Alejandro Páez Varela
02/01/2023 - 12:08 am
La escuela de 2006
La mentira engendra más mentiras. Los mentirosos se rodean de más mentirosos.
Cuando se construía el segundo piso en la Ciudad de México, una familia de amigos –que vivía cerca de uno de los muchos kilómetros impactados por la obra– era mi garganta profunda en la zona y yo, su paño de lágrimas. Cuánto dolor había en esa familia; cuánta decepción, sobre todo. Mis amigos me insistían en cada llamada con que habían votado por “López” y que estaban arrepentidos. Yo los escuchaba sin decir mucho, porque alguien sometido a tanto dolor y decepción es altamente sensible a cualquiera que les contradiga. El argumento de mis amigos era tremendo: los segundos pisos iban a generar más vendedores ambulantes, “los favoritos de López”. ¿Por qué, cómo? Ah, insensato de mí: esa era la segunda parte del plan de los segundos pisos, antes de que, claro, los elevados se desplomaran. Se venía una verdadera desgracia para la ciudad, pues.
Lo recuerdo ahora que escucho los argumentos contra la obra pública de este sexenio. Mis amigos nunca votaron por “López”, por supuesto, y si hoy les quitaran los segundos pisos se suicidarían en colectivo. Pero en ese entonces, los panistas –sobre todo ellos– recurrían a cualquier argumento para irse contra el Jefe de Gobierno, y las versiones de Lilly Téllez, Mariana Gómez del Campo o Gabriel Quadri de ese momento hacían conferencias, alborotaban a los vecinos, difundían información falsa y prometían –como lo hacen hoy– que no iba a quedar piedra sobre piedra de esa obra, una vez que “recuperaran” la ciudad. Había enojo, por supuesto, pero no sólo eso. Todas esas campañas de odio venían (y vienen ahora) del deseo insano de recuperar el poder. El problema es cuando ese deseo se vuelve obsesión, porque entonces es capaz de todo.
La obsesión por el poder lleva casi siempre a la mentira. No tiene miedo al juicio de las palabras y mucho menos al tiempo. La obsesión vive para el momento, y ya. “Con este capricho del Tren Maya van incluso a cambiar el azul turquesa del mar. Fíjense nada más, digamos, lo letal, lo dañino que puede ser un gobierno ignorante y un gobierno populista como este”, decía Kenia López Rabadán apenas en marzo de 2022. Y no importaba el tamaño de la mentira o lo ridículo que sonara; no importaba que poco después esa misma frase pudiera ser desmentida o pudiera caerse de manera tan contundente como se caerían los segundos pisos, según la versión de sí mismos hace poco más de diez años. Pero lo que más destaca sobre ella y de otros como ella –y agrego aquí a Javier Lozano Alarcón– es que no tienen un impedimento moral para mentir. Eso se trae consigo o no se trae.
Cambian los rostros, cambian los personajes, y desde antes como hasta ahora, los panistas –sobre todo esta generación de ellos– se descolocan cuando se trata de López Obrador. No tienen impedimentos morales o éticos para mentir, sistemáticamente, cuando se trata de dañar al movimiento que encabeza el izquierdista. Y es algo que vale la pena revisar porque si hay nuevas generaciones de ellos mintiendo como método, es porque fueron educados así en algún punto de sus carreras. Y yo creo que viene de la elección de 2006, cuando se recurrió al envilecimiento y la mentira como estrategia en la campaña por asegurarse el poder, sin miedo al juicio de las palabras y mucho menos al tiempo.
En esos años, como consta ya para la historia, Felipe Calderón y su cuarto de guerra contrataron expertos internacionales para que asesoraran en el refinamiento de las mentiras. Y luego, apoyados en intelectuales, académicos, periodistas y medios con enorme peso en la sociedad mexicana, magnificaron los argumentos falaces para construir una tormenta perfecta sobre la cabeza de López Obrador. El tiempo sería suficiente para desmentirlos, pero eso no importó, entonces. Su argumento era que si el movimiento de izquierda ganaba, vendrían devaluaciones, más endeudamiento y “perderíamos todo nuestro patrimonio”, algo que, cuatro años después, es posible decir que simplemente no sucedió.
***
La generación de panistas que en 2006 recurrió a la mentira como herramienta de campaña no tenía un impedimento moral o ético para hacerlo. Solo así se entiende lo que vino. Fueron baldes y baldes de mentiras de un lado y del otro, y cuando el equipo de López Obrador intentaba reaccionar, ya venía una nueva ronda de baldes cayendo sobre él. No había manera de contener aquello. Eran casi todos los medios, las élites intelectuales, las élites académicas y, bueno, el facilitador era Vicente Fox Quesada, que participaba abiertamente en la ofensiva, aunque el cuarto de guerra de Acción Nacional lo dirigía directamente su candidato, Calderón Hinojosa. Una tesis ganadora sería la que pudiera detallar los artilugios de aquella guerra sucia –ahora que las tesis están de moda–, pero advierto a cualquiera que busque hacerlo batallará para recuperar todo.
El eufemismo que se utilizó entonces –y se sigue usando hasta hoy– era el de “fraude patriótico”. La obsesión por el poder llevó a una campaña de mentiras que pudo engañar a millones, pero se justificó diciendo que “se salvaba a la Patria” de su propia destrucción. Pero, para su desgracia, el eufemismo mentiroso se instaló a futuro. Una vez justificada la mentira como un “apoyo legítimo” para tomar el poder, se socializó en el panismo hasta convertirse en una práctica aceptada y promovida. A nadie entre ellos le importa, por ejemplo, que uno de sus principales activistas en campo, Javier Lozano, lleve años mintiendo y ofendiendo. Todo lo contrario: la derecha suele premiar las ofensas y mentiras del exsecretario del Trabajo con retuits. La escuela de pensamiento de 2006 había justificado a Lozano y a todos los que son como él, ¿por qué habrían de rechazarlo? Ni siquiera existe, se entiende, la necesidad de refrendarlo. De hecho, Lozano puede ser considerado un “gran panista” o un “panista condecorado” porque representa, justamente, los valores que se promueven desde 2006.
Algunos parecieron asombrados cuando Gabriel Quadri entró por la puerta grande al PAN. Todo lo contrario, yo siempre lo pensé como un panista descarriado que ha vuelto, en las formas, a su alma mater. Desde que Elba Esther Gordillo lo hizo candidato presidencial en 2012, haciéndolo pasar por un “ecologista y académico responsable”, los reporteros lo sorprendieron antes de un mitin haciendo como que se bajaba de un auto viejo, aparentando algo que no era. Allí estaba, en él, la materia de ese nuevo panismo de la escuela de 2006. Lo incorporaron recientemente a las filas de Acción Nacional ya pero era un “natural”, desde antes. Solo faltaba formalizarlo. Era (es) hijo de la farsa y la simulación. Por eso no me extrañó que Lilly Téllez ascendiera tan pronto dentro de esa misma estructura: viene de episodios dudosos; se le acusa, tiempo atrás, de prestarse a la simulación y a la mentira. Como Quadri, era parte de la escuela de 2006 pero no la habían asimilado. Sólo faltaba que se reconociera y que la arroparan, oficialmente, para la causa.
Aquí vale la pena hacer una acotación. No es que los panistas (o los simpatizantes de derechas, en general) no mintieran antes de 2006 y para mejor ejemplo, Vicente Fox, su mentira más refinada. Pero había un cierto “pudor” porque la mentira no se había socializado; no se le había encontrado justificación y no se le había reconocido como herramienta útil. La mentira estaba allí, pero no tenía escuela que le diera forma.
Tras el fraude electoral de 1988, después de pactar con Carlos Salinas de Gortari, los panistas intentaron durante años ocultar, por medio de verdades a medias y mentiras completas, que habían traicionado a Cuauhtémoc Cárdenas y a Rosario Ibarra de Piedra. Fue, claro, por ambición al poder. Pero el 22 de enero de 1993, Luis H. Alvarez se separa de la dirigencia nacional del PAN y se abre, en una entrevista, y confiesa todo. Dijo que “se decidió legitimar y apoyar al Gobierno de Salinas” para no “romper el orden constitucional” y causar “el caos social en México”. Por la Patria, pues. Desde entonces el “fraude patriótico” es parte del ADN panista.
Sin embargo, fue hasta 2006 que el PAN abandonó cualquier contención moral. Se dejó atrás el recato. Se abrazó la mentira y se le institucionalizó. Es una de las grandes herencias de Calderón a su partido. Y aunque muchos suelen verlo como un héroe y quisieran que no se recordara más en nuestros tiempos, considero que en él hay muchas explicaciones de lo que se vive en el país hoy y lo que vive su partido. El expresidente dejó una huella profunda, pocas veces vista de manera tan contundente en el último siglo. Pero también compartió el poder con una generación que lo llora; les dio posiciones y les extendió cheques, como lo hizo Salinas, y los hizo cómplices. Y aquí no hablo sólo de panistas: hablo de periodistas, intelectuales y académicos que siguen en activo y que son la base más sólida de la resistencia contra la izquierda mexicana.
Pero el daño es cuantificable y frente a lo cuantificable hay poco que hacer. Calderón perdió la elección de 2006 (aunque no lo aceptó); perdió todo en 2009, luego perdió la Presidencia en 2012 y así, hasta hoy: vean en dónde está el PAN, de qué tamaño es la crisis que atraviesa hasta nuestros días.
***
La bandera del “no mentir, no robar, no traicionar” es en realidad una sola idea: no mentir. Robar es traicionar, y ambos son una manera de mentirle al otro. Es la mentira la que debería ser erradicada para siempre y el postulado del lópezobradorismo hará mucho si se concentra en eso. Y veo urgente que Morena, el brazo electoral detrás de la izquierda, retome el postulado de su líder y lo aplique a rajatabla porque la mentira es corrosiva y una vez que se instala, se instala por años, o décadas. Es como echar un bote de aceite al bulto de la ropa y tratar de quitárselo a cubetazos de agua. No se puede. Para cubrir una mentira se necesitan diez baldes de mentiras; y para cubrir diez baldes de mentiras se requieren camiones llenas de mentiras. Así de simple.
Creo que una manera de hacer la diferencia, sin meterse en mucho embrollo, es ser radical con la mentira. Desterrarla, condenarla, castigarla, exponerla, desmontarla. Si cierta Ministra copió una tesis, la copió y punto: no se le justifica, no se miente para encubrirla. Y por el contrario, si es víctima de una mentira y se tienen los datos para probar que se le ataca con una mentira, deben defenderla al grito de guerra. Y es apenas un ejemplo. Esta generación de izquierdistas podría hacer una enorme aportación a la política si decide eso: declararle la guerra a las mentiras. Hacerles la guerra, sin simulaciones. Tatuar a los más jóvenes el “no mentir” en la frente y llenar su balde con verdades cristalinas porque es en la verdad donde se abriga la esperanza.
También creo que para que el PAN levante necesitará una campaña moralizadora profunda y desapasionada. Si Jorge Romero Herrera es el líder de una mafia de defraudadores, debe ser reconocido como tal, y ser expulsado. El PAN debe dejar atrás la escuela de 2006 ahora mismo o el daño se extenderá a más generaciones de panistas. Hoy, a un militante de ese partido le parece normal marchar junto a Elba Esther Gordillo o Roberto Madrazo, dos defraudadores que el mismo PAN (para empezar, Santiago Creel) denunció en su momento. Marchar, además, por una mentira: que se iba a “destruir al INE”. Por eso, hoy, a un panista le parece normal que Jesús Zambrano se vulgarice a sí mismo y compare un pleito de banqueta con el “Halconazo”, la Matanza del Jueves de Corpus en México. O acepta, con tal de tiznar a otro, que Beatriz Pagés diga, sin rubor, que miles de venezolanos aterrizan todos los días en el AIFA.
Al panismo ya no le parece anormal que se mienta para acceder al poder. La mentira es premiada, retuiteada, compartida, difundida y abrazada. Pero la mentira engendra más mentiras y deben entenderlo si todavía hay entre ellos quién escuche. Los mentirosos se rodean de más mentirosos, y es la única manera en la que es posible normalizar que Marko Cortés y Alejandro Moreno Cárdenas militen en las mismas causas.
No mentir (no robar y no traicionar) es un postulado enorme. Y mentir es, además de uno de los pecados capitales, una tentación enorme. La izquierda debe ver hacia la escuela de 2006 y no sólo para reclamar el daño que le hizo, sino para aprender de ella. La mentira es la enfermedad de nuestros días: mantenerla a raya antes de que se vuelva pandemia es un reto enorme. No es fácil, luchar contra la mentira. Pero es de esas batallas que magnifican, que dan fruto hoy y dan carretadas de frutos mañana. Me suena, por ejemplo, a un buen propósito para 2023. Bienvenidos sean los retos y bienvenido sea 2023.
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