El padre Bonilla López afirma que el CJNG ha asesinado, desaparecido y expulsado a más personas que las organizaciones anteriores. Sus combates con otros grupos también han provocado desplazamientos del municipio.
Por Parker Asmann
Ciudad de México, 20 de febrero (InSight).-- Era alrededor del mediodía cuando los hombres armados entraron a la capilla. El padre Rafael Bonilla López** estaba oficiando misa.
En su pueblito en la región de Tierra Caliente, en el oeste de México, no era raro ver a hombres con armas de alto poder caminando por las calles o desplazándose en convoyes de camionetas. Los miembros del Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG), una de las principales organizaciones criminales del país, ya habían pasado antes por la iglesia con sus estruendos.
Pero esta era la primera vez que entraban al templo. El padre le dijo a InSight Crime que eran nueve en total, y que entraron por la puerta principal.
“Todos eran jóvenes”, dijo, de no más de 30 años.
Esta área, ubicada entre los estados de Jalisco y Michoacán, ha sido durante mucho tiempo un campo de batalla de un puñado de grupos criminales, debido en gran parte a su ubicación estratégica para la producción de drogas sintéticas y a su papel como centro de producción agrícola nacional.
Desde su base de operaciones en Jalisco, el CJNG ha llevado a cabo durante años una campaña para expandirse a Michoacán y a lo largo de Tierra Caliente para ejercer control sobre ciertas economías criminales. Se está enfrentando a grupos locales como la Nueva Familia Michoacana, los Viagras y los remanentes de los Caballeros Templarios, los cuales en ocasiones han operado juntos y con otros grupos independientes bajo la bandera de los denominados Cárteles Unidos.
En una denuncia oficial posteriormente, el sacerdote dijo a los funcionarios estatales que “he reconocido que debí expulsar a estas personas por introducir armas a la casa de Dios”. Pero, agrega, “no quise interrumpir la santa misa”.
La celebración de ese día era especial. A principios de ese mes, varios hombres armados, presumiblemente vinculados al Cartel de Sinaloa, habían asesinado a plena luz del día a dos sacerdotes jesuitas dentro de una iglesia en el norte de Chihuahua. El padre Bonilla López había dedicado el culto de ese día a la memoria de los sacerdotes que habían sido víctimas de la violencia extrema que azota a México.
Cuando terminó la misa, el grupo armado esperó al padre y a uno de sus colegas afuera. Al salir de la capilla, uno de los hombres mayores del grupo amenazó al sacerdote en repetidas ocasiones.
“Quiero hablar con ustedes”, recuerda el padre. “Quiero que sepan que mi grupo y yo somos los que controlamos esta área”.
En los días siguientes, preocupados por la situación, algunos miembros de la comunidad se ofrecieron a ayudar al párroco a salir del estado, pero él se rehusó.
“[Si me voy], socavaría la fortaleza espiritual de la Iglesia Católica e incumpliría la vocación religiosa a la que he consagrado mi vida presente y mi vida eterna”, escribe en la denuncia.
UNA TIERRA RICA
Después de haber trabajado como sacerdote durante más de tres décadas en esta región, Bonilla López ha visto diversas organizaciones que van y vienen. No todas son iguales.
Al principio fue el Cartel del Milenio. Este grupo recurrió a alianzas con el Cartel de Sinaloa para convertirse en un importante traficante de metanfetaminas. Luego vino la Familia Michoacana, que comenzó bajo el mando de otro grupo, los Zetas, a quienes luego expulsaron de Michoacán. Una serie de muertes, arrestos y fracturas internas llevaron a la desaparición de ambos grupos y dieron paso a muchos otros.
Entre ellos estaba el CJNG. Antes de su llegada, las cosas no eran perfectas; sin embargo, el padre dice que los narcos eran más tolerantes con los civiles. Los Jaliscos, como se les conoce popularmente, trajeron consigo un estilo más agresivo.
“El cambio fue que los otros narcos convivían con la población y los nuevos narcos agredían a la población”, explica.
Específicamente, el padre Bonilla López afirma que el CJNG ha asesinado, desaparecido y expulsado a más personas que las organizaciones anteriores. Sus combates con otros grupos también han provocado desplazamientos del municipio.
El padre dice que la población se ha reducido en unos 100 habitantes y que casi todos los residentes son personas de 60 años o más. La ausencia de jóvenes ha reducido drásticamente los servicios disponibles y ha obstaculizado la economía local. Cuando estuvimos allí, en un día entre semana, solo una tienda pequeña abrió sus puertas. Además, la escuela cercana estaba casi vacía.
“La gente quiere vivir en paz, pero ya no quiere vivir aquí debido a la inseguridad”.
RESISTIENDO
Los problemas de Bonilla López continuaron después de que los hombres entraron a su iglesia y él acudió a las autoridades. Poco después de presentar la denuncia, López escuchó el eco de tres disparos a las afueras de la ciudad.
Sintió un vacío en el estómago. Era probablemente un arma automática, pensó; le estaban enviando un mensaje.
Pocas personas aquí se han enfrentado al CJNG, o a otros grupos criminales. Los habitantes han aprendido que es mejor guardar silencio, mirar hacia otro lado y fingir que no escuchan nada.
Pero este sacerdote no lo ha hecho. Las amenazas de muerte y las exigencias de que abandone el municipio, o que de lo contrario enfrente las consecuencias, se han vuelto constantes desde entonces.
“Quisieron correrme, pero yo no quise irme y aguanté, y aquí estoy”, dijo el sacerdote a InSight Crime.
*Victoria Dittmar y Carlos Arrieta contribuyeron a la redacción de este artículo.
**Por razones de seguridad, InSight Crime cambió los nombres de los entrevistados.