Hablar de una biblioteca no es hablar de los libros, es hablar del espacio público, de la trascendencia y evolución de una sociedad.
Por José Trinidad Padilla López
Ciudad de México, 8 de enero (SinEmbargo).- Como director de la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco “Juan José Arreola”, para mí es un honor que Artes de México, una publicación con longevidad, vitalidad y prestigio, le haya dedicado un número de su revista a nuestro tesoro bibliográfico y cultural de occidente de México.
La Biblioteca Pública del Estado de Jalisco, como muchas cosas en este país, tiene un origen sui géneris. En sus acervos históricos podemos encontrar testimonio de volúmenes que formaron parte de distintos conventos que se encontraban en la periferia de Guadalajara de finales del siglo XIX. La Biblioteca es un testimonio vivo de la evolución de la ciudad tanto por su historia, como por sus acervos, o sus distintas sedes y la arquitectura de las mismas.
La biblioteca nos cuenta de aquel origen de una urbe de 300 mil, hasta esta metrópoli de cinco millones de habitantes. En aquella primera Guadalajara, que nos narra la historia de la biblioteca, tenemos una donde hombres Con la transformación de la ciudad, vino la transformación de la biblioteca, y con ésta el arribo del pensamiento crítico, los derechos y acceso a la vida democrática. La biblioteca es el espacio desde el cual se piensa y se reconstruye la sociedad a través de los ciudadanos. Esta metamorfosis da a la luz, concibiendo nuevos espacios.
La historia de esta ciudad y del estado de Jalisco también es la historia de su Biblioteca pública. Por eso cuando algunos desprecian la educación y se mantienen al margen de participar de la fiesta de los libros no es un asunto preocupante; hace más de un siglo que esta biblioteca y esta universidad han sido las celadoras fieles de su sociedad y su espacio público.
No es una vocación que tenga que ver con personas o filiaciones específicas. Aquel que es tocado por la educación no puede quedar igual; el cambio que plantea a una mujer u hombre que se encuentra a sí mismo a través del viaje que ofrecen los libros es un canje irreversible: le permite pararse de manera distinta ante la vida y observar con nuevas perspectivas el mundo que habita o inventarse uno nuevo.
Como anoté en las líneas que aparecen en esta revista, la biblioteca de la que hoy hablamos no plantea reserva alguna; se ofrece y difunde sus acervos, invita los ciudadanos –estudiantes, profesores, amas de casa, apasionados por la lectura, bibliófilos- a compartir este espacio público y desde acá construir y reconstruir el tejido social, para caminar como sociedad hacia la tan anhelada paz social que hoy necesitamos, para no desandar la vida democrática por la que, con dos siglos de historia como país independiente, hemos luchado por alcanzar.
Por eso celebro que Artes de México tenga a bien entregarnos a través de este número una perspectiva distinta para observar la memoria de Jalisco, con ella la remembranza del mundo del siglo XXI; encontrarnos al mundo antes del Internet; los dioses y maleficios en los que creíamos, darnos cuenta de cómo una obra como De revolutionibus orbitum coelestium fue un parteaguas en el paradigma del pensamiento moderno, y cómo nos permitió quitar a Dios del centro del Todo, y encaminarnos hacia el humanismo y abrirle paso a la vida democrática.
Hablar de una biblioteca no es hablar de los libros, es hablar del espacio público, de la trascendencia y evolución de una sociedad. A través de estas páginas acudimos a desvelar y desmitificar para convocarnos hacia el futuro y lo que él nos depara. Agradezco a Margarita de Orellana y Alberto Ruy Sánchez la oportunidad de presentarle esta cara tan magistralmente detallada de la biblioteca mediante cada artículo y fotografía.
