La historia de "El Neto", el líder de la banda criminal de Los Mexicles es la evidencia de los rezagos en Ciudad Juárez, Chihuahua. Tanto la llegada de la maquila como la guerra contra el narcotráfico de Felipe Calderón que hizo de la localidad su rehén, dejaron desamparada a toda una generación de jóvenes que encontraron en las drogas o en la delincuencia una opción para enfrentar su realidad.
Ciudad de México, 8 de enero (SinEmbargo).- Una posible solución para atender las necesidades de la juventud en Ciudad Juárez, Chihuahua —una localidad azotada por una veloz industrialización y por una guerra contra el narcotráfico— está en la cara de las autoridades, algo que requiere de empatía y perseverancia.
Situémonos en el año 2010. Ciudad Juárez estaba en medio de una crisis por la guerra contra las drogas declarada por el entonces Presidente Felipe Calderón Hinojosa. La Ciudad atravesaba por una crisis de feminicidios y como contexto, la industria maquiladora era la fuente de empleo más accesible.
Los niños crecieron solos. En casa, cuando el padre terminaba su turno en la maquila iniciaba el de la madre; la abuela o la tía no podían atender a los menores, también trabajaban en la maquila. Otros, otras, huérfanos de padres que murieron, madres que no volvieron.
La opción: la calle, otros huérfanos, los grupos delictivos, las drogas.
Los gobiernos federales, estatales y locales han apostado por las estrafalarias estrategias de seguridad para “recuperar” Ciudad Juárez con la llegada de cientos de elementos de seguridad o más recientemente, con una torre para monitorear la seguridad que costará más de 4 mil millones de pesos.
Y todo este tiempo, una solución estuvo a la vista de todos.
Un grupo de sociólogos creó un modelo de atención a niños, niñas y adolescentes para ofrecerles una alternativa a la calle y al abandono. Encontraron que un buen trato, comida caliente, acompañamiento y un plan educativo flexible, que se acomode a la compleja realidad que viven, pueden llevarlos a dejar las drogas y hasta a concluir una licenciatura.
SinEmbargo habló con Omar Herrera y Victoria Guerrero, ambos licenciados, que en 2010 y 2012 respectivamente, entraron al programa de Educación a Menores con Maduración Asistida (EMMA), que es un modelo que tardó nueve años en generarse y que encontró que generar una comunidad amigable, tratar bien a los adolescentes, darles comida, acompañamiento y un modelo educativo no tradicional, rinde frutos.
Los datos compartidos por los coordinadores muestran que cada aula, que tiene como máximo 30 alumnos, un promedio de 25 adolescentes lograron obtener su certificado de secundaria. Aunado a ello, más del 80 por ciento dejaron el consumo de drogas.
De acuerdo con Omar, la clave está en la empatía y la perseverancia; para Victoria, está en el acompañamiento. Y desde la perspectiva de ambos, todo eso le ha faltado al Estado.
“Una vez, en una reunión estábamos sentados en círculo en una dinámica en la que hablábamos sobre en dónde nos veíamos en 10 años. Un compañero habló y dijo que él no podía responder eso porque no sabía si el día de mañana estaría vivo. Él estaba en una situación de riesgo y en Ciudad Juárez estaban los actos de delincuencia. Recuerdo que dijo que él no sabía si saliendo del lugar lo matarían, que cómo iba a pensar en los siguientes 10 años. Y era un chico de 15 años”.
Esa es uno de los recuerdos que marcaron a Victoria. Todos los que estaban en el proyecto EMMA compartían las complejidades de los días; aunque con un grado de gravedad distinto, sabían que lo que su entorno les ofrecía eran soluciones limitadas.
Los profesores y especialistas que atienden a los jóvenes, comentó por su parte Omar, saben que la diferencia es hacerles sentir que hay alguien interesado en ellos, “se sientan a comer contigo y eso es fundamental, creas comunidad. En la comida platicamos las vivencias, las dolencias. Y es aguantar, porque los jóvenes están en un entorno violento y a veces responden así de manera enojada o grosera, pero es entender lo que viven. A veces gritan enojados pero hay que responder con empatía […] Nadie es ajeno a lo que pasa en Juárez y toca adaptarse, no aferrarse a la idea de lo que debe ser el modelo educativo”.
LAS CARACTERÍSTICAS DE EMMA
Bianca Castillero Vela, Coordinadora General de EMMA, explicó en entrevista que el proyecto nació de un estudio sobre los jóvenes que están en el Cereso, su contexto y por qué decidieron irse por la delincuencia y por las drogas.
“Se hizo una estadística y análisis y resultó que lo que faltaba era un acercamiento con ellos, un contexto que les ayudara en la maduración que muchos tenemos de manera natural; alguien que nos guíe en nuestra juventud y niñez. Ellos carecían de eso y no tenían a dónde acudir. Los espacios seguros eran en la calle, no había otro lugar ni otro espacio al qué pertenecer. Para encontrar una identidad, un espacio, iban con otros chicos de su edad, con las mismas carencias, y así se daba esta supuesta maduración”, contó.
El contexto de Ciudad Juárez es particular y mucho se ha escrito al respecto. La llegada de la industria maquiladora y los estallidos de violencia con los feminicidios y la guerra contra el narcotráfico dejó muchos huérfanos.
Muchos de los jóvenes que asisten a EMMA son hijos de padres que fueron asesinados, con abuelos y tíos asesinados, primos, hermanos, “de esa manera se quedaron sin familia y nadie se acercó a ellos cuando sabían que las juventudes atravesaban por eso. Nadie les dio alternativas, oportunidades, seguimiento para que encontraran otro camino. Se quedaron desamparados, invisibilizados y en situación precaria”, agregó la maestra Bianca.
El modelo educativo que se planeó es no formal porque se entendió que no todos los alumnos aprenden igual.
“Los jóvenes en Ciudad Juárez vienen de contextos muy específicos de vulnerabilidad. Meterlos a lo formal no funciona, nosotros somos un programa de segunda oportunidad porque ellos al no contar con todas las herramientas para poder cursar la escuela tradicional, los apartan o sienten que no es su lugar y desertan […] La clave es la flexibilidad. Sus necesidades van cambiando, podemos ver cuando ya están consumiendo drogas y hay que abordar el problema. Respondemos a las necesidades y el programa se acopla a ellos”, añadió.
LLEGAR HASTA LA UNIVERSIDAD
Omar, quien es parte de la primera generación de EMMA este año concluyó su licenciatura en Derecho. Cuenta que aunque él estudió la secundaria de manera tradicional, vio al grupo que se juntaba en el DIF y se fue mezclando con ellos en distintos talleres. Ahí lo invitaron a que continuara con la preparatoria.
“Siempre yo tuve el sueño de estudiar hasta la Universidad pero por mi contexto sabía que era complicado porque no teníamos dinero. Me involucré y cumplieron con mi beca. Te apoyan con la inscripción, los uniformes. Entré al Conalep pero me salí. Tenía pena con el grupo porque ellos me habían apoyado pero me volvieron a buscar y me convencieron de regresar a la prepa y ahora sí concluí”.
Agrega que luego vino la propuesta para que entrara a la Universidad y aceptó, “no me estanqué en lo que creía tenía de destino. El que haya nacido en un contexto social no significa que ese sea mi futuro. Tenía miedo de la escuela porque pensaba en que iba pura gente inteligente y lo enfrenté”.
En esa primera generación, Omar conoció a otros jóvenes, algunos con problemas de adicción y abandono; otros habían sido expulsados de las escuelas; a otros que sus papás vendían drogas y entonces tenían que irse a vivir con sus abuelas o tías.
“Éramos de distintos barrios y el contexto nos unió y teníamos una meta: terminar la secundaria. Teníamos problemas en casa, nuestro círculo de amigos consumía o vendía droga, la violencia que se vivía en la ciudad en ese momento, algunos habían perdido familiares en la guerra. Compartíamos esas similitudes”, concluyó.