Alejandro Páez Varela
08/05/2023 - 12:08 am
De pendientes y catástrofes
En otras palabras: si México no se hunde, si las cosas no suceden como ellos predicen, habrán hecho inútilmente gárgaras de aguas negras.
Existen muchas preguntas que la izquierda rehúye por un malentendido y pareciera haberlas convertido en un tabú. La mayoría está relacionada con el desempeño del Gobierno, como por ejemplo: ¿en qué no se pudo avanzar? ¿En dónde el deseo de cambio se quedó en deseo? ¿Cuáles son las tareas de Estado que necesitarán consolidarse en el siguiente sexenio? ¿Quiénes fallaron a la hora de cumplir con el encargo? Esta última es todavía más difícil porque personaliza.
Andrés Manuel López Obrador tiene apenas un año y poco menos de cinco meses para cerrar su periodo como Presidente. El siguiente es tramo delicado porque esas preguntas vendrán, necesariamente. El mismo jefe del movimiento de izquierda tendrá que externar sus pendientes si es que quiere que se retomen apenas entregue la Banda Presidencial y de hecho ha venido personalizando, como cuando hablaba de su frustración con sus postulaciones para la Suprema Corte. Sin embargo, cada tema que marque como inconcluso o cada pendiente que reconozca para después de su tiempo será interpretado como fracaso, potenciado en los medios y usado como gasolina por sus muchos enemigos.
A pesar de lo anterior, el primer Presidente de izquierda desde Lázaro Cárdenas del Río (1934-1940) necesita fijar esa agenda de pendientes no sólo porque hacerlo es honesto y porque comprometerá a los que vienen después de él, sino porque el país no debe reinventarse cada seis años. Él lo sabe. Necesita romper el tabú que significa reconocer los pendientes porque su gobierno está frente a la oportunidad de ser el primero en fijar objetivos de Estado que trasciendan a uno, dos o más periodos.
Con persistencia, las élites intelectuales, mediáticas, académicas y empresariales (que en un punto se funden en una misma cosa) han buscado colocar la idea no sólo del “fracaso”, sino de “la destrucción del país”. Y apenas comienzan. Viene un bombardero tupido porque, aunque no tienen con qué ganar 2024, sí buscarán provocar daño y entorpecer el camino a quien llegue, arrebatándole posiciones sobre todo en el Congreso.
La izquierda necesita, obviamente, contrarrestar este discurso del fracaso y la destrucción del país. Al mismo tiempo, debe generar una agenda que parta de reconocer áreas donde no se pudo avanzar en un primer sexenio para que quien llegue lo retome.
López Obrador y su movimiento saben que hay poco qué hacer con las élites y al mismo tiempo entienden que necesita labor entre las mayorías para atajar (y están obligado a hacerlo) el ataque masivo que se viene. De hecho es la izquierda en su conjunto la que necesita hacer el trabajo meticuloso de dar argumentos a la gente para que defienda la decisión que tomó en 2018 y, más importante aún, para que sepa cómo defender su decisión de mantener el voto en 2024. Esto último es muy, muy importante. Atañe a López Obrador y depende de sus distintos equipos.
Déjenme ponerlo más claro: hay una madre en algún lugar de México que votó por la izquierda en 2018 pero su entorno, por las razones que sean, le restriega la decisión todos los días. Esa madre (que puede ser un estudiante o un abuelo o quien sea) tendrá más presión en los siguientes meses; su entorno tendrá cada vez más información para atacarla y en algún momento la «mañanera», que es el vínculo del Presidente con ella, terminará.
Al mismo tiempo, los opositores de la 4T pondrán a disposición de los suyos un discurso sólido, bien construido y bien distribuido desde casi toda la prensa. Y la madre necesitará tener herramientas para defenderse y defender aquello en lo que cree. Lo que viene, entonces –aunque la frase pueda resultar pretenciosa–, es una disputa por las ideas a nivel hogar y trabajo, o a nivel barrio. Sí, y la madre deberá defender ideas, incluso más que hechos.
Esta última idea merece una explicación poco más a fondo: si uno entra a Twitter (sobre todo a ésa red tóxica) puede darse cuenta que los hechos no importan a la hora de que la oposición construye discursos. Se habla de un “país en ruinas” con un dólar cada vez más barato y un peso cada vez más robusto. Se habla de “la devastación” con inversión extranjera directa en niveles históricos y con un país apetecible para los capitales foráneos. Se acusa de “una dictadura” desde casi toda la prensa, cuando las dictaduras acaban con los medios libres antes de tomar al resto de los poderes. Se acusa al Presidente de “dictador” a pesar de que pierde, casi cada semana, casos simples con jueces, es decir, con juzgadores a nivel piso.
Entonces, insisto, los hechos no importan porque las élites pueden difundir mentiras sin esperar una respuesta. Es una disputa por las ideas y es a nivel piso. Y es importante que la gente común que vota izquierda tenga argumentos para contener al otro y más que eso: para explicarle por qué cree en lo que cree y por qué votará izquierda otra vez en 2024. Porque eso hará, según todas las encuestas disponibles. No hay una que le dé oportunidad a la derecha.
La izquierda, entonces, debe construir desde ahora el discurso de un “Proyecto 4T 2.0”, por llamarle de alguna manera, porque es casi inevitable que se extienda otros seis años –por un lado– y porque debe dar certezas de qué viene. Y porque habrá muchas tareas que se quedarán a medias, donde el deseo de cambio se quedó en deseo y deben considerarse tareas de Estado que necesitarán consolidarse después del sexenio de López Obrador.
Hay sustento para decir que es casi inevitable repetir en 2024 y las tendencias en todas las encuestas lo indican. Pero debe explicarse lo que sigue, y comprometerlo desde ya, y aquí regreso al como empecé: ¿Cómo debe ayudar López Obrador, el mayor activo de la 4T, en crear e impulsar un discurso más revolucionado para el futuro inmediato? ¿Cómo hacerlo sin faltarle al respeto a las ideas de la próxima Presidenta o Presidente?
Una manera es a través del movimiento. Morena y sus aliados deben conciliar una agenda con sus aspirantes presidenciales; construir ideas de futuro, de un proyecto refinado para después de 2024 y sacar esa agenda que garantice la continuidad. ¿Más trenes como política de Estado? Plantearlo como tal: se llama Tren Olmeca y va de Palenque al Puerto de Veracruz. ¿Da para un Tren Teotihuacano Veracruz-CdMx? Decirlo desde ahora. Eso sería ponerle rostro a ese ‘Proyecto 4T 2.0”. ¿Llegó la hora de llenar de parques solares el país? Cuántos, cómo, dónde, con qué. Es decir, no sólo darle insumos a una madre para que defienda su voto de 2018, sino darle razones para que explique por qué votará izquierda en 2024.
El adversario intelectual de una madre (como de cualquiera otro que esté en la trinchera) no son Enrique Krauze y Marko Cortés; no son los activos periodistas vinculados a Felipe Calderón desde hace más de una década o los arropados por Claudio X. González. El adversario intelectual de una madre es otra madre, igual que ella, que fue convencida de que está bien defender a las élites aunque esas élites la empobrecieron a ella y empobrecieron a todas las madres de su misma colonia.
Los menús de catástrofes
El discurso de la “destrucción de México”, de hecho, tiene tiempo trabajándose desde las élites. Si uno abre Twitter (“uno” entendido como cualquiera que no participa en las cofradías intelectuales, económicas, académicas o mediáticas) puede sorprenderse de lo elaborado que están ya los “menús de catástrofes” que se nos vienen si, aseguran, México vota izquierda otra vez.
No se cumplieron las catástrofes que pronosticaban para 2018-2024, pero ya tienen los menús de las catástrofes para 2024-2030. No importan los hechos, como digo. La destrucción, dicen los cocineros intelectuales de esos menús, viene en distintas presentaciones y camina por distintas sendas. Y no es broma, nadie se ría porque el fin de México se aproxima, según estas versiones.
Entre académicos, periodistas e élites intelectuales han simplificado a tal punto estos menús de catástrofes que ni siquiera se necesitarían tantos: en el largo plazo todos estaremos muertos, pero antes viviremos el infierno, según dicen. ¿Ha usted leído el libro o ha visto películas de El Señor de los Anillos? Bueno, pues imagínese que “el ojo de Sauron” es el ojo de López Obrador y todos vivimos en algo parecido a Mordor. Y se pondrá peor, dicen.
Si vuelve a ganar la izquierda en México, aseguran, nos espera una “guerra civil norte-sur”. Ese es el escenario suavecito. Otro: se impondrá un “Estado mafioso”. Un tercer escenario o futuro posible prevé “movimientos separatistas” por todo el país que partirán el territorio en pedazos. Y recientemente leí que alguien plantea un regreso de México a las polis, a las ciudades-estado. Por mi madre que no es broma. Allí están los textos, los tuits, las teorías. Suenan ridículas y lo son, pero imagínese usted estos argumentos en boca de una vecina que se ha comprado la idea de que viene la destrucción del país.
Por supuesto que intelectuales, políticos, académicos y medios han logrado capitalizar la idea de “Mordor y el ojo de Sauron-Obrador”. Vea a Felipe Calderón. No ha logrado dignificar sus ingresos, por supuesto, porque para ello necesitaría saber algo más que el arte de envenenar lo que respira, pero al menos públicamente ya no es un parásito apátrida empollando billetes en el nido de un corporativo depredador español. Ahora da conferencias a la ultraderecha continental gracias al mito del dictador, la dictadura y el regreso de México a la era de las cavernas.
El arribo de López Obrador al poder ha dado sentido a vidas vacías, envilecidas. Cheque cuentas en Twitter como la de un tal Mario di Costanzo, que tuiteó hasta coronas funerarias cuando el Presidente dijo que tenía COVID. Un caso patético, el de Di Costanzo, quien llegó incluso a ser Diputado. En cualquier otro momento sería un escándalo lo que él tuitea, pero hoy provoca el aplauso de las élites. En cualquier otro momento habría merecido una condena unánime alguien que desea la muerte de otro ser humano, pero hoy es abrazado por la intelectualidad, los medios y por los líderes de oposición. Vean cómo lo idolatran entre más odia. También vean cómo se ridiculiza a sí mismo mientras más lo aplauden.
No registraba a Di Costanzo hace años. Ver en lo que se ha convertido no es sencillo porque es ver, también, una parte de la sociedad que se degrada; élites que glorifican lo vulgar y se denigran a sí mismas mientras invitan a otros a caer en la misma zanja con aguas negras. Vean qué es Pedro Ferriz; vean cómo aplauden a otro periodista de Veracruz (olvido siempre su nombre, bendito Dios) que se inventó una “fuente en Palacio Nacional” y narra directo de su imaginación. Ya no importa mentir, calumniar. De hecho, ese es el nuevo juego: aplaudirle a los que calumnian, abrazar a los que mienten y besarle las várices en los muslos a los que se desnudan frente a las élites igualmente envilecidas y frustradas.
Desearle la muerte a un individuo, imagínese, y recibir una ovación. Pero es lo mismo que con los menús de catástrofes. Es envilecimiento colectivo. Realmente desean que le vaya mal a México; les urge que nos vaya mal porque, de otra manera, no pueden justificar su decisión de bañarse en el caldo espeso de la infamia y la mentira. En otras palabras: si México no se hunde, si las cosas no suceden como ellos predicen, habrán hecho inútilmente gárgaras de aguas negras.
Concluyo. Son días de enorme oportunidad para la izquierda. Debe construirse un discurso noble para el presente y fijarse una agenda de futuro a la voz de ya. Necesita darle argumentos a la gente para que defienda su decisión de 2018 y confirme su voto en 2024. Necesita aceptar en qué no se pudo avanzar; ubicar bien en dónde se atoró el cambio y cuáles son las tareas de Estado que se quedan para consolidar. Esto también permitirá mantener un discurso muy distinto al de la oposición, que no ha logrado construir un proyecto alternativo de Nación en más de cuatro años, aunque le sobran los menús de catástrofes y malos augurios que nadie agradece.
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