La violencia en la región de Tierra Caliente tiene un componente estructural en el que se fusionan distintas experiencias que han asolado durante un siglo a una región que históricamente ha tenido que lidiar con revueltas, hombres armados, bandoleros, y narcotraficantes. En entrevista con SinEmbargo, el doctor Enrique Guerra Manzo habló sobre la evolución de este fenómeno delincuencial.
Ciudad de México, 29 de mayo (SinEmbargo).– Para entender la violencia en la región de Tierra Caliente de Michoacán, una de las zonas que por años ha tenido que lidiar con la inseguridad, es necesario trazar un recorrido de larga duración. A lo largo de más de 100 años, la región ha sido escenario de todo tipo de disputas, y el lugar en donde los pobladores han tenido que enfrentar desde bandoleros, en tiempo de la Revolución, hasta narcotraficantes, quienes han pasado de cultivar una base social a explotarla mediante el uso coercitivo de la fuerza.
“Hay varios ciclos de violencia que se anudan los unos a los otros, el de la Guerra Civil, propiamente de la revolución armada de 1910, después con temas del agrarismo, después la Cristiada y después llega el tema de los enervantes y por ahí empiezan a articularse varios ciclos de violencia que han dejado una huella muy profunda en las regiones, sobre todo las más apartadas, poco pobladas, más conflictivas, como es el caso de Tierra Caliente”, explicó en entrevista el profesor investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Xochimilco, Enrique Guerra Manzo, autor de Territorios Violentos en México (Terracota), en el que analiza el fenómeno de la violencia en esta región entre 1910 y 2020.
Para el doctor Guerra Manzo es ineludible una mirada de largo plazo para entender las continuidades y las discontinuidades entre aquellas violencias que vivieron los abuelos, los padres y que ahora vivimos nosotros. “Esa es la idea de una mirada tan larga, que no creo que baste mirar el aquí y ahora sino también más atrás, para entender qué continuidades hay, que encuentro varias, y que discontinuidades hay, y una de ellas es la de los narcos de antes y los narcos de ahora, como la gente de la región les dice”.
En ese sentido, su trabajo ubica distintos momentos clave. Parte, así, de la lucha armada de la Revolución, cuando tuvo una fuerte presencia el bandolerismo, continúa con el ciclo agrario, “que tiene que ver con las facciones de los pueblos, de las comunidades, de los municipios, que van a ser un factor de violencia”, para proseguir con la Cristiada, que ubica en dos momentos, en los 20 y los 30, “que fue menor pero también en estas regiones fue muy fuerte”.
“Todas esa violencias lo que nos revelan es que ha habido una presencia débil del Estado en regiones como esta de Tierra Caliente, donde el rostro del Estado aparece históricamente más coercitivo que hegemónico, y eso también es un factor de violencia”, puntualizó.
El académico explicó que esta región es un territorio muy basto que en un inicio estaba muy poco poblado, una situación que cambió a raíz de la Cuenca de Tepalcatepec y del Balsas, en los años 40, 50 y hasta los 70. “Para darte un dato, en el 40, en el 50 hay aproximadamente 40 mil habitantes en la región. En el 70, a raíz de los proyectos de las obras de Tepalcatepec y del Balsas empujadas por la comisión encabezada por Lázaro Cárdenas, que era vocal ejecutivo de esta Comisión, la población se cuadruplica, pasa a más de 160 mil en la región”.
Ese fuerte crecimiento demográfico que se da en muy poco tiempo, explicó, trajo una conflictividad adicional a la que ya había, “que son esas violencias que tienen que ver con el reparto agrario, con el tema de las facciones de los pueblos, con el tema de la cristiada, la cuestión religiosa, con un incesante bandolerismo que arranca desde la Revolución y que no cesa, problemas de abigeo, saqueo de casas, de secuestros, esta región los ha padecido”.
“Eso generó también una tradición de vigilantismo civil, de defensas rurales en la región, y también una cultura, que podemos llamar, de una violencia expresiva, muy ligada a las vendettas, al honor, una violencia que podemos llamar ritual que se enlaza también con esas violencias instrumentales que tienen que ver con la tierra, un botín, el secuestro, la quema de casas y sobre esas diferentes violencias va a venir después la de los enervantes”, puntualizó el doctor Guerra Manzo.
Justamente después de la segunda Guerra Mundial, es cuando se va a dar el apogeo de los grupos del crimen organizado, que ya están desde la segunda posguerra, pero que eran figuras muy diferentes hasta la década de los 80 a las que van a emerger después de esa década y que hoy predominan que son grupos más expoliadores de la población.
En ese sentido, su trabajo intenta ver en esa larga duración “qué continuidades y discontinuidades ha habido en esas violencias que se van anudando las unas a las otras, y donde el Estado una y otra vez aparece incapaz para apagar esos ciclos de violencia y convendría en su momento también hablar de qué medidas ha tomado el Estado para enfrentar esas diferentes formas de violencia y cómo todas ellas han sido incapaces, siempre lo rebasan, una y otra vez”.
Enrique Guerra Manzo refirió que para entender la prevalencia del crimen en esta región se vuelve ineludible entender “la serie de redes entre funcionarios y personas o empresarios de la violencia, que han contribuido también, a través de diversas complicidades, a que imperen escenarios de impunidad, de complicidad y las condiciones propicias para el empoderamiento de estos grupos delincuenciales, del llamado crimen organizado”.
Recordó que desde que Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano (1980-1986) asume la gubernatura da cuenta de la existencia de redes y corredores de narcotráfico en la región de Tierra Caliente y otras zonas, incluso rumbo a Guadalajara, y utiliza la Policía Judicial para hacer labores de espionaje, operativos.
Aunque desde antes, precisó el académico, en de la década de los 50 ya había tenido lugar el primer operativo en el país, guiado por el Presidente Adolfo López Mateos en la región para tratar de erradicar el cultivo de enervantes, que ya era muy fuerte en la zona.
“Cuando Cuauhtémoc llega a la gubernatura de Michoacán en los años 80, ya tenía varias décadas anidada esta cultura delincuencial, estos grupos, pero no eran tan visibles como lo son ahora, no tenían interés en hacer mucho ruido, trataban de mantener un blindaje social y ese prestigio que buscaban entre la población les ayuda a ello, daban empleo en sus cultivos de enervantes, hacían fiestas, hacían obras de infraestructura”, explicó.
Y ahondó: “Eran figuras estimadas más que estigmatizadas, pero estos grupos van a cambiar a medida que se da la crisis del Estado semi benefactor que tuvimos en México en los años 80, y con esa fuerte crisis económica prospera aún más el cultivo de enervantes. Muchos para resarcir sus pérdidas se deslizan en mayor medida hacia el cultivo de enervantes y empiezan a aparecer grupos delincuenciales”.
Para el doctor Guerra Manzo un punto de inflexión en la zona se da con la llegada de los Zetas al estado ya entrando el siglo XXI, a quienes ya no les interesa “competir por el prestigio entre la población sino explotar los territorios y las cadenas productivas en que los que ellos logran poner su poder”.
A la llegada de este grupo sucede una fase en la que, refirió el académico, “la Familia Michoacana inaugura un modelo en donde, sin dejar de emplear la amenaza y el uso de la violencia, tratan de blindarse socialmente, diciendo que Michoacán es para los michoacanos, los Zetas son fuereños, vienen de Tamaulipas, vienen de fuera, eran el grupo armado del Cártel del Golfo, y con ese pretexto tratan de convencer a la población civil de que se les apoye con recursos para sacar a los Zetas de la entidad, y lo logran, dura dos años esa lucha, entre 2006 y 2008”.
Pero una vez que logran expulsar a Los Zetas, esas “ayudas” que daban a la población para tratar de limpiar a la entidad de Zetas, “se convierte en extorsión permanente, entonces la población se siente engañada, siente que cayeron en la trampa, es decir, aparece la familia como con la bandera de la liberación de la población, los logran liberar de los Zetas pero ellos se ponen en su lugar”,
“Pero hay una diferencia también importante, y es que la Familia Michoacana y Los Templarios nunca dejaron de tratar de recuperar el lado ‘filantrópico’ de los grupos de narcotraficantes de antes de los 80, apoyaban de diversas maneras, además de obras sociales había incluso intervenciones para dirimir cuestiones de herencias”, expuso Guerra Manzo.
Apuntó como a medida que el expresidente Felipe Calderón Hinojosa inicia su operativo en la región y se empieza a golpear las finanzas de La Familia se da una pugna entre el grupo de los Caballeros Templarios, encabezado por “El Chayo”, por Nazario Moreno, y el grupo que se queda con el nombre de la Familia, “El Chango” Méndez. “Va a ganar los Templarios, expulsan de Michoacán a la Familia, una guerra que va a durar también casi dos años, y los pueblos otra vez se ven divididos, se ven fragmentados, se ven amenazados”.
“Triunfan los Templarios pero empiezan a poner un rostro más espoleador, incrementan las cuotas, el derecho de piso, las cadenas productivas son cada vez más obligadas según les convenía a ellos y eso genera una serie de agravios entre la población, que va a dar lugar a las autodefensas, y viene otro ciclo de violencia”, añadió.
En ese sentido, identificó que hay tres tendencias en la región que se dan luego de que irrumpen las autodefensas en el 2013, y descabezan a los Templarios con la ayuda del Comisionado Alfredo Castillo, enviado por el Presidente Enrique Peña Nieto. “Vuelve a haber un escenario de fragmentación de cárteles, y esa fragmentación obliga a un nuevo ciclo de violencia que va aunado a la descomposición de los propios grupos de autodefensa, muchos de ellos colonizados por el crimen organizado y se convierten algunos de ellos en tiradores de droga, también, y eso genera otro escenario, también en el que estamos ahora viviendo y la erosión de esas bases sociales va a ser muy fuerte”.
En ese sentido, señala que una de estas tendencias es la de la paz negativa que hay en Tepalcatepec, donde impera un “neocacique” que perteneció al grupo de los valencia, al Cártel del Milenio, Juan José Farías y que ahora tiene su propio grupo. Otro escenario es el de Buenavista donde impera una fragmentación, donde ningún grupo logra imponerse.
Y hay, indicó, otro escenario más optimista, el de Tancítaro “que tiene que ver ahí con un modelo de participación popular ciudadano como elitista, de una policía de élite para cuidar los aguacates, que es muy interesante, de cómo hay redes moleculares de la sociedad civil que sí logran imponer la paz”-
“Pero los demás van por el lado de Buenavista o por el lado de Tepalcatepec, por una paz negativa por lugares donde ni siquiera hay esa paz negativa. Paz negativa porque está sobre un neocacique que puede resbalar a una mayor violencia cuando ese cacique lo desee, o a mayores niveles de expoliación, no hay un control ciudadano”.
En ese sentido, dijo, “las bases sociales se han debilitado e impera más el principio oir, ver y callar, están en una situación de vulnerabilidad muy fuerte la población de esa región y no hay en quien confiar”.