La salud mental y física de las madres y familiares que buscan a una persona desaparecida se va mermando con el desgaste de las búsquedas y los nulos resultados de las autoridades, mientras que las instituciones públicas desatienden lo necesario para contener lo que derechohumanistas consideran una crisis de salud.
Por Marco Antonio López
Ciudad Juárez, 27 de marzo (La Verdad Juárez).-- Rita recuerda un día que escuchaba música con su hijo Érick Aguirre Balbuena. Sonaban canciones de Ritchie Valens, aquel fenómeno del rock and roll que alcanzó la fama y el éxito de la radio estadounidense, no sólo por la particularidad de ser apenas un adolescente, sino por ser el primero en cantar rock and roll en español.
Valens murió en un accidente aéreo el 3 de febrero de 1959 con apenas 17 años, sin embargo, su música dejó un legado cobijado por la cultura mexicana. Tanto que Rita y Érick escuchaban sus canciones en un contexto de violencia que llevó a Juárez a ser considerada la "ciudad más violenta del mundo" en 2010, casi a 50 años de la muerte de Valens.
Quizá fue el contexto de violencia, la ciudad militarizada, la cotidianidad de la muerte lo que llevó a Érick Aguirre a comentarle a su madre “si un día me muero quiero que me entierre con esa música”. Rita le restó importancia o reaccionó acaso con un esperado “cállate menso, no digas esas cosas”, en realidad no lo recuerda bien.
Hay muchas cosas que se le escurren a Rita de la memoria: fechas, nombres de medicamentos, de operaciones, de agentes de la Fiscalía. Hace más de diez años su hijo Erick desapareció y la vida de Gloria Rita Balbuena es como una neblina insistente que no se disipa, como el zumbido en su oído que no se aleja.
Su condición exhibe no sólo la crisis que enfrenta e impacta en su salud mental, también la que muchas mamás de víctimas de desaparición forzada.
“Es una crisis realmente lo que se está viviendo, las madres (buscadoras) se están desgastando”, considera Silvia Méndez, directora del Centro de Derechos Humanos Paso del Norte, organización no gubernamental que acompaña y representa legalmente a familiares de personas desaparecidas y sobrevivientes de tortura.
De acuerdo con Méndez, la falta de atención especializada para las víctimas y sus familias es una crisis, ya que por una parte, en un primer momento, está la falta de una atención inmediata y después, en el caso de desaparición, si la persona no aparece, es un proceso de larga data que desgasta al mantener una búsqueda y enfrentar los nulos resultados de las autoridades, lo que deriva, muchas veces, en enfermedades graves.
“El ver que no existe ningún avance va mermando la salud de todas las familias, emocional y física, pero sobre todo de las madres y ellas son, en mi experiencia, las últimas en atenderse, siempre se postergan”, menciona.
EL DESGASTE DE LA BÚSQUEDA
La madrugada del 24 de septiembre de 2012 un comando armado rompió los candados del portón de la entrada a la casa de Érick Aguirre Balbuena, de entonces 27 años. Ingresaron a su casa de la colonia Profesora Simona Barba y lo sacaron en ropa interior. A su esposa le dijeron que buscara a Érick en la Fiscalía General del Estado, que lo llevaban detenido.
Así llegó el desorden a la vida de Rita. El desorden del sueño, el desorden alimenticio, el desorden familiar, el emocional, el económico y de manera muy abrupta y evidentemente ligado, el desorden de la salud física. Su cuerpo interiorizando todo el dolor y la angustia empezó a mermarse sin discreción ni pausas.
El hambre y el sueño se fueron juntos. Rita permaneció en Fiscalía con la esperanza de escuchar que todo se trató de un error, que sí detuvieron a su hijo pero que saldría libre. Rita esperó sin resultados que Fiscalía tuviera una explicación para la desaparición de su hijo. Incluso se cambió de domicilio, rentó un pequeño cuarto en una vecindad a espaldas de la Fiscalía General del Estado, junto al eje vial Juan Gabriel.
Cada día Rita despertaba, si tenía la suerte de dormir un poco, sabiendo que pasaría el día en esas oficinas. Y cada día la atención fue peor que el anterior, hasta que los oficiales, optaron simplemente por ignorarla, hacer como que Rita no existía, recuerda. Lo único que supo es que su hijo nunca llegó detenido y que no se tenía idea de su paradero.
“Hasta ahorita no sé nada de mi hijo, en Fiscalía nunca tuve respuestas, a pesar de que ahí estaba todos los días, les lloraba, les decía que me ayudaran a buscar a mi hijo, pero nunca hubo respuesta de nada. Solo me ignoraban”, cuenta.
El primer año Rita vomitó mucho a causa del desorden alimenticio, su cuerpo no procesaba bien el alimento y empezó a sufrir gastritis severas, comía muy poco y dormía menos.
“Pasaban días y se me olvidaba comer. Tampoco dormía, podía durar hasta seis días sin dormir, dormitaba nomás. Me pasaba toda la noche pensando en mi hijo”, recuerda Rita.
Una tarde saliendo de trabajar, Rita se dirigía a Fiscalía en un camión de transporte público. Pensaba en Érick, como casi todo el tiempo, cuando en la radio empezó a sonar “Sleepwalk”, de Ritchie Valens. No tuvo tiempo de pensar nada, bajó del camión en un impulso autómata, vio que otro camión venía en el sentido contrario y corrió hacia él esperando que la impactara de frente, sin embargo, el chofer alcanzó a verla cruzar y pudo realizar una maniobra abrupta para evitar el impacto.
Todavía con el corazón acelerado Rita supo que la vida no tenía sentido para ella. Apenas puede describir lo que sintió esa y otra vez que se apuntó ella misma con una arma de fuego a la cabeza: “Era tanto mi dolor que ya no podía vivir”.
La primera vez que tuvieron que operar a Rita luego de que su cuerpo sucumbiera ante los embates del hambre, el sueño, la angustia y la depresión, fue por una hernia hiatal y la vesícula. Casi cualquier alimento era rechazado por su cuerpo, su bajo peso se hizo evidente y no tenía fuerza para seguir la búsqueda de su hijo.
Era 2013 cuando la operaron en una clínica particular, el procedimiento costó alrededor de 55 mil pesos y el proceso de recuperación fue duro porque siguió perdiendo peso, sólo podía ingerir líquidos y a eso había que sumar que la depresión y la ansiedad persistían.
Rita logró recuperarse, estaba en tratamiento médico, psicológico y tomaba medicamento para dormir, Clonazepam, que aunque le generaba mucha ansiedad y la hacía sentir muy triste, era la única manera que encontraba para poder dormir un poco.
Sin embargo, para 2014 los ataques de ansiedad arreciaron, se volvieron ataques de pánico que la llevaban incluso a perder el equilibrio y a caer y quedar inmóvil. Se dio cuenta también que estaba perdiendo la facultad de escuchar. Y fue al médico.
Sus nervios del oído estaban quemados, en un primer diagnóstico le dijeron que no volvería a oír ni a caminar, que no se podía hacer nada. Sin embargo, otro doctor les dijo que era una operación difícil pero que valía la pena el riesgo antes que quedara inmóvil.
Rita no tiene seguro médico. Hace 35, de sus 55 años, que trabaja limpiando casas.
Vendió una camioneta que dejó Érick y su otra hija vendió también su auto. Les alcanzó para pagar la operación en una clínica particular. Rita estuvo tres semanas en cama en la misma posición, boca arriba, para que su oído no se moviera. La operación resultó bien pero no pudo caminar hasta muchas semanas después.
“La recuperación era estar boca arriba sin moverme, no podía llorar, no podía ir al baño, no podía hacer nada para que mi oído no se fuera a mover, después de eso podía dormir de un solo lado, no me podía lavar el pelo. Fue muy dolorosa esa recuperación, estaba en la casa de mi hija, cruzando la calle está mi casa, yo la veía por la ventana y me preguntaba cuándo podría ir. Se me hacía una eternidad poder caminar para cruzar la calle a mi casa”, dice.
En el oído quedó un zumbido que no se va nunca y que siente insoportable cuando crece la depresión y la ansiedad, que tampoco se han ido del todo.
“La depresión nunca se ha quitado, ahí está, y todavía no es hora que pueda dormir, empezó la ansiedad y no se va. Me internaron por la presión alta a raíz de esto. Todavía uso medicamento para dormir, porque de otra manera no puedo dormir, si no me lo tomo puedo durar días sin dormir”, cuenta Rita a quien incluso le cambió el habla y batalla para pronunciar ciertas palabras a raíz de la operación de su oído.
Para el siguiente año un dolor en el pecho la llevó a descubrir que tenía un tumor, luego de realizarse una mamografía, una resonancia y un ultrasonido que pagaron entre ella y su hija y con ayuda de un hermano. Tuvieron que extirpar el tumor a pesar de que no era maligno en un procedimiento que dejó a su familia con más problemas económicos.
“Dicen que me bajan mucho las defensas a causa de las depresiones y eso afecta a mi cuerpo y cada año me tenían que estar operando. Así que me pedían seguir tomando la terapia, y sí, desde lo de mi hijo he estado en terapias psicológicas, pero siento que no puedo salir adelante”, cuenta Rita.
EL SUFRIMIENTO PSICOSOCIAL
La guerra contra el narcotráfico ha dejado en el país la cifra de más de 100 mil desaparecidos. En el estado de Chihuahua hay 3 mil 512 personas reportadas desaparecidas y que no han sido localizadas, de acuerdo con el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas, del Gobierno federal, lo que nos habla de miles de madres buscando a sus hijos.
“Lo emocional está relacionado con cada parte del cuerpo y aunque cada persona es distinta es difícil disociar la pérdida de una persona con las implicaciones de ese dolor en el cuerpo”, de acuerdo con Alejandro Durán, psicólogo que acompaña a las familias de las víctimas de desaparición forzada y tortura en el Centro de Derechos Humanos Paso del Norte.
Por ejemplo, recuerda el caso de una mujer que busca a su hijo y que acude a cada rastreo que organizan desde el Centro de Derechos Humanos y que con el pasar de los años va manifestando un problema de hernias en la columna que se refleja en un severo dolor de espalda.
“Mientras ella no encuentre a su hijo va a seguir en los rastreos y mientras eso siga el problema de la espalda va a estar ahí, agravándose”, dice Durán.
“Es un impacto psicosocial que se tiene que medir desde lo multidisciplinario pero difícilmente una autoridad va a asumir la responsabilidad porque no lo ven como una consecuencia del hecho que sufren las familias, un dolor físico no lo relacionan con la desaparición de un hijo”, asegura Alejandro Durán.
A pesar de esto la Ley General de Atención a Víctimas dice en su Artículo 34: “En materia de asistencia y atención médica, psicológica, psiquiátrica y odontológica, la víctima tendrá todos los derechos establecidos por la Ley General de Salud para los Usuarios de los Servicios de Salud, y tendrá los siguientes derechos adicionales:
I. A que se proporcione gratuitamente atención médica y psicológica permanente de calidad en cualquiera de los hospitales públicos federales, de las entidades federativas y municipales, de acuerdo a su competencia, cuando se trate de lesiones, enfermedades y traumas emocionales provenientes del delito o de la violación a los derechos humanos sufridos por ella. Estos servicios se brindarán de manera permanente, cuando así se requiera, y no serán negados, aunque la víctima haya recibido las medidas de ayuda que se establecen en la presente Ley, las cuales, si así lo determina el médico, se continuarán brindando hasta el final del tratamiento”.
El problema no es la Ley, la Ley General de Atención a Víctimas es muy completa, es muy clara y no deja fuera ningún derecho de las víctimas, la Ley está ahí, pero no se está aplicando, no hay recurso ni un enfoque psicosocial, asegura Silvia Méndez, del Centro de Derechos Humanos Paso del Norte.
“La institución no funciona, cuando se requiere una atención médica para las víctimas la CEAV quiere quitarse esa responsabilidad. Es realmente tortuoso el procedimiento para lograr que la víctima sea atendida”, menciona Silvia Méndez.
La derechohumanista recuerda el caso de una madre que necesitaba atención médica especializada y que ante el proceso revictimizante en CEAV donde condicionaban la atención prefirió irse.
“No es una instancia la CEAVE que esté respondiendo a la atención de salud inmediata de las víctimas. La CEAVE en este sentido no funciona”, dice.
“El sistema de salud en nuestro país es deficiente y es difícil acceder a cuestiones especializadas, y en el caso de las mamás sus lesiones son profundas y eso no lo cubren y no se da un trato integral, no hay especialistas que tengan un enfoque de derechos humanos para atender a las víctimas”, menciona Alejandro Durán.
“Dónde está el recurso porque sabemos que la CEAV y las fiscalías no tienen el recurso suficiente y el que tienen no lo administran bien. Pero es claro que no tienen ni una mínima parte de lo que se gasta en publicidad”, menciona Durán.
Mientras platicamos Rita recuerda que tiene que tomar sus medicamentos, toma Diacreína con Meloxican de 50 miligramos, Hesperidina de 50 miligramos, Ketorolaco de 10 miligramos y Losartan con Hidroclorotiazida de 50 miligramos.
Y aunque no ha podido encontrar a Érick con vida o enterrarlo con música de Ritchie Valens, Rita dice:
“Este año me he sentido un poco mejor, antes no podía hacerme cargo ni de mí misma, mi hija se volvió la mamá y la abuela. Ahora ya me hago cargo yo de mi nieto, el más pequeño de Érick, tiene 13 años, tenía dos años y medio cuando se llevaron a su papá. Él me hace fuerte”, dice Rita que pone una pastilla en su boca y da un sorbo a su vaso de agua.