Susan Crowley
17/12/2022 - 12:04 am
Benjamin Britten, antídoto contra el odio
"No se puede entender su amplio repertorio sin tomar en cuenta su historia de amor con el tenor Peter Pears, inspiración de obras de la magnitud de Peter Grimes (1945), y Muerte en Venecia (1976)".
De muchos compositores se dice que no es necesario adentrarse en la biografía para entender su música. Su virtud es abstraerse de las anécdotas personales para adentrarse en la creación artística. Las notas, como las matemáticas, son infinitas combinaciones que, al encontrar una vía, concretan lo más profundo, lo insondable del ser humano. No importa si la vida de un compositor está llena de tragedias, alegría, amor, deseo o fracasos, hoy lo recordamos por su poder como creador. Pero en el caso del compositor inglés Benjamin Britten (1913-1976), ocurre todo lo contrario. No es posible adentrarse a su mundo sin tener en cuenta, al menos, tres condiciones que lo marcaron y que, para su época, en Inglaterra, eran fallas graves. Britten fue un ferviente militante de izquierda, un pacifista que radicalizó su postura ante una Inglaterra entre guerras y, lo más escabroso y aterrador, un condenado a pagar con cárcel su homosexualidad.
Empecemos por la política. Lejos de manifestarse como ferviente súbdito del Imperio, Britten mantuvo siempre una actitud cuestionadora hacia el anquilosado sistema cuya tendencia al consumo y el capitalismo a ultranza, se manifestaba en la rígida educación tradicional. En su maravillosa Guía de la orquesta para jóvenes (1946), basada en un tema del también inglés Henry Purcell (1659-1695), el compositor presenta a los miembros de una orquesta completa, dando un papel protagónico a cada familia y a los instrumentos individuales. La imponente melodía y sus variaciones, culmina en un ensamble espectacular. Una forma de enamorar a quien la escucha, lejos de las imposiciones didácticas tradicionales, la guía es una especie de viaje lúdico en el que sin rompernos la cabeza ni utilizar antipáticas erudiciones, nos adentramos en el mundo de los clásicos; una fuente de desarrollo de la inteligencia y la sensibilidad de la que el estado debería ser el proveedor.
Contrario a lo que se esperaría de un artista nacional, Britten se declaró pacifista en uno de los momentos más complejos de la historia en la que se exigía a los jóvenes entregar sus vidas por una nación bélica. El artista decidió no enlistarse; se declaró objetor de conciencia, abandonó Europa soportando la reprobación por su actitud cobarde mientras su generación moría en el frente. Hasta 1958 tuvo la oportunidad de resarcir su nombre cuando, ya como prestigioso compositor, se le encomendó la obra musical con la que la catedral de Coventry, reducida a cenizas durante los bombardeos alemanes, sería abierta nuevamente. El Réquiem de Guerra es una de las obras de arte más potentes, crudas, un canto, no solo pacifista, es un verdadero himno al sacrificio de cada uno de los jóvenes que entregaron su vida por la patria.
Una missa pro defunctis cuya letra libremente adaptada en latín es entonada por un coro de niños y soprano, se yuxtapone a los poemas en inglés, interpretados por tenor y barítono, del joven soldado Wilfred Owen que, como muchos otros, sacrificó su vida y murió en el frente durante la Primera Guerra Mundial, con apenas 25 años. La dolorosa visión poética, breve y contundente, da cuenta del sinsentido de la guerra en cualquier lugar y en la época que sea. Owen murió cuando faltaban siete días para firmar el armisticio. Siendo un desconocido, gracias a la monumental cantata de Britten, queda como una especie de Rimbaud guerrero, un joven que supo ver más allá de la exaltación nacionalista, para llamar la atención sobre el horror que será la guerra siempre. Es así como este documento artístico único es tomado años después, en 1988 por el gran director de cine Derek Jarman, quien filma una de las obras más estremecedoras que existen. Una obligación para quien aún concibe la guerra como un juego de poderes decidido en las mesas de negociación. Tres genios, Owen, Britten y Jarman dan fe de ello.
Marica, joto, nenita, vieja, puto, son algunos de los adjetivos que recibe un homosexual. En Inglaterra, además de ser insultado, era castigado con cárcel. Así lo sufrió Oscar Wilde; otros perseguidos ilustres fueron Sir George Gielgud, W.H. Auden, E.M. Fortster, Michel Tippett (que, por cierto, pagó con cárcel su disidencia) y desde luego Benjamin Britten. Encubierta en una aparente asexualidad, la naturaleza de estos célebres artistas fue la esencia de su poder creador y de su desgracia ante el escarnio público. Para Britten un fundamento de toda su obra. No se puede entender su amplio repertorio sin tomar en cuenta su historia de amor con el tenor Peter Pears, inspiración de obras de la magnitud de Peter Grimes (1945), y Muerte en Venecia (1976). Con más de cuarenta años juntos, viviendo como un matrimonio no declarado, enfrentados a la policía en más de una ocasión, pero al mismo tiempo, centro activo de la cultura inglesa, jamás pudieron abrir su relación. El horror de los prejuicios y la persecución en contra de quienes contravienen las convenciones sociales quedó descrito puntualmente en la ópera Peter Grimes, para muchos, su máxima creación.
La trágica historia de un pescador en Aldeburgh cuya opresiva atmósfera es representada por un monumental coro, el pueblo, que se encarga de juzgar y condenar. Peter Grimes es la víctima/victimario, alma oscura, ambigua, a la que todo acusa y de la que nunca sabremos más que sus fallidas acciones, que no hacen más que oscurecer su trayectoria. Al inicio de la ópera, la aparición del cadáver del aprendiz de Grimes suscita las acusaciones del pueblo. Un coro implacable que arrasa cada vez que interviene, muchedumbre que parece ser profecía de Britten a la actual vorágine de las redes sociales, capaces de los peores linchamientos encubiertos por el anonimato: “a aquél que nos desprecia lo destruiremos”.
Odio, destrucción, incomprensión, angustia, son pulsiones que parecen intrínsecas al ser humano, no importa la época. Hacia el final de la ópera, los acontecimientos se precipitan, el cadáver de un nuevo aprendiz aparece, la turba condena y persigue a Grimes. Su muerte es la nuestra, la barca hundida es nuestra barca. Somos su cuerpo y su sufrimiento, lo acompañamos como acompañamos a Britten en toda su obra. Peter Grimes cimbra a su época y, más allá, es el icono de la incomprensión de todas las épocas.
La compleja existencia del compositor tuvo un final desolado. Un padecimiento cardiaco, desde joven, terminaría por costarle la vida. En 1969 había logrado una de sus obras más potentes, el rescate del Teatro Aldeburgh, a unos cuantos metros de su casa, que por un accidente había sido consumido por las llamas. Con su poder de convocatoria logró que se reconstruyera en menos de un año y que para su re estreno estuviera presente la reina Isabel II. Hoy sigue siendo la sede del festival que Britten fundó junto a su amado Peter Pears. Cuando Britten murió, Pears se encontraba en Nueva York cantando Muerte en Venecia, escrita para él. Adaptada de la novela del mismo nombre del escritor Thomas Mann, fue el último homenaje a su amor prohibido. Britten escribió a Pears:“Mi querido corazón (quizás una frase desafortunada, pero no puedo usar otra)… Te amo terriblemente, no solo eres glorioso tú, sino tu canto… ¿Qué he hecho yo para merecer a un artista así y a un hombre para quien escribir?... Te amo, te amo, te amo". @Suscrowley
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