Tomás Calvillo Unna
15/02/2023 - 12:05 am
La disciplina sin fin
"La diáspora sucedió sin darnos cuenta; quedamos a la deriva y buscamos dónde pernoctar".
Rendija:
Duele un país que su alma es inmensa y se miente a sí mismo.
Duele un país que su corazón es inmenso y asesina y desaparece a sus hijas e hijos.
Duele un país que su imaginación es inmensa y la envidia corroe a sus habitantes.
Duele un país que su creatividad es inmensa y la desigualdad y corrupción lo asfixian.
Duele un país que su poder es inmenso y elige la crueldad como respuesta a sus frustraciones e ignora la libertad de la compasión.
Duele un país que su lengua es inmensa y sus palabras son de odio, humillación y rencor.
Duele un país que patrocina y elige las armas como garante de la paz.
Duele un país que sus dirigentes pactaron con el crimen para gobernar juntos y darle la espalda a los ciudadanos.
Duele un país que pierde su rostro y su voz.
A nuestras espaldas el viento,
adelante nos reúne el silencio.
Somos la línea de separación,
podemos mirar alrededor,
estamos bajo la inmensa bóveda;
el eco nos confirma,
cuando levantamos la voz.
Esta extrañeza es el inicio
y también el último paso.
No hay más allá y no hay retorno;
los costados están vacíos.
La diáspora sucedió
sin darnos cuenta;
quedamos a la deriva
y buscamos dónde pernoctar.
No hay reposo posible,
la distracción es la normalidad,
es lo que hay,
y no se detiene.
La arqueología se fugó al futuro,
el pasado desaparece.
Nos queda el instante,
en su parpadeo existencial;
el evasivo presente
convertido en su contundencia
en el tránsfuga de la mente.
Las imágenes se acumulan
y en un tronar de dedos
se esfuman;
una suerte de mágico acto
que celebra,
la pulverización continua de las horas
anudadas al olvido perenne.
La exposición es ya una rutina
de abrumadora aspiración,
exhibir, exhibirse,
ensordecer es la consigna.
El mercado de las emociones y los deseos
se propaga sin límite alguno;
es la apropiación de los momentos
que logra adaptarse sin reparo,
cuantas veces sea necesario.
Los instintos dominan
el reino de los instantes,
y nosotros,
más que testigos o actores,
somos prisioneros
con un libre albedrío deteriorado,
que evita perderse del todo.
Poco a poco nos damos cuenta
que el reloj ya caducó.
Las cosas que importan;
tarde o temprano
pierden relevancia,
una suerte de indiferencia se apropia
y ayuda a contener
cualquier brote de angustia.
La edad quebradiza de las palabras:
es la evidencia.
No hay desesperación,
una prudencia pertinente
resiste,
decidimos escuchar dentro:
el abismo,
su telúrica gravedad
ese hueco del alma
se convierte en el lugar.
A manera de peregrinos,
reconocemos
el sitio que buscamos.
La neblina oculta, nos oculta;
y esperamos,
esperamos,
atenidos a la verdadera disciplina:
esperar sin desear,
sin buscar,
hasta lograr olvidarnos,
y olvidar.
El desprendimiento
que el sacrificio indaga.
La voluntad única de saber,
cuya condición
es la libertad interior.
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