Susan Crowley
24/09/2022 - 12:04 am
De Pérfida Albión a abuelita de Cri Cri
"La pérdida de esa mujer, a la que desde siempre nos acostumbramos a llamar reina y delante de quien se inclinaron miles de personajes históricos. Una mujer que representa a uno de los imperios más crueles y destructivos del mundo".
Ningún rincón del mundo ha quedado indiferente ante el deceso de la reina de Inglaterra. En todas las naciones, en los periódicos, en las noticias de radio y televisión, se narra el inexorable destino de su majestad con una especie de pasmo, como si ese día no fuera a llegar. Sí, era longeva, a fin de cuentas, mortal. God save the queen. Avenidas y calles de la capital inglesa y el emblemático Palacio de Buckingham reciben a casi un millón de espectadores. El desconsolado pueblo inglés se mezcla con los miles de turistas ansiosos de lograr la selfi con el féretro apenas y pase a su lado. Unos segundos para tener el anhelado pic. Es la foto que reverencia a un personaje cuestionable, con todo y su reino e historia.
El sobrio jaguar negro transita con los restos de su majestad en vivo y a todo color. Incluso en las casas y en los pubs se siguen las imágenes con la misma atención que una final de la Champions League. La pérdida de esa mujer, a la que desde siempre nos acostumbramos a llamar reina y delante de quien se inclinaron miles de personajes históricos. Una mujer que representa a uno de los imperios más crueles y destructivos del mundo.
El fin de una época, dijeron muchos. La mujer más influyente, rica, poderosa. La Gobernante que supo anteponer su reinado a cualquier cosa, incluso a sus sentimientos y a su familia.
En sus últimos meses la reina nos recordaba a todos a nuestras dulces abuelas, aquellas que Cri-Cri inmortalizó en “toma el llavero abuelita”. Esa cabecita blanca que bromeó con un Teddy bear en las olimpiadas y fue llevada del brazo por el galán James Bond al estadio olímpico. Esa mujer que fue inmortalizada tan magistralmente por Hellen Mirren en The Queen y por Olivia Coleman en The Crown, agregando puntos a su legendaria investidura que parecía no extinguirse jamás.
Su fallecimiento fue otro récord de taquilla. Los cuentos de princesas fueron pensados con un final feliz. ¿Pero, qué pasa cuando una princesa tiene que cargar con las deudas del pasado?, ¿cuándo sin imaginarlo, por accidente, se convirtió en reina de uno de los imperios más crueles, egoístas y cuyas bajezas nunca se acabarán de contar?
En esa larga procesión funeraria Elizabeth y su corona con el diamante más grande del mundo, ese que fue robado a la India y que la acompañó casi hasta el final. En el último momento, junto con todos los emblemas, le fue retirada para verla desaparecer bajo la tierra.
Isabel no solo tuvo que lidiar con los sinsabores causados por su hermana, sus hijos y nueras. Además, carga una larga trayectoria de injusticias y dolor proferidas a las colonias, en las que la Pérfida Albión como se le conoció al imperio inglés destruyó y pisó cabezas de culturas milenarias con la justificación de traerles la civilización.
En medio de los homenajes funerarios, el trono se hereda a Carlos. El príncipe chic que pasaba sus mejores días rompiendo los corazones de las chicas casaderas de todo Europa. Los años ochenta se fueron y él dejó atrás sus aires de conquistador para vivir una historia de supuesto final feliz que terminó en el peor fraude para las revistas del “cotilleo”.
Romper el enorme y dulce corazón de Di. Poco a poco Carlos III, ahora, se convirtió en uno de esos personajes indeseables dando muestra de su insensibilidad y mal trato a sus inmediatos. Si así se comporta con quien le extiende una pluma, imaginemos cómo trataría a los otrora súbditos de las colonias. Pero la Inglaterra que Charles hereda es otra. Los Windsor arrastran divorcios, infidelidades, fraudes fiscales y hasta a un supuesto pederasta. En medio de una crisis económica aumentada por el Brexit y la renuncia del Primer Ministro, la familia real también carga con una larga lista de deudas con las naciones a las que expolió, ¿tendría que ofrecer perdón?
Al mundo le sale muy caro tener potentados, a Inglaterra le cuesta una fortuna sostener los devaneos de su noble familia. Sin embargo, las entradas brutales en publicidad, los convierten en un mal necesario, una especie de matrimonio mal avenido con los medios masivos. Su intimidad, la que para cualquiera sería una vida ordinaria, en ellos es un escándalo de alto presupuesto. Desde el vestido que lleva Catherine cada día, hasta quien cometió el acto más reprobable de la semana, toda la familia de Isabel II representa un cheque al portador.
En estos días en los que toca hacer consciencia, el mundo entero, en especial aquellos imperios que han causado tantos daños, están obligados a revisar los errores del pasado. Quizá una de las naciones que sale peor parada sea Gran Bretaña.
La reina del que fue el más poderoso estado del mundo tuvo que lidiar con los nuevos tiempos y con el ansia de libertad de las colonias que se contagiaban unas a otras, haciendo que el opresivo Estado inglés se volviera anacrónico. Una verdadera maestra de las ciencias políticas, Isabel se movió como una liberal que respaldó la independencia y surgimiento de los países que aún vivían bajo la protección del Commonwealth. Pero, aunque su afán reconciliador dio una buena prensa a la reina, el daño estaba hecho.
El retiro de Inglaterra de sus colonias fue tan doloroso como la conquista original. Las naciones quedaron saqueadas, empobrecidas, el tejido social destruido. La rapiña de los últimos ingleses que quedaban en estas tierras fue atroz. A consecuencia de la devastación causada por las salidas mal planeadas, vinieron las crisis civiles. Gobiernos golpistas, encabezados por dictadores y verdaderos maleantes que cargaban metralletas y violaban los derechos de todos obligando a los hombres a ser parte de sus diabólicos ejércitos que violan y matan mujeres y niños. Luego vendría lo peor, hambre y extrema pobreza; las migraciones hacia Europa de toda esa gente desesperada.
La historia tiene su propia lógica devastadora que no se detiene en los daños a las personas. La cuentan los vencedores que miden las consecuencias a su favor; nunca salen mal parados y sacan conclusiones que los colocan en el papel de los justos. Para muchos, el proceso de occidentalización no fue algo malo. A fin de cuentas, Europa llevaba la bandera de igualdad, libertad y fraternidad que suena muy bien para un día de festejo nacional. La realidad fue otra. Las migraciones han arrastrado olas gigantes de personas con hambre que abandonan las naciones hundidas hasta el cuello en la desolación y la miseria. Los gobiernos se suceden unos a otros. Fallan todos.
Los ingleses miran toda esta tragedia desde la ventana de su eximperio, en su palacio reluciente. No entienden el odio de los migrantes. Igual que todos los otros imperios, se quejan de su pesada carga, poblaciones completas que viven en sus suburbios y que se han convertido en presas fáciles de fundamentalismos o terrorismo y que crecen alimentando el odio y el deseo de venganza. Eso no les gusta, tampoco le gustaba a Isabel, que sufría por los suyos cuando eran atacados en el centro de su propio reino. Sin embargo, Asia, Oceanía, África fueron su imperio, los saquearon y usaron hasta avanzado el siglo XX. ¿Isabel era el último eslabón de todos aquellos piratas que invadieron y esclavizaron prácticamente al mundo?
Las deudas de Isabel y su estirpe parecieron volver víctima a la ancianita que, incluso ante los malestares de los divorcios y el incendio de un ala de su palacio, nombró aquel año como “annus horribiles”. Su soberbio heredero no tiene el encanto de los años que llevaban a querer a Elizabeth; más bien se asemeja al peor de los ingleses. Ahora deberá someterse al escrutinio de la historia que hoy parece querer ser contada desde el lado silenciado y maltratado. Esa voz que merece ser escuchada y que tiene mucho que contar.
@Suscrowley
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