Susan Crowley
03/12/2022 - 12:04 am
Me too, el acosador acosado
"Los avances sexuales no consentidos casi siempre son ambiguos. En esa delgada línea de interpretación, los ángulos de visión se convierten en afectivos, emocionales. Lo que para una mujer puede ser un simple intento de ligue, para otra es un acto de agresión".
Fue en 2006 que por primera vez se escuchó el reclamo en contra del acoso, el abuso y la agresión de parte de los hombres hacia las mujeres. La autoría y fundación de este movimiento se debe a Tarana Burke. En 2016 la actriz Lisa Milano lo volvió un discurso desde la palestra hollywoodense: “Si has sido acosada o agredida sexualmente escribe Metoo”, la idea fue que, si cada una de las mujeres que había vivido una situación de abuso, de cualquier tipo, lo expresaba en las redes, la respuesta permitiría visibilizar la magnitud del problema. El 15 de octubre la frase se utilizó más de 200 mil veces para llegar a 500 mil al día siguiente. Facebook informó que el hashtag #Metoo fue utilizado por más de cuatro millones de usuarios en tan solo 24 horas. El algoritmo abría un nicho en el que las mujeres podrían manifestar su miedo, dolor, frustración, impotencia.
La herida que infringe un abusador marca un antes y un después en la vida de quien la sufre. El impacto que genera la violencia física y psicológica no se parece a nada más. Sufrir un abuso, coloca en la indefensión, en la vulnerabilidad y en la confusión. A lo anterior hay que agregar la sensación de culpa ante la simple posibilidad de haber incitado el daño, ¿pude evitarlo? La pérdida de autoestima, aislamiento, silencio y angustia. Es difícil que una mujer, habiendo sufrido cualquier tipo de violencia, pueda evitar este proceso.
Según el sitio el diferenciador.com “es el acto de realizar avances, contacto físico o pedir favores de naturaleza sexual no deseados, de forma verbal, no verbal y física, sin consentimiento por parte de la víctima, creando un ambiente hostil hacia ella. Es común en ambientes laborales, académicos y lugares públicos. Se manifiesta física, verbal y gestualmente. Los perpetradores pueden ser conocidos o desconocidos, en su mayoría son hombres. Las víctimas en su mayoría son mujeres adultas y adolescentes”.
Los avances sexuales no consentidos casi siempre son ambiguos. En esa delgada línea de interpretación, los ángulos de visión se convierten en afectivos, emocionales. Lo que para una mujer puede ser un simple intento de ligue, para otra es un acto de agresión. El acosador puede ser, desde un galán conquistador, hasta un abusivo aprovechado.
Una característica del acoso es que casi siempre sucede en ámbitos de poder. Centros de trabajo, instituciones, oficinas de gobierno, son sitios en los que la mujer entra en competencia con ambientes dominados por hombres y debe mostrar sus capacidades para triunfar. El atractivo físico es una de esas capacidades y si es utilizado por ella, su mera exhibición ya no digamos algo que pueda ser interpretado como un coqueteo, se convierte en provocación a los ojos de otros, e incluso pondrá las condiciones para un avance. La delgada línea entre la seducción y el acoso es casi invisible.
El movimiento Me too se convirtió en una suerte de resguardo provisional en el que las voces de muchas mujeres que sufrieron acoso fueron escuchadas, comprendidas e incitadas a exhibir sus historias para clamar por justicia. Esa enorme red de protección, el oído gigante de mujeres capaces de empatizar con otras mujeres, devino un fenómeno mundial. Si la víctima había atravesado el duro camino del acoso sin conseguir justicia, Me too gestaba un primer espacio en el que se hallaría consuelo y defensa.
El abuso abre un universo paralelo a la víctima, es un martirio diario a partir de la experiencia. El Me too lo entendió, porque está formado básicamente por mujeres que han vivido este tipo de desagradables experiencias. Ninguna teoría, análisis, investigación o postura tienen sentido cuando no somos capaces de colocarnos en el cuerpo de quien ha vivido un atropello que va desde un mal momento, hasta poner en riesgo la integridad.
Se han acumulado teorías, en muchos casos poco convincentes ya que especulan e indagan acerca de una situación sin involucrarse en los detalles; las más de las veces saltan a conclusiones sin integrar las infinitas variantes que existen en este tema. Y es que entraña aristas, infinitos pliegues, una experiencia totalmente personal.
En tanto fenómeno que se masificó inundando las redes sociales, el Me too se posicionó como un movimiento de justicia y exhibición de culpables, una especie de exigencia de rendición de cuentas social, más allá de las instituciones que siempre han mostrado su falta de efectividad. Pero también, se desbordó: la víctima expone su caso, culpa a quien la agredió; de inmediato, las redes actúan. Muchas mujeres, una masa anónima postea reclamos en contra del agresor, van de una exigencia de concientizar el daño hasta la utilización de un lenguaje hostil, merecido o no, llega a los insultos y la violencia verbal.
Un giro vertiginoso lo convierte en una especie de vorágine en la que todo tipo de experiencias son narradas, juicio lapidario, justicia por mano propia. Miles de mujeres han escrito las más duras e inconcebibles acusaciones. El anonimato con el que se cubren permite llevar el castigo a un linchamiento oral. En muchos casos un aquelarre en el que las ofensas destruyen incluso a la víctima, no solo al agresor. No hay reparación, solo venganza.
La experiencia ha llegado al extremo, en el caso del artista Armando Vega Gil al suicidio. La acusación anónima inundó las redes, la persecución que sufrió se salió de los límites, ¿era necesario llegar a esto? No hubo posibilidad de reparación de la supuesta víctima, no se le dio al acusado el derecho de réplica, no hubo presunción de inocencia. El caso se juzgó, él pagó con su vida y el asunto se cerró.
La indignación por su muerte llevó el péndulo al otro extremo. Un golpe al Me too. En casos como éste, el movimiento empezó a mostrar enormes fisuras. No podía ser de otra manera. Siendo un fenómeno de redes, no logró trascender su primera ola para consolidarse como una institución formal. Como tal, había sido una práctica diaria, llena de pulsiones, de acusaciones injustificadas en muchos casos, en la que voces distintas y en ocasiones desmedidas clamaban venganza. Un espacio de reclamo, sin tomar en cuenta al otro, escucharlo, incluso ponerse en sus zapatos, salirse de uno mismo para entender de dónde proviene la agresión, se convierte en tierra infértil para construir.
¿Fracasó? ¿Tiene futuro el Me too? Eso se verá a través del tiempo. Lo que sí ha permitido es tener a la vista millones de casos. Al revisar uno por uno, los investigadores pueden crear las condiciones para presentarlo a las instancias legales que lo conviertan en ley de protección y defensa de una víctima.
El Me too también ha visibilizado casos que crean conciencia en las mujeres jóvenes que han podido ver sus pros y contras, tomar cierta distancia, aprender y colocarse de ambos lados, ser críticas y analizar con la cabeza fría. No solo estar del lado de quien lapida y aventar piedras. Ver las consecuencias de muchos actos irresponsables que dañan la vida y la integridad de las personas, antes de demostrarse si son culpables o no.
Los tiempos cambian y de algo debe servir la enseñanza de un fenómeno que sin duda permeó la vida de todos y de todas. Mi deseo es que las nuevas generaciones aprendan de los difíciles años en los que una mujer tenía que enfrentar muchas situaciones desagradables incluso, poner en riesgo su vida, por un supuesto acto de seducción en las condiciones que fuera. En el pasado reciente no había posibilidad de reclamo, solo silencio, frustración y la obligación de superar el mal momento y seguir adelante a sabiendas de la insuficiencia institucional.
La información que se desbordó del Me too hace a las mujeres mucho más conocedoras de sus derechos. Saber decir no y poner límites sin miedo, sin arriesgar el trabajo, la carrera o la vida. De una forma inteligente poner en su sitio a quien intente un avance no deseado. Obligar al posible acosador a darse cuenta de su ridícula e inútil intención. Una vez que la mujer puede prever una situación de riesgo, es mucho más fácil que la evite, que esté alerta. Hablar de responsabilidades y no de culpas. Con esto tal vez logremos nunca más tener que gritar en las redes Me too. @suscrowley
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