Alejandro Páez Varela
19/09/2022 - 12:08 am
Un gran malentendido
Se lee lo que se quiere leer, se entiende lo que se quiere entender porque no se trata de entender sino de acomodar los hechos de tal manera que sustenten lo que creen y lo que piensan.
El jueves pasado, un grupo de activistas protestó con una enorme manta que fue colocada en la llamada “suavicrema”, un monumento de mal gusto que se construyó en el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa y que, según la Auditoría Superior de la Federación, sirvió para desviar entre 400 y 600 millones de pesos de aquellos años. La manta rechazaba la militarización del país, iniciada justo hace 16 años por el polémico expresidente al que muchos –yo entre ellos– culpan de haber metido al país en una trágica guerra por decisiones políticas.
Calderón Hinojosa llegó al poder con un fraude electoral y para responder a la inestabilidad política y social decidió sacar al Ejército a tareas de seguridad. Ejecutando decisiones espectaculares mejoró sus niveles de aprobación. Pero metió a México en una tragedia hasta nuestros días. Y los militares nunca más regresaron a los cuarteles. Todo empezó hace 16 años, como recordaban las activistas. Por eso la manta decía:
“16
años
de
impunidad
militar /
NO
al golpe
militar”
Muchos, como el expresidente del PAN Gustavo Madero, aplaudieron la valentía de las activistas por subirse a ese monumento, horroroso monumento sobre el majestuoso Paseo de la Reforma. Otros más, simpatizantes de Calderón y/o vinculados a lo que ahora se llama “Sociedad Civil” –una organización de derecha que agrupa a muchos que se llamaron “neutros” pero que operaban para sectores conservadores–, lo tomaron como un acto que rechazaba la recién aprobada iniciativa que da marco jurídico a la Guardia Nacional y la subordina a la Sedena, y gozaron compartiendo las pocas imágenes que hubo, porque la manta fue retirada al poco tiempo de ser instalada. La protesta decía una cosa y los aplausos referían otra. Nada raro en un país donde muchas situaciones son productos de grandes malentendidos o de la deliberada interpretación a modo de los hechos.
Por esas mismas horas del jueves pasado, Dante Delgado, de 71 años, tuiteaba una foto suya rodeado de jóvenes. Decía: “Mi generación le falló a México entregándose a un sistema que nunca entendió el presente y que se negó a pensar en el futuro. Por eso empujar una nueva generación de gente brillante, preparada, capaz y con visión de futuro para transformar a México”. Una foto en la que un hombre que se apoderó de un partido desde hace casi un cuarto de siglo y vive de él se hace notar como un demócrata es un gran malentendido, o un acomodo de hechos de tal manera que le beneficien.
En México, caciques como él –o los Fidel Velázquez, las Elba Esther Gordillo o la élite que tomó el IFE y el INE – se apoderaron de instituciones para administrar cuotas de poder y los privilegios que vienen con él. En el caso de Dante Delgado, poder, privilegios, presupuestos y cargos que la Ley otorga a los partidos políticos, no a un individuo. Pero algunos lo elevan al grado supremo de “demócrata”. Un país de grandes malentendidos o de verdades torcidas a modo.
A muchos no les gusta que se hable de Calderón en estos días. Dicen que se le recuerda para esconder “la ineficiencia” del actual Gobierno. Curioso, porque la memoria suele considerarse una herramienta contra la repetición de las tragedias. Hay monumentos en la memoria para las hazañas, es cierto, pero también para las derrotas. Y ese doble valor tiene una tumba simple, que recuerda la vida y la muerte. Y ese doble valor tiene una piedra filosa clavada en el suelo, que pide no olvidar el Holocausto. Recordar a Calderón es poner los pies sobre la tierra: como el huérfano recuerda a los verdugos de su padre, como una madre recuerda a los que un día se llevaron a su hijo, y aquí no hay espacio para la metáfora: con este expresidente se desataron las matanzas y desapariciones que siguen hasta nuestros días.
Pero a muchos no les gusta que se mencione a Felipe Calderón Hinojosa. Preferirían dejar ese capítulo atrás y no porque lo crean superado –muertes y desapariciones siguen– sino porque, como el que cierra los ojos para no mojarse cuando llueve, creen que recordar es ignorar el presente. Otro gran malentendido, claro. La memoria está allí para recordarnos que allí están los hechos, que sucedió. Porque, aunque intentes leer lo que te conviene de una manta que cuelga en tu cara, la manta dice lo que dice:
“16
años
de
impunidad
militar /
NO
al golpe
militar”
El colectivo Hasta Encontrarte, que colocó la manta, lo diría mejor que yo: “Existimos porque resistimos”. Una enorme lección sin malentendidos: la memoria se resiste y es presente. Se llamaba tragedia ayer, se le llama tragedia hoy. Claro que hay que exigirle al actual Gobierno que haga lo que tenga que hacer para resolver esa tragedia que agravia a los mexicanos todos los días. Pero no hay manera de evitar la palabra “heredada”, porque está en la memoria colectiva de dónde viene. Los simpatizantes de Calderón lo ponen como héroe, valiente, echado para adelante. Pueden pensar eso, si quieren. Y pueden pedir que ya no se mencione a Calderón. Pero la manta como la memoria están allí para recordarnos que la tragedia no viene de la nada.
En este país, en nombre de la democracia se abrazan grandes malentendidos y se da una deliberada “interpretación libre” de los hechos. Una élite, por ejemplo, aplaudió al “pueblo democrático” que acudía a las urnas a elegir entre las opciones que esa misma élite presentaba como candidatos. Voten, entreténganse, decían; pero no hablaban de la democracia económica, rechazaban la democracia social porque allí sí, cualquiera que la evoque es un revoltoso o un comunista hediondo que merece ser aplastado. Tuvieron que pasar dos fraudes electorales, 1988 y 2006, antes de que una mayoría abrumadora se impusiera, en 2018, a su idea de democracia.
Para esa élite, democracia es el acto intrínseco de depositar una papeleta en un cubo de cartón, no garantizar los beneficios del país para todos, no generar condiciones para que muchos tengan lo que se lleva ese puñado. Democracia no es la justa distribución del ingreso nacional, no son los gobiernos de las mayorías. Democracia, para ellos, es el “tú ve a una casilla, si quieres; pide una boleta y márcala”.
Por eso, para la élite (sobre todo la académica y la que se apoderó de las instituciones electorales desde tiempos de Carlos Salinas de Gortari) no hubo fraude en 2006. Y nunca lo van a aceptar. ¿Por qué gritan que hubo fraude –dicen– si se contaron los votos y corresponden a las listas nominales? Les parece una imbecilidad que alguien les reclame que Vicente Fox, siendo Presidente, metió las manos a favor de uno de los candidatos (el suyo: Calderón); que empresarios metieron las manos; que los poderes mediáticos metieron las manos y que los gobernadores de PAN y PRI metieran las manos. Otra vez, grandes malentendidos o verdades torcidas a modo. Si contar votos fuera “la democracia” entonces con un puñado de cuentachiles (tampoco se necesitan tantos) es suficiente, ¿para qué mantenemos a una élite dorada de burócratas?
Y así, malentendidos convenientes al infinito: cuando el Gobierno le da dinero a los empresarios es por el bien de todos, pero cuando se dan ayudas directas a los más pobres es populismo. Cuando los corporativos meten capitales al país se le llama Inversión Extranjera Directa y cuando llegan miles de millones de dólares de los migrantes es una anomalía de la economía. Cuando se plantea un bono universal familiar para apoyar a los estratos menos beneficiados se trata de clientelismo comunista, pero si ese bono recae en la élite empresarial es para “fomentar el empleo”. Cuando los presidentes condonan impuestos a los grandes empresarios es porque se les necesita, y cuando alguien sin empleo pone un puesto de elotes para mantener a su familia y “omite” registrarse en Hacienda es “comercio informal”. Y cuando un multimillonario –que hizo su dinero con concesiones del Estado– abre una empresa filantrópica que deduce de sus impuestos, es un “prohombre”, un “qué bárbaro qué patriota”, y merece su nombre en letras en oro en las plazas públicas; pero cuando una mujer indígena vende chicles en una esquina de esas plazas públicas “ensucia la vista”.
Y ahora estamos por ver otro capítulo de esos grandes malentendidos tan convenientes. Alejandro Moreno Cárdenas, líder nacional del PRI, recibió un trato de héroe entre los líderes de la oposición cuando lo tenían como aliado; después de los audios que lo exhibieron como un extorsionador y ladrón, hasta advirtieron que si lo tocaban a él, “nos tocan a todos”. Pero ahora que le ha dado la espalda a Claudio X. González, a Marko Cortés y a Jesús Zambrano para buscar su propia salvación, están a punto de decir que todos tenían razón cuando lo señalaban de extorsionador y ladrón, corrupto y vividor. Fue un malentendido, dirán, considerarlo un hombre honesto. Ahora que no está con ellos es lo que siempre fue para todos los demás.
Pero nadie se asombre de eso, porque entre los políticos es una práctica común. En Morena hay priistas y panistas redimidos por el solo hecho de cambiar de bando, y en los gobiernos hay destacados miembros del Partido Verde que ayer eran considerados bribones sin oficio. Ahora el PAN abrazará a los priistas que le den la espalda a “Alito” y en el PRD lo mismo: a comer de la mano de los oligarcas que denunciaban y querían acabar, y si les preguntas dirán que todos ellos son buenos y eran considerados malos por un malentendido o viceversa.
Calderón es hoy el antihéroe de la élite que perdió los privilegios, y no importa que él desató la guerra; no importa que él sacó a los militares a las calles; no importa que es el culpable de la violencia criminal desatada desde hace 16 años y no importa que una manta diga que lleva justos esos 16 años en total impunidad. Se lee lo que se quiere leer, se entiende lo que se quiere entender porque no se trata de entender sino de acomodar los hechos de tal manera que sustenten lo que creen y lo que piensan.
Porque la verdad no importa ya: importa un tuit ingenioso -aunque mezquino- que replicarán los que piensan como yo; porque mentir es la sopa del mediodía y extender la mentira es como tener un buffet siempre caliente para servirse de él cada vez que se tenga hambre de más mentiras.
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