Susan Crowley
01/10/2022 - 12:04 am
Documenta 15 y las deudas de Occidente
"En Kassel, el pequeño poblado bombardeado durante la Segunda Guerra Mundial hasta quedar en cenizas y recuperado para la conservación del arte, los artistas sembraron, construyeron, educaron, dentro de un lumbug o en español “granero”, como lo nombró el Ruangrupa".
El arte sirve para deleitarse con su belleza, para asombrarse con la grandeza de civilizaciones pasadas y para conocer la genialidad de mentes sagaces contemporáneas. También sirve para adentrarnos en mundos que jamás podríamos conocer de otra forma. El arte es una herramienta eficaz para conmovernos, para activar nuestra sensibilidad, para cuestionarnos sobre quiénes somos y por qué somos lo que somos. El arte, más allá del gozo profundo, también es un vehículo para transformar la realidad.
Eso es lo que intentó la exposición documenta (con d minúscula), llevada a cabo en Kassel, Alemania. Como cada cinco años, en su quinceava edición, documenta logró desapegarse de los formalismos y lenguajes artísticos tradicionales. Y no solo eso, también transformó el orden estético en forma y fondo; una experiencia necesaria para los tiempos que vivimos. En Kassel, las exposiciones no tuvieron nada que ver con nuestro acostumbrado “cubo blanco” occidental y la grandilocuencia de los curadores de moda. Durante cien días, se dio un milagro: el voto por la imaginación y la reconstrucción del mundo, un esfuerzo por reconfigurar nuestro planeta agotado, exhausto de nosotros. Nuestros discutibles valores occidentales, ansiosos de gratificaciones inmediatas, consumistas, banales; nuestros afanes por ser más, saber más, acumular más. Nuestra máscara de felicidad maquillada con el exceso civilizatorio occidental, fueron “tomados” por todos aquellos a quienes nunca hemos sido capaces de voltear a ver y a quienes jamás hemos tomado en cuenta. Nos obligaron a ponernos en sus zapatos y a vivir las experiencias más aterradoras que también son arte.
Por siglos, Occidente fue esa nave de osados aventureros, conquistadores que un día se nombraron dueños de tierras lejanas y las dibujaron en un mapa considerándolas suyas. Con una ambición desmedida y un ímpetu increíble, salieron a dominar y esclavizar a todos aquellos, llamados “otros”, sin siquiera pensar qué quería decir el término “otro”. Convencidos de tener la forma correcta de vivir, de pensar y de sentir, se embarcaron llenos de ambición y dispuestos a “civilizar” a los que llamaron bárbaros. Salvadores del mundo, marcaron su impronta en cada nación conquistada y sometieron, robaron, asesinaron bajo la conveniente bandera de justicia e igualdad.
La historia escrita por los imperios es la del triunfo de unos cuantos que no saben ver más allá de sus narices y que justifican y abogan solo por sus privilegios: hombres, blancos, binarios, occidentales. En esta lectura los demás quedan anulados: mujeres, comunidades no binarias, razas que no sean consideradas blancas, clases que no tengan acceso a lo mínimo. Es decir, el mundo de las mayorías que, por siglos, estúpidamente, se ha nombrado minorías.
Quienes fueron invadidos, esclavizados y explotados en sus propias tierras y después dejados a su suerte, no tuvieron otro remedio más que huir. Masas de migrantes que arriesgan la vida todos los días han salido de naciones destruidas por la guerra. Con hambre, frío y solo la esperanza de una vida mejor arribaron a las periferias del viejo imperio a tratar de sobrevivir y a realizar las tareas más indignas. Han sido sometidos de nuevo.
Esos “otros”, tienen historias de amor, de dignidad humana, de solidaridad, de sufrimiento y de una inconmensurable capacidad de aceptación de todas las calamidades posibles. También han heredado el arte milenario de sus pueblos. Saben ver el mundo con imaginación, con ironía y con una crítica urgente. En documenta mostraron un alma inquebrantable y verdaderas ganas de recuperar el mundo que les destruimos.
En Kassel, el pequeño poblado bombardeado durante la Segunda Guerra Mundial hasta quedar en cenizas y recuperado para la conservación del arte, los artistas sembraron, construyeron, educaron, dentro de un lumbug o en español “granero”, como lo nombró el Ruangrupa. El colectivo artístico tailandés comisionado para curar la exposición en su conjunto, condujo a todos los artistas a entonar un himno, más bien muchos himnos de la diversidad. Por cierto, nada triunfalista, al contrario, una reivindicación y deseo de restauración al mismo tiempo que la inclusión de nuevas formas de pensar. Cada espacio de exposición se transformó en una especie de capilla llena de ideas, de libertad de expresión, de acceso a la experiencia de reconstrucción de culturas que fueron condenadas a la esclavitud por la voracidad occidental. Gran Bretaña, Francia, Holanda, Dinamarca, Bélgica, Portugal, España y más tarde Estados Unidos y la URSS usaron y depredaron naciones completas; las agotaron y después salieron y abandonaron a su suerte a sociedades destruidas. No solo eso, después de provocar guerras se nombraron los reconstructores haciendo negocio redondo.
En documenta 15 todo fue diferente. No hubo frustración ni rabia, pareciera que la historia se empezaba a contar desde otro sitio. O más bien, se había contado siempre pero no escuchado. Los colectivos que literalmente desbordaron la ciudad (en cada colectivo se sumaban hasta veinte artistas que, a su vez, se integran con otros colectivos), un panal de abejas que trabajaron sobre las ideas de Joseph Beuys y sus teorías. El verdadero arte es una escultura social formada por el trabajo y la relación que se establece entre todas las partes. Los colectivos invitados mostraron que ese ideal beuysiano puede cumplirse a partir del diálogo, de la aceptación y del reconocimiento de la diferencia como un posible punto de encuentro y acuerdo. Un sí radical a la vida a partir del otro, de los otros. Los edificios abandonados, las orillas del río Fulda, las bodegas subutilizadas, se vistieron de los colores de la inclusión, de los rituales, del oficio artístico que no solo es bello, además es capaz de sanar las heridas infringidas.
A eso fueron los colectivos, en su mayoría de las tierras sumergidas en la pobreza y la desolación. En complicidad con las mujeres y su lucha, con los colectivos queer, para denunciar el desastre ecológico, los daños causados por el progreso que se han cebado con las naciones más pobres a las que llamamos Tercer Mundo, subdesarrollados, primitivos, salvajes, minorías, ¿no es absurdo?
Tailandeses, indios, malasios, vietnamitas, libaneses, palestinos, sirios, romaníes, nigerianos, marroquíes, australianos, kurdos, brasileños, americanos; esa minoría de la que siempre se habló despectivamente; a la que de nada sirve nuestra supuesta caridad llena de intereses que, de inmediato, es cobrada con nuevas prebendas como los tratados comerciales amañados para su beneficio. Parecía que en documenta 15 había llegado el momento de ceder y otorgar el mando a aquellos que han pensado el mundo desde su belleza natural, su cultura ancestral, sus habilidades para contar, tejer y construir historias desde otros lugares, llenos de leyendas y mitos, de una religiosidad y magia invaluables, de un arte colosal.
Pero la mirada occidental es mucho más astuta y manipuladora de lo que se imaginaron esas otras voces. Esperaron cualquier error en el texto curatorial, en alguna representación para, de inmediato, denostar y tachar el lumbug de proyecto fallido. Lo triste es que sí hubo el desafortunado pretexto y fue tan notorio que incluso costó la dimisión de la directora. Documenta 15 antisemita, fue el título de la mayoría de los diarios en Occidente. Una caricatura mordaz, agresiva, innecesaria, sí, detonó la susceptibilidad de todos. Taring Padi, un colectivo que usó una imagen burlona que, es cierto, no aporta nada a la discusión y nos enfrasca en una necedad. Exageradamente atentos a ese tipo de errores, los occidentales se horrorizaron y clamaron por el fin de estas “extrañas” y “salvajes” propuestas. La documenta 15 se convirtió, para estos críticos, en una afrenta. Sin embargo, los numerosos integrantes de los colectivos participantes también han protestado. Durante los últimos días, miles de panfletos fueron repartidos, colgados frente a las obras. En ellos se exigió respeto y no censura de parte del comité de documenta.
Una lástima que este intento valioso y necesario haya deslucido tanto con estos llamados a la cordura occidental. Como si no cupiera la capacidad de destrucción y maldad que conocemos por siglos o solo ellos pudieran ejercerla. Probablemente no será la mejor documenta, pero sí la más privilegiada por haber modificado la forma de pensar de todos los que nos vimos involucrados con ella. Nos tocará a todos entender y aprender de “otros”; abrir nuestros estrechos criterios y asumir el mundo con todas sus “otras” formas de ser concebido.
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