuestro país. No sé, como la mayoría, cómo se resuelve el problema. Sin embargo, esa envidia que nos hace compararnos con otros países, quizá sea el primer paso, el que motive algo que, ojalá, venga después. Permitámonos, pues, envidiar al otro.
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