Susan Crowley
15/10/2022 - 12:04 am
El misterio que nos habita II
"Egipto vive para la muerte que es el principio de todo y es en ella donde se encuentra el verdadero sentido de la vida".
Como si el tiempo se hubiera detenido, el antiguo Egipto parece observar el devenir del mundo. Encerrado en sus pirámides, mastabas, mausoleos y monumentos no se inquieta ante el apetito de sus devoradores. Indiferente a los actos de los que ha sido víctima una y otra vez, robos, saqueos, descubrimientos, la tierra de los faraones recupera la dignidad con la que fue concebida. Todo indica que nada podrá mortificarla lo suficiente; su belleza resurge y se renueva ante la destrucción. Podrán surgir y desaparecer las novedades más recientes, los adelantos resultarán obsoletos en poco tiempo; Egipto, jamás se extinguirá. Permanece más allá porque el sentido de todo en esta tierra es, precisamente, el más allá. La vida después de la muerte.
El Nilo es una línea infinita, baña la vida de un pueblo que vive al servicio de sus divinidades y de faraones que desde las más tempranas dinastías son considerados dioses. Pero este río también destruye, en cualquier momento su cauce aumenta y lo ahoga todo. Si el sol nace y muere en el Nilo en el mismo día y su curso da vida y muerte por igual, es necesario rendirle homenaje todos los días, eternamente. El arte nos habla de verdades más allá de la realidad inmediata. Sabemos que los hechos varían según la perspectiva y las necesidades de la historia. Las verdades oficiales son encubrimientos y acomodos del poder en turno. El artista, cuando realmente lo es, manifiesta lo más profundo de la esencia humana. Su compromiso no es con los otros, es con él mismo, al margen de los gobiernos y de los sistemas. Gracias al arte podemos conocer la verdad que subyace entre tantos discursos manidos. Egipto es una tierra cuya diversidad cobra sentido gracias a las verdades que el arte manifiesta.
Abidos en el Alto Egipto, es uno de los templos mejor conservados. En él se narra el poder de la fe en un mito. El misterio de la vida y la muerte, Eros y Thanatos, principio y fin. Isis y Osiris, el amor más allá de la muerte. El punto de partida de la historia que, durante treinta dinastías, a lo largo de 3 mil años, desde el primer faraón, Menis, hasta su caída delante de Roma, esa tragedia narrada por Shakespeare. “No digas que fue un sueño”, exige y ruega Cleopatra VII al general Marco Antonio embebido en su ego y a punto de ser derrotado. Un soldado con todos los vicios romanos, con una ambición desmedida y, también hay que decirlo, ignorancia a pesar de sus logros militares. La misma ignorancia con la que Occidente se ha acercado siempre a lo que no le hable de sus necesidades inmediatas. Marco Antonio se corona con los emblemas del Alto y el Bajo Egipto, se viste de faraón y desde el balcón del palacio que Cleopatra le ha regalado, mira al horizonte con más deseos de gozo que de combate en contra del ejército del otro ambicioso, Octavio. Si esta impresionante cultura, ya concentrada en Alejandría, hubiera triunfado sobre el poder militar romano, el mundo sería otro. Pero el general del brillante ejército romano sucumbe ante la idea de ser un dios egipcio, ¿Osiris, Horus? Ambos.
Símbolo de la fertilidad y la regeneración, Osiris protege el culto agrario. Es también el juez supremo en el tribunal de los difuntos. Osiris, el dios de la resurrección, alguna vez fue mortal. Cuenta el relato que, adorado por su sabiduría, el rey egipcio también sufrió la envidia de su hermano, el cruel Seth que para hacerse del poder lo mató y cortó su cuerpo en catorce pedazos esparciéndolos por todo Egipto. Se dice que Isis, la enamorada esposa de Osiris, lloró tanto que formó el Nilo. Uno a uno fue recuperando los trozos del amado y los entregó a Anubis que los unió. Pero faltaba una parte esencial, la viril. Isis es ayudada por Sethis, la esposa de Seth. Convertidas en águilas o tal vez buitres, según las distintas versiones, recorren el valle. Isis recupera esa parte fundamental y vuela hasta el cuerpo de Osiris, le insufla vida y queda encinta de Horus. Osiris gana la vida después de la muerte. Horus surge como el primer faraón y más tarde tendrá un enfrentamiento con el malvado Seth; la venganza que coloca al bien sobre el mal. En los mitos, mientras seamos capaces de entrar en ellos y deseemos escucharlos, los acontecimientos se repiten una y otra vez y sirven de enseñanza.
Siempre la misma idea, los dioses con rostros de animales, benévolos, furiosos, justos, iracundos, concentrada la fuerza en Amon Ra, el sol. El que nace y muere, que otorga el sentido a la vida, observa lejano. Pero la eterna noción de permanencia de Egipto fue sacudida al menos una vez. Amehotep IV, “el faraón hereje”, intuyó lo que nadie se había atrevido. Un solo dios que ama, que da la vida y que acompaña, que baña con sus rayos y que engrandece el poder de los hombres. Atón es el dios de la bondad, de la poesía. En contra del poder de la corte, el faraón cambió su nombre a Akenatón para honrar al dios verdadero. Apoyado por su esposa, la bella Nefertiti, depone a sacerdotes y visires. Pero la furia de Amón resurge. Gracias a las intrigas de sus adversarios, el reinado de esta pareja quedó proscrito en poco tiempo. Con el débil Tutankamón, heredero de Akenatón, que muere asesinado, el poder de los sacerdotes regresa. Poco duró este salto cualitativo que lo había modificado todo.
Por suerte aún podemos admirar los restos de la poderosa obra artística que se creó en Tell-el- Amarna. La naturaleza representada en su máxima expresión, retratos familiares, la vida cotidiana, un sol que llena de calor, sabiduría y ternura al faraón y su familia. Y quizás la más significativa imagen de la historia del arte, Nefertiti, su esposa y faraona por derecho propio; la belleza encarnada, universal, eterna.
Egipto vive para la muerte que es el principio de todo y es en ella donde se encuentra el verdadero sentido de la vida. Con nuestros actos toca asegurar el mejor sitio en esa eternidad, en la que Osiris e Isis estarán esperando y nuestras almas Ib, deberán enfrentar la psicostasis; pesar menos que la pluma de Maat que es la diosa de la verdad y la justicia. Si el juicio es a favor del alma Ka, el alma convertida en fuerza vital, regresará por su momia y se transforman en Aj que vivirá en el paraíso. Por el contrario, si el alma pesa más es arrojada a Ammyt, un monstruo con rostro de cocodrilo, patas de hipopótamo y melena de león que devora a los muertos.
Las pirámides, Saqqarah, Abu Simbel, Filae, Dandarah, Abidos, Luxor, Karnak, Kom Ombo, el valle de los reyes y de las reinas, son un libro abierto que muestra en sus entrañas el pensamiento, las emociones, los miedos y los anhelos de hombres y mujeres que los construyeron. Crónica puntual de lo que realmente importó a quienes creyeron en sus sueños y los plasmaron para la eternidad.
El arte egipcio es la búsqueda de la verdad más allá de cualquier realidad pasajera. En eso es similar al arte de cualquier época, es la constatación de que más allá de las ilusiones de lo inmediato existe un sentido de la vida. El arte crea imágenes que rebasan lo real y nos obliga a pensar en esas otras cosas que no necesariamente vemos pero que existen.
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