Susan Crowley
21/01/2023 - 12:04 am
Mi madre y Gershwin
Curiosamente, el sonido de ciertos instrumentos, como el saxofón y la trompeta, lo mismo que algunas voces, provocan sensaciones encontradas. Tonalidades increíblemente dulces contrastan con sonidos que podrían emular los gruñidos de una bestia.
Mi madre aprendió a hablar inglés a ritmo de jazz. A sus 86, canta todas las composiciones de George Gershwin. ¡Esas sí que eran canciones! The man I love, me contó, fue un consuelo para las mujeres que esperaban el regreso de sus hombres que habían ido a pelear a la guerra.
Mi padre era fanático de Count Basie, le fascinaba su swing. Conoció al famoso pianista, con todo y su banda de jazz, cuando tocó en Notre Dame, la universidad en la que estudió. Su favorita era Basie Boogie. Cuando bailábamos en las fiestas, mi abuela se aterraba. Este fulano, así le decía a su yerno quien no era santo de su devoción, va a matar a mi nieta con esa música endemoniada. Y es que el ritmo loco iba en crescendo mientras yo subía, bajaba y daba vueltas en el aire. Era un extraordinario bailarín. Luego venían las calmaditas, la favorita de Gershwin.
Someday he´ll come along
The man I love
And he´ll be big and strong
Mi padre atraía a mi madre con la mirada. Ella caminaba hacia él con ese paso de Jean Moreau, perfeccionado. Mi abuela profería todos los adjetivos posibles contra el fulano. Mis padres se tomaban de las manos y bailaban de “cachetito”. Era una pareja romántica. En el jazz se fugaban los problemas, las desavenencias y las disputas de todos los días. La rutina y el hartazgo se ponían en pausa porque lo importante era bailar. Mis padres, como tantos seres humanos, vivían en el jazz las razones para disfrazar el tedio vital.
Desde el inicio del jazz, las historias que se tejieron alrededor suyo, han permitido a la gente común sobrevivir al dolor y la desesperanza. La vida de los músicos e intérpretes tampoco fue fácil; en muchos casos, su talento era una forma de manifestar la tragedia en la que nacían, crecían y morirían. Pero como arte, el jazz es capaz de transfigurar lo oscuro en luz. Y, aunque se hable de su demoniaca esencia, es un género en el que podemos vivir las más intensas y diversas emociones. Las vibraciones del jazz activan centros nerviosos y abren puertas a otras dimensiones.
Entre todas las exploraciones del jazz, me gustaría hablar de la que para mí es la más compleja. Lo hago sin pretensión alguna, no soy erudita ni musicóloga. Simplemente vibro con él. Mis recuerdos más antiguos van de la música mal llamada “clásica” al género increíble del jazz. En casa, el arte primario fue la música. De esos años guardo las melodías dulces y llenas de ternura y el swing que puede convertirse en vértigo y adicción.
Casi todos huimos de lo que nos desagrada y anhelamos la belleza. Curiosamente, el sonido de ciertos instrumentos, como el saxofón y la trompeta, lo mismo que algunas voces, provocan sensaciones encontradas. Tonalidades increíblemente dulces contrastan con sonidos que podrían emular los gruñidos de una bestia. No sabemos si su belleza nos fascina o su salvajismo nos irrita. A veces música de ángeles, otras, espeluznantes sonidos y disonancias que se han relacionado con la caída libre al infierno, destino de muchos de sus creadores.
El jazz es el alma de la negritud, comunión del origen africano y el dolor de una raza despreciada que busca liberarse. Pareciera haber estado siempre ahí, entre los humillados y sus lamentos, en la lucha por la libertad. Muy pronto los salones de baile se dejaron dominar por los rápidos ritmos y sus intérpretes lograron la atención de un público ávido de entrar en estados “alterados”. ¿Facilitaba la experimentación con las drogas estos estados? Sería irresponsable aseverar esto. Lo cierto es que varios de sus virtuosos fueron adictos terminales y algunos murieron aquejados de trastornos mentales. No todos los “locos” o drogadictos son genios. Aunque en el jazz las coincidencias se multiplican y toca recordar a los autodestructivos, suicidas que se dejaron arrastrar por sus vicios y que, por alguna razón o por muchas, fueron víctimas de algún tipo de locura hasta convertir su existencia en un limbo en espera del final fatal.
El sax es un instrumento conocido como el cuerno del diablo por su proclividad a la oscuridad y las tinieblas. Giussepi Logan, uno de los mejores saxofonistas de los que se tenga memoria, podría ser un personaje de Paul Auster. Por su adicción a las drogas perdió todo, familia, carrera, e incluso los dientes. Su legendaria música lo acompañó al asilo para enfermos mentales donde no se le permitía tocar su sax.
Charlie Parker, Yardbird, como se le conocía, fue uno de los creadores del bebop, un vertiginoso ritmo que desbordó todas las escalas tradicionales. Su rebeldía lo llevó a un virtuosismo autodestructivo. La vida se le fue de las manos en un reto absurdo contra lo establecido; murió a los 34; parecía de sesenta.
John Coltrane, sin duda el mejor de todos. Murió de cáncer de hígado a los cuarenta. Después de años de adicciones logró limpiarse y luchó por los derechos humanos convirtiéndose en un místico. ¿Con su conversión Trane, como le decían, rescató su alma del diablo?
Billie Holiday, Bill Evans, Miles Davis, Chet Baker, Freddie Webster, fueron consumidores de heroína. Para su época, Bessie Smith tenía todo en contra: pobre, negra, bisexual, maltratada por los hombres y alcohólica. Thelonius Monk no la pasó mejor, una enfermedad mental lo orilló al ostracismo.
Todos ellos fueron virtuosos, originales, innovadores, con una capacidad inaudita para la improvisación. Con su talento, su voz o sus instrumentos esculpieron en el espacio y en el tiempo sonidos que llamamos jazz.
Mis padres los escucharon, poco sabían del horror de sus vidas y menos del mundo de las drogas, que se había apoderado de ellos. Lejos estaban de esas calles de Nueva Orleans, Chicago y Harlem inundadas de pobreza y vicios. Con el disco en la mano, soñaban mientras seguían los lyrics románticos y entrañables y los traducían a su buen entender. Como toda su generación, se entregaron al swing de las canciones de Gershwin, las bailaban y las cantaban de una forma ingenua. Poco tiempo después, la heroína fue considerada una de las drogas más terribles y letales y se persiguió a quienes comerciaban con ella. El mundo del jazz había sido marcado. Los avances en temas de salud mental se han convertido en preocupación mundial, aunque queda un buen camino por explorar en el cerebro de los llamados genios. A pesar de los abismos de muchos de sus creadores, músicos como Gershwin, quien no escapó al destino trágico, al morir a causa de un tumor cerebral a los 38 años, lograron llevar al género callejero y alguna vez clandestino, a las más importantes salas de concierto. Hoy, guste o no, el jazz es un clásico.
Les dejo una de las versiones más bellas de The man I love en la inigualable voz Billie Holiday
y otra con el piano de Thelonius Monk:
Y Rapsodia en azul de Gershwin con Yuha Wang, una joya musical:
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