Susan Crowley
08/10/2022 - 12:04 am
El misterio que nos habita
"Para muchas mujeres que viven lejos de su cultura, el velo es una pertenencia y la religión es un derecho y su irrestricta convicción de libertad. Para nosotras, las occidentales, que pensamos que la libertad es solo nuestro punto de vista, es un impedimento".
PRIMERA PARTE
Pta es el dios egipcio del tiempo, crea, insufla en la oscuridad y nombra. Dador de la existencia, fundamento del tiempo. Fuerza superior que entraña los misterios de la vida. Origen de Egipto, cultura que nace crece y muere en la ribera y en los valles del Nilo. Un falo que baña, irriga y así insemina el espíritu de los dioses en la tierra. Cada día, frente a Ra, máxima deidad, el sol, nace y muere el mundo. Más de treinta dinastías se suceden, una después de otra, sin prisa, sin concebir el cruel destino que las condenaría a ser pasado. Después de Pta, Osiris, Isis, Seth y su hermana Neftis, la primera historia de amor, de muerte, de venganza y de resurrección.
Desde los inicios, antes de que la historia se contara, estaba Egipto. Miles de invasores trataron de romper la magia encerrada en sus tumbas, templos y ciudades egipcias dedicadas a sus dioses fueron saqueadas sin piedad. Sin embargo, las antiguas construcciones han resistido hasta hoy el peso destructor de aquellos a quienes los mitos de este pueblo parecen fantasiosas leyendas, cuentos de niños y mentiras de gente ignorante. Un verdadero absurdo pensar que una civilización que fue capaz de construir como ninguna otra, pudiera basar el conocimiento tan solo en fábulas. Viajar a través del Nilo y explorar cada una de las ciudades antiguas, es una experiencia única que no puedo dejar de compartir en este espacio.
Primero, El Cairo. Una urbe de contrastes, de claroscuros que solo pueden fascinar si somos capaces de dejarnos seducir por sus defectos. El tráfico insoportable, la falta de respeto a las señales, la basura, los hombres con largas túnicas y mujeres vestidas de negro y veladas, que parecen arrojarse contra los autos. El ruido insoportable, el calor y la arena del desierto hacen que todo parezca sucio. Una ciudad, para muchos, intransitable y odiosa. Sobre todo, cuando dejamos que la mirada occidental obsesiva por la limpieza, que ya no resiste los olores, sabores y que ha cancelado cualquier tipo de estímulo que no sea el que satisfaga sus mediocres y anestesiados sentidos.
Pocas veces he visto hombres tan bellos, de tez oscura, con ojos claros, penetrantes y densas pestañas, de mirada sensual e intrigante, en todo momento respetuosa, humilde. Las mujeres de rasgos exóticos, ojos expresivos y pieles aceitunadas son dulces y serviciales, pero con una dignidad que carece de sumisión, ni se muestran incómodas bajo los velos que apenas dejan asomar sus manos y un poco del rostro. La cultura árabe se manifiesta en cada una de las personas; el islam ha ejercido su poder religioso por siglos en esta urbe. La gran mayoría de la población profesa la religión fatimí. La otra porción significativa es copta, el primer cristianismo oficial que nació en Egipto apenas iniciando nuestra era. La atmósfera islámica, con sus cinco llamados al rezo diarios, han generado una serie de prejuicios. Cierta crítica que considera a esta religión fanática, madre de los más terribles fundamentalismos y cuna del terrorismo.
Siempre he tenido un enorme respeto y, confieso, una cierta distancia con el arte árabe a pesar de fascinarme el Al-andaluz y admirar la forma en la que llevaron la cultura a España. Después de visitar las mezquitas y alcanzar a ver una mínima parte de sus mil minaretes, me pongo a los pies de esta ciudad. Una tras otra, las más antiguas mezquitas, hablan de la belleza del Corán y de Alá como fuente inagotable de fe. La sumisión y al mismo tiempo efervescencia del rezo, e incluso la felicidad que se manifiesta en los rostros de hombres y mujeres conmueven profundamente. Mientras los turistas entran y salen con la típica foto manida, repetida al infinito para ser subida a las redes sociales, indiferentes a lo que acontece, el sonido de los altoparlantes anunciando la tercera de cinco oraciones inunda las calles.
Jan el-Jalili, el gran bazar atestado de productos fake, para gusto de las hordas de turistas que viajan acumulando, apenas deja ver los souvenirs que también son de calidad dudosa. No importa aquí, los vendedores les hacen el juego a los consumidores. Cada uno se une a otro y a otro en un clamor, en todas las lenguas de la tierra. Aturden, agobian, desesperan. De pronto, el silencio que se continúa con el adhan, “oir” en árabe, el llamado a la oración del Islam convocado por el almuédano. Los hombres se postran con sus alfombras y se entregan a ese momento privilegiado. No deja de causar envidia su fe.
Recuerdo alguna vez que visité la iglesia de Tlacochahuaya con Josefina, mi abuela. Las mujeres rezaban en zapoteco con gran devoción. Entre ellas una abrazaba un bulto pequeño. Era su bebé, cubierto entre espesas telas bordadas con historias de niños que mueren y se vuelven ángeles. Apenas se le escuchaba un lamento, muy bello, por cierto, pero incomprensible para mí. Mi abuela se soltó llorando. Más tarde me transmitió su pasmo y admiración por quien, ante la más dura lección de vida, era capaz de anteponer su fe. Esa mujer se aferraba a su bebé víctima de la diarrea verde que es mortal, así llaman a la tifoidea en Oaxaca. En zapoteco le mentía a la virgen. Virgencita, mi hijo está bien feito y bien prietito, no te sirve para angelito, el de mi comadre está rete chulo, llévate a ese.
Es viernes. En la bella mezquita al-Azhar, la más antigua del Cairo, que representa el centro de poder fatimí y una de las más importantes escuelas para estudiar el Corán, (aunque ha sufrido muchas modificaciones), mientras los hombres se descalzan y llevan a cabo las abluciones correspondientes, las mujeres veladas y muchas, rigurosamente vestidas de negro por estar casadas, van entrando en grupos. Entre ellas hay manifestaciones de alegría y complicidad. Llenas de vida, son dulces y no parecen intimidadas por nadie, al contrario. La sala de oraciones, el mihrab que es ese nicho profusamente decorado lleno de luz y sombras, de misterio que mira hacia a la Meca. Un monumental sitio de recogimiento en el que cada uno de los fieles vive plenamente la vocación de fe.
Muchas mujeres y con razón, rechazan esta postura, la sharía o código de conducta islámico es una imposición. Pero también es cierto que muchas otras mujeres viven su religión con un completo fervor. Es verdad, millones de personas han tenido que emigrar por las terribles leyes islámicas impuestas que se han utilizado como política represiva causando enormes desgracias. Para muchas mujeres que viven lejos de su cultura, el velo es una pertenencia y la religión es un derecho y su irrestricta convicción de libertad. Para nosotras, las occidentales, que pensamos que la libertad es solo nuestro punto de vista, es un impedimento. Pero no sé quién está más atrapada, si nosotras con nuestro miedo a envejecer, con nuestra obsesión por la belleza con bótox e inyecciones de rellenos, dolorosas cirugías para rejuvenecer sin lograr la lozanía que anhelamos, o ellas con esa sensualidad velada, ancestral que apenas asoma. Cuestión de fe, ignorancia, fanatismo, quién lo puede juzgar. ¿Se trata de los miedos de cada uno? ¿o tal vez sean deseos?
Poco después de adentrarse en el misterio profundo de las mezquitas; las pirámides son el otro encuentro monumental. La sensación de grandeza y de inteligencia de mentes que entendieron que el mundo de aquí era poca cosa y que la muerte era el principio de todo, nos regresan a Pta y al fascinante panteón de dioses egipcios que aún parecen guardar muchos secretos.
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