La principal comisaría de la ciudad, donde supuestamente se torturaba a los detenidos, está llena de explosivos. Parte del edificio explotó cuando los equipos intentaron abrirse paso, de modo que el proyecto se ha reservado para más adelante.
Por Inna Varenytsia y Jamie Keaten
JERSÓN, Ucrania (AP).— Una granada de mano preparada en la lavadora en una casa de Jersón. Un cartel en una calle que dirigía con malicia a los peatones hacia un mortal campo de minas. Una comisaría que supuestamente alojó una cámara de tortura, pero que aún tiene tantas bombas trampa que los equipos de desminados ni siquiera han empezado a buscar pruebas.
El domingo se cumple un mes desde que las tropas de Moscú se retiraron de Jersón y sus alrededores tras ocho meses de ocupación, lo que provocó muestras de júbilo en toda Ucrania. Pero la vida en la ciudad sureña sigue estando muy lejos de lo normal.
Al marcharse, los rusos dejaron toda clase de macabras sorpresas, y su artillería sigue castigando la ciudad desde nuevas posiciones al otro lado del río Dniéper. El Gobierno regional dijo el sábado que los ataques en Jersón han matado a 41 personas en el último mes, incluido un niño, y enviado 96 personas al hospital.
El suministro eléctrico aún viene y va, aunque el agua corriente funciona en su mayor parte, y la calefacción en interiores se ha restablecido hace poco -y sólo entre el 70 y el 80 por ciento de la ciudad-, después de que las fuerzas rusas volaran una enorme central de calefacción que daba servicio a buena parte de la ciudad.
Para autoridades y ciudadanos, lidiar con el sinfín de complicaciones y riesgos que dejaron las tropas rusas, y prepararse para otros nuevos, es una tarea cotidiana.
Sólo el viernes, según la filial local de la televisora pública Suspilne, las fuerzas rusas atacaron la región 68 veces con fuego de morteros, artillería, tanques y cohetes. Mientras tanto, en el último mes cinco mil 500 personas han tomado los trenes de evacuación y los equipos de trabajo han despejado 190 kilómetros (115 millas) de carretera, indicó Suspilne.
Cuando llegaron los camiones de ayuda hace un mes, vecinos desesperados y agotados por la guerra abarrotaron la céntrica Plaza de Svoboda (Libertad) en busca de alimento y suministros. Pero tras un ataque ruso en la plaza cuando la gente hacía fila para entrar en un banco a finales de noviembre, esas aglomeraciones se han vuelto menos habituales y la ayuda se reparte desde puntos de distribución más pequeños y discretos.
En torno al 80 por ciento de la población de Jersón antes de la guerra huyó cuando llegaron los rusos, días después de que comenzara la invasión el 24 de febrero, según las autoridades regionales. Quedan entre 60 mil y 70 mil residentes y el lugar parece ahora una ciudad fantasma. Los que se quedaron se mantienen casi siempre a cubierto, porque tienen reparos a aventurarse a la calle.
“La vida está volviendo a la normalidad, pero hay muchos proyectiles”, dijo Valentyna Kytaiska, de 56 años, que vive en la población cercana de Chornobaivka. Lamentó los estruendos de la noche y la incertidumbre sobre dónde caerá la munición rusa.
Normalidad es un término relativo en un país en guerra. No hay indicios de si lo que Rusia insiste en describir como una “operación militar especial” terminará en días, semanas, meses o incluso años.
Entre tanto, continuaban los penosos esfuerzos para normalizar la situación, como despejar el caos y las minas que dejaron los rusos, en medio de un crudo invierno.
“Las dificultades son muy simples, son las condiciones meteorológicas”, dijo un miembro de un equipo militar de desminado que utilizaba el nombre de guerra de Tekhnik. Parte de su equipamiento simplemente no funciona en las gélidas temperaturas invernales “porque la tierra está congelada como concreto”.
Desplegar equipos adicionales podría aliviar la pesada carga de trabajo, señaló. “Para darle una idea, durante el mes de nuestro trabajo encontramos y retiramos varias toneladas de minas”, dijo Tekhnik. Su equipo, añadió, se ha centrado en una zona de unos 10 kilómetros cuadrados (unas cuatro millas cuadradas).
En el distrito Beryslavskyi de Jersón se bloqueó una carretera principal con un cartel que decía “Minas delante” y desviaba a los peatones a una calle más pequeña. En realidad era esa vía lateral la que estaba minada, lo que costó las vidas de varios desminadores militares. Unas pocas semanas después, otros cuatro policías murieron allí, incluido el jefe de policía de la ciudad norteña de Chernígov, que había viajado a Jersón para ayudar a reactivar la ciudad.
El mal estado general de las carreteras estropeadas por el clima ayudó a los rusos a ocultar sus trampas mortales: los baches, algunos cubiertos de tierra, ofrecían un lugar cómodo para colocar minas. En ocasiones, los rusos abrieron sus propios agujeros en el asfalto.
Los equipos de desminado avanzan despacio casa por casa para asegurarse de que los propietarios o residentes pueden volver a salvo. Los expertos señalan que despejar una casa puede tomar hasta tres días.
Un equipo encontró una granada de mano en una casa, metida en la lavadora. La espita estaba colocada de forma que abrir la bandeja del detergente provocara una explosión.
Aún quedan cuestiones de más largo plazo por resolver. Jersón está en una región agrícola que produce trigo, tomates y sandías, un símbolo de la región. Los campos tienen tantas minas que es improbable que en torno al 30 por ciento de los terrenos de la zona puedan plantarse en primavera, indicó Technik. En un vistazo rápido a los campos ya se ven asomar las minas antitanque.
Aun así, tras una noche de ataques del viernes al sábado, el vecino de Jersón Oleksandr Chebotariov dijo que la vida era aún peor bajo la ocupación rusa para él, su esposa y su hija de tres años.
“Ahora es más fácil respirar”, dijo el radiólogo de 35 años, antes de añadir. “Si las explosiones no se acaban antes de Año Nuevo, me tomaré unas vacaciones”.