Libros

ADELANTO | La novela sobre la princesa Diana y de cómo la reina descartó su retiro

13/08/2022 - 12:01 am

Reina de corazones. Diana, la novela es la más reciente obra de la escritora y periodista alemana Julie Heiland, una narración ficticia de la historia de la princesa de Gales, que recorre 20 años de su vida. SinEmbargo comparte en exclusiva con sus lectores un fragmento de la obra.

Ciudad de México, 13 de agosto (SinEmbargo).– La escritora y periodista alemana Julie Heiland ha escrito “una apasionante novela” sobre la vida de la princesa Diana de Gales, a quien describe como “una mujer poco convencional y sentimental, que fue adorada como un ícono de la cultura pop”, bajo el título Reina de corazones. Diana, la novela (Planeta).

El libro recorre 20 años de la vida de Diana Spencer, prácticamente desde que conoce al príncipe Carlos hasta que ambos se divorcian, un evento que sacudiría la Casa de Windsor.

“En la actualidad circulan infinidad de leyendas y rumores sobre la vida y la muerte de Diana. Sin embargo, una cosa es segura: con su historia personal, la princesa de Gales cambió sustancialmente no sólo la casa de Windsor y la percepción que ésta tenía de sí misma, sino también la disposición de ánimo de numerosas personas que admiraban profundamente a esta mujer valerosa”, escribe a manera de epílogo Heiland.

Pese a la amplia documentación que dio forma a esta obra, su autora aclara que si bien la novela “está basada en hechos reales y el contexto es real” gran parte de lo que escribe a lo largo de casi 500 páginas “se trata de una narración ficticia de la historia de Diana. No todas las escenas que se relatan sucedieron así. Algunos acontecimientos probablemente fuesen distintos en la realidad o se han adaptado en beneficio de la novela”.

29 de julio de 1981, el príncipe Carlos de Gran Bretaña besa a la princesa Diana en el balcón del Palacio de Buckingham en Londres después de su boda. Foto: AP

Julie Heiland compartió que para familiarizarse con la vida de Diana y la familia real consultó artículos de periódico, documentales, antiguas entrevistas y las siguientes obras: The Diana Chronicles, de Tina Brown; Prince Charles, de Sally Bedell Smith, y Diana: su verdadera historia, de Andrew Morton, que, señala, es consideraba la “biografía de más éxito de todos los tiempos”.

Justo en el libro se narra cómo la propia Diana reveló “los detalles más íntimos de su fracasado matrimonio y se los entregó al joven periodista (Morton) en cintas grabadas a través de intermediarios”.

Julie Heiland la autora de la novela sobre la princesa Diana. Foto: Heike Ulrich, cortesía Grupo Planeta.

Sobre aquel momento, la novela da cuenta de cómo la publicación de los fragmentos de esta biografía en The Sunday Times sacudió a la familia real, en un episodio en el que se relata cómo la reina Isabel descartó, según esta narración, dejar la corona antes de tiempo:

“El Daily Telegraph formula en un editorial la pregunta de si la monarquía tiene futuro. La confianza que las personas tienen en nosotros se desmorona. Hasta ahora el único que sabía que me estaba planteando retirarme poco a poco era Felipe”, dice la reina en esta novela.

“Pero tengo la sensación de que me las tengo que ver con un puñado de hijos inmaduros y egoístas Por eso seguiré llevando la corona todo el tiempo que me sea posible”, añade Isabel, en este episodio.

Julie Heiland muestra en esta novela la perspectiva de la propia Diana de Gales: "la narración, cargada de detalle, transporta lo mismo a palacios y a los agrestes paisajes de Escocia que a las calles de Londres y los recorridos por todo el mundo que la 'princesa del pueblo' llevó a cabo como parte de sus deberes mientras su vida y sus expectativas se resquebrajaban, debiendo reinventarse una y otra vez para convertirse al final en una activista de causas urgentes", reseña la editorial.

SinEmbargo comparte en exclusiva con sus lectores un fragmento de Reina de corazones. Diana, la novela (Planeta), © 2022, de Julie Heiland y traducida por María José Díez Pérez. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

La portada de Reina de corazones. Foto: Cortesía Grupo Planeta.

***

54

Era un espléndido día de verano de junio. El sol entraba sesgado por la ventana. Diana veía bailotear en la luz matutina el polvo que había levantado la recamarera con el plumero. Una segunda recamarera cambiaba la ropa de cama mientras tarareaba alegremente. El delicioso olor de las sábanas limpias y planchadas se extendía por la habitación, y a él se sumaba el aroma a café recién hecho que la invitaba a desayunar. Oía cantar a los pájaros. El tráfico lejano de la ciudad. La vida.

Su vida terminaría pronto.

O al menos tenía esa sensación.

Diana estaba en su vestidor, delante del espejo, pensando: «Conque este es el aspecto que tiene uno cuando está a punto de hacer descarrilar toda su vida». Estaba pálida. Llevaba escrito en la frente: «Culpable».

Ese día aparecería en The Sunday Times el primer fragmento de Diana: su verdadera historia, el libro de Andrew Morton. «Diana, empujada por el “insensible” Carlos a cometer cinco intentos de suicidio», rezaba el titular en la portada. Y, debajo: «El drama conyugal que vive hace enfermar a la princesa. Diana afirma que no será reina». Sonaba muy duro. Ojalá hubiese podido ejercer alguna influencia en los titulares, pero el Sunday Times había insistido en formular el sensacionalista artículo de manera igualmente sensacionalista.

Imaginó la furgoneta que llevaba la prensa diaria al palacio de Kensington. El conductor, que, con una mirada ávida de sensaciones, llamaba la atención de los pajes sobre la portada. «Se van a quedar con la boca abierta, eso seguro».

Imaginó a Patrick abriendo el periódico, leyendo el título y teniendo que sentarse apresuradamente.

Imaginó los diarios camino del departamento de prensa del palacio de Buckingham. Los empleados leyendo el titular de refilón, mirándose los unos a los otros presas del pánico; después, de pronto, el ajetreo. Alerta roja.

Imaginó a Isabel a punto de desayunar, esperando a que le llevasen el Sunday Times con una taza de Earl Grey en una bandeja de plata. Con intención de beber un sorbo de té mientras leía los titulares, la taza cayéndosele de la mano de golpe, haciéndose añicos.

Imaginó a Margo, permitiéndose un whisky del susto. A Felipe, echando humo. A la reina madre, sin respiración. A Ana, arqueando las cejas: «¿Acaso no les advertí que Diana causaría problemas?».

E imaginó a Carlos, que todavía estaba en la regadera, enjabonándose con su varonil y aromático gel, sin sospechar lo que le esperaba dentro de un momento, en el desayuno.

Diana se miró a los ojos: «Si cedes, si confiesas la verdad, que estás tras este libro de intimidades, que has sido la fuente de Andrew Morton, todo habrá terminado para ti»

«A lo largo de todos estos años has aprendido a dominarte, así que hoy, por última vez, también podrás hacerlo».

Bajó la escalera. Con cada paso que daba era como si fuese camino de su hundimiento.

Los invitados, un agradable matrimonio apellidado Lyle, ya estaban sentados a la opípara mesa. Diana les dio los buenos días. Se sentó. ¿Cómo iba a ser capaz de probar bocado?

Aun así, tenía que comer algo, de lo contrario levantaría sospechas.

Allí estaba, el Sunday Times, en el otro extremo de la mesa. Junto al plato de Carlos.

El matrimonio lo sabía. No cabía la menor duda, viendo cómo estaban de acobardados. Tenían cara de querer estar lejos, muy lejos de allí.

El señor Lyle daba la impresión de estar buscando un tema de conversación desesperadamente.

—¿Ha dormido bien? —consiguió preguntar al cabo.

—Estupendamente —contestó ella.

Entonces llegó el momento.

Carlos entró en el comedor. Se miró las mancuernillas de la camisa. Dio los buenos días a todo el mundo. Diana se estremeció cuando le puso una mano en el hombro al pasar. Pero esa ternura solo era fingida.

A partir de ese día la hipocresía de su matrimonio quedaría desenmascarada de una vez por todas.

Diana clavó la vista en el yogur con fruta fresca que tenía delante, pese a lo cual vio perfectamente que Carlos se llevaba el té a la boca mientras miraba de reojo el Sunday Times y, acto seguido, sin dar un sorbo, dejaba la taza en el plato. Agarraba el periódico. Leía los titulares…

Diana oía el tictac del reloj.

Oía los latidos de su corazón.

La adrenalina le corría por la sangre.

Se hallaba en caída libre.

Carlos leyó que su mujer padecía bulimia.

Leyó que había llevado a cabo varios intentos de suicidio, aunque fuesen poco entusiastas.

Y leyó que él tenía una aventura con Camilla Parker-Bowles desde hacía años.

Carlos dejó el periódico junto al plato y relajó las manos, que tenía apretadas en puños. En la frente le latía una vena abultada.

Se volteó hacia el matrimonio Lyle e incluso logró fingir una sonrisa afable.

—Si nos disculpan un momento. Tengo que hablar a solas con mi esposa. —Después dijo a Diana—: Querida, ¿te importaría venir un momento?

Diana se levantó. Notó el sabor a sangre en la boca: a todas luces se había estado mordiendo la lengua durante todo ese tiempo.

Nada más salir de la habitación, él la agarró del brazo.

—¡¿Cómo te atreves?!

—No tengo nada que ver con eso —le mintió a la cara. Parecía desesperada—. Me he quedado de una pieza, igual que tú. Habrán sido mis amigos más íntimos a los que se les habrá ido la lengua, es la única explicación que se me ocurre. Carolyn, James Colthurst...

—¡No me mientas! —bramó él con tanta furia que a su lado el jarrón de la cómoda tembló—. Eres tú quien habla en estas líneas.

A Diana las lágrimas le corrían por la cara.

—Como si tú supieras cómo hablo yo. Como si alguna vez me hubieras escuchado.

Hecho una furia, Carlos recorría el pasillo arriba y abajo.
—¡Como si alguien me hubiese escuchado a mí alguna vez! En este sistema nosotros no somos relevantes. Aquí todo gira única y exclusivamente en torno al portador de la corona.

Durante un instante Diana creyó que se volvería a romper algo, ya fuera el jarrón o una de las valiosas figuras de porcelana o una de las sillas, pero cuando Carlos se volteó hacia ella los ojos le brillaban, humedecidos.

—De modo que crees que soy insensible, ¿no? Pues créeme, Diana, tengo sentimientos. Solo que por lo visto no se me da bien mostrarlos. Pero hay una cosa que te puedo decir con certeza: hoy se han herido, y mucho, mis sentimientos. Me han herido como nunca.

En un primer momento Diana había confiado en que ese día fuese como un golpe liberador, pero ahora, en realidad, se sentía mezquina.

55

Una semana después tuvo que enfrentarse a Isabel y Felipe. El viento silbaba con fuerza alrededor de los altos muros que rodeaban el castillo de Windsor. Por lo demás, reinaba un silencio glacial. Diana pensó que el silencio también podía ser un método de tortura. Todo el mundo en esa habitación estaba en contra de ella: Isabel, Felipe, Carlos. Era una sensación aterradora.

Felipe estaba sentado frente a ella, la mirada imperturbable que le dirigía era cortante a más no poder. ¿Intentaba leerle el pensamiento? ¿Intimidarla? ¿Creía que rompería a llorar y confesaría? Diana tenía ganas de llorar, pero era más que consciente de que debía mantenerse fuerte. Cuántas veces había practicado delante del espejo: «No tengo nada que ver con ese libro. No tengo nada que ver con ese libro. No tengo nada que ver con ese libro».

La reina estaba junto a la ventana, abatida y seria. El día anterior se había publicado en el Sunday Times el segundo fragmento del libro de Andrew Morton.

—«Hice todo lo que pude» —dijo Isabel citando el titular, y se volteó hacia ellos.

Diana metió las manos entre las rodillas.

El silencio se había roto y Felipe echaba chispas.

—Has creado un monstruo —reprendió a Diana—. Por eso este libro es tan devastador para nuestra familia, porque da alas a un periodismo sensacionalista que ha empezado contigo. Que legitima las prácticas de la prensa amarilla de acechar, husmear, revolver en la basura y, si es necesario, publicar medias verdades. Da carta blanca para que nos acosen con menos escrúpulos que nunca. Y te diré una cosa: a quien más afectará es a ti. Esa jauría se abalanzará sobre ti, porque su chica glamurosa les ha permitido asomarse a su vida privada.

—No tengo nada que ver con ese libro. —Bien, lo dijo de manera convincente.

Sin embargo, Felipe ni siquiera la escuchó.

—La infidelidad es una falta disculpable; hablar de más con la prensa no.

Carlos no decía nada.

Isabel tenía la frente surcada de profundas arrugas.

—Si Diana dice que no tiene nada que ver con ese libro, tenemos que creerle —afirmó con resolución.

Un rayo de esperanza.

—Es la verdad. No me gustaría romper con mi familia. Pero eso no cambia el hecho de que Andrew Morton esté en lo cierto cuando afirma que me siento profundamente triste y que nuestro matrimonio está acabado. Aun así, no quiero el divorcio. Solo deseo gozar de más libertad.

—¿Libertad? —repitió Felipe riendo—. A partir de ahora la prensa aún se te echará más encima.

Ya basta. —Diana nunca había visto tan enfadada a Isabel. Todas las miradas estaban puestas en la reina, que dijo—: He crecido en un palacio de cristal, sin enterarme gran cosa de lo que sucede en el mundo. Solo me prepararon para ser reina algún día. Cuando fui madre, quise ofrecer a mis hijos la posibilidad de saber cómo vive la gente ahí fuera. Quería que disfrutaran de más libertad de la que tuvimos mi hermana y yo con su edad. Como es natural, nunca fueron tan libres como las personas comunes y corrientes, pero por lo menos pudieron ver cómo era la vida ahí fuera. Mi intención era buena, pero cometí un error decisivo. Carlos, Ana, Andrés y Eduardo, todos ustedes le han tomado gusto. —Incluso el movimiento de su mano era claro e inequívoco: abarcaba no solo el castillo, sino también los privilegios y las ventajas de una vida palaciega—. No han aprendido a renunciar, a corregirse y a poner su vida al servicio de la monarquía.

—Pero... —empezó a decir Carlos.

—Tú tampoco, Carlos. Y este drama por el que ahora tenemos que pagar el pato es la consecuencia. —Hizo una pausa—. El Daily Telegraph formula en un editorial la pregunta de si la monarquía tiene futuro. La confianza que las personas tienen en nosotros se desmorona. Hasta ahora el único que sabía que me estaba planteando retirarme poco a poco era Felipe.

De pronto Carlos tenía el cuerpo entero en tensión. ¡Eso era lo que llevaba esperando años!

—Pero tengo la sensación de que me las tengo que ver con un puñado de hijos inmaduros y egoístas —prosiguió Isabel—. Por eso seguiré llevando la corona todo el tiempo que me sea posible.

Diana se quedó helada. ¿Qué había hecho? Había hecho pedazos el sueño de Carlos.

Oyó que Isabel decía:

—Propongo que, de momento, se separen seis meses a modo de prueba. Después ya veremos.

Nada más salir de la sala de recepciones de la reina, la mirada de desprecio que le dirigió Carlos le dolió como una bofetada.

—Lo vas a lamentar amargamente.

En su departamento del palacio de Kensington todo se le vino encima. Diana se sentía sucia.

Cuando su mayordomo la hizo pasar, Carolyn encontró a Diana llorosa y desesperada. Iba de un lado a otro del salón, sintiendo bajo sus pies los pedazos de todo su mundo.

—Soy tan miserable.

—Ven, vamos a sentarnos —sugirió Carolyn. Tras dejar la bolsa y la chamarra en el sillón, se sentó en el sofá y dio unas palmaditas a su lado.

Allí Diana se desahogó.

—¿Y si Carlos tiene razón? ¿Y si todos se apartan de mí?

—No lo harán. Oficialmente no tienes nada que ver con ese libro y tú eres la primera escandalizada, porque a todas luces han sido amigos tuyos los que han hablado.

—Tendrías que haber visto la mirada de Carlos. Lo sabe. Sospecha que yo estoy detrás de esto. ¿Y si ahora todos me odian? Me quedaré completamente sola.

—No estás sola —replicó Carolyn. Su voz tenía el mismo efecto tranquilizador que un baño de espuma o una infusión de manzanilla con miel—. Nunca estarás sola. Nos tienes a mí, a tus maravillosos hijos y a tus hermanos.

—Aun así. ¿Cómo he podido ser tan egoísta...?

—¿Cómo han reaccionado Guillermo y Enrique al saber lo del libro?

—Solo saben que se ha publicado un libro sobre mí, pero no lo que pone. Por suerte en el internado están protegidos y no se enteran de todo lo que dice la prensa sensacionalista. Pero antes o después seguro que averiguarán algo. —Diana enterró el rostro en las manos—. Soy una madre espantosa, egoísta.

—No es verdad. Eres una madre estupenda —aseguró Carolyn—. ¿Qué van a hacer ahora, Carlos y tú?

—No. Y tampoco quiero el divorcio. No les quiero hacer eso a Enrique y Guillermo. En su día yo sufrí lo indecible con la batalla que libraron mis padres por el divorcio. Yo solo quiero... más libertad.

—Y que no te quieras divorciar... —Carolyn puso una mano sobre la de Diana—. ¿Podría deberse a que sigues queriendo a Carlos?

¿Seguía queriendo a Carlos? Sí, claro. Era el padre de sus hijos. El héroe de sus sueños infantiles.

—Probablemente parezca una locura, después de todas las cosas que nos hemos hecho Carlos y yo, pero lo amo. Precisamente por todo lo que hemos sufrido juntos. Porque ello hace que estemos fuertemente unidos. Y sé que en lo más profundo de su ser él siente lo mismo.

Y tenía que admitir que, de las personas que con más vehemencia la rechazaban a una, era de quienes se esperaba obtener más desesperadamente reconocimiento y amor. Una paradoja de la naturaleza, como diría Carlos. Una paradoja terrible y dolorosa.

—Y ¿estás segura de que no estás enamorada de la idea de amarlo? Eres una romántica sin remedio, Di.

—Nuestra historia es sumamente compleja y, por tanto, difícil de entender. Es algo muy especial.

—¿De veras? —planteó Carolyn—. O, en el fondo, ¿no es como tantas otras historias de amor en las que la mujer ama a un hombre, pero el hombre ama a otra?

Las palabras de su amiga le dolieron. Diana llevaba mucho tiempo aferrada a la idea de que su amor por Carlos era algo muy especial. Y aunque la cabeza le hubiese dicho a menudo que esa idea no le hacía bien y únicamente le impedía separarse de Carlos de una vez por todas, su corazón seguía asiéndola con fuerza. Carolyn tenía razón: era una romántica sin remedio.

Le llamó la atención que su amiga llevara unos jeans desteñidos y un suéter con manchas de jitomate. Era evidente que lo había dejado todo para ir corriendo con ella cuando la llamó. Estaba muy agradecida por tener una amiga como Carolyn en su vida. Una amiga a la que era como si conociese de toda la vida y que lo sabía todo de ella. Una amiga que la apoyaba y, cuando era necesario, adoptaba una postura crítica con ella.

—No lo sé —admitió entre lágrimas—. Todo es tan confuso…

Llamaron a la puerta.

—Ahora no. —Pese a ello, la puerta se abrió—. He dicho que…

—Pensé que quizá pudiera interesarle —la interrumpió Patrick lo más educadamente posible. Se hizo a un lado y tres lacayos entraron en el salón con carritos llenos de cartas y ramos de flores.

—¿Qué es esto? —inquirió Diana.

—Correo para usted. Y solo es una mínima parte de lo que ha llegado a la oficina de prensa. Así que, si quiere más, ya sabe.

—Hizo una reverencia y se retiró con los lacayos.

Diana se limpió la cara con el dorso de las manos. ¿Y si la gente pensaba lo mismo que Carlos? ¿Y si intuían que ella estaba detrás de la publicación de esa biografía? ¿Y si en las cartas ponía que era una traidora? ¿Que había apuñalado por la espalda a su familia? O ¿y si la gente rechazaba todos los detalles íntimos que se podían leer en el libro, como la bulimia y la depresión que había padecido? ¿Y si le habían escrito que lo que tenía que hacer era dominarse, que no era digna de ser una princesa?

Carolyn se levantó del sofá y agarró una carta al azar, rasgó el sobre y la leyó por encima.

—«Gracias a usted por fin he reunido la fuerza necesaria para ponerme en manos de un psicólogo...» —leyó en voz alta—. Mira, qué cosa tan estupenda has puesto en marcha.

—¿Te lo estás inventando? —preguntó apocada Diana.

—Lo pone aquí bien clarito. —Carolyn escogió otra carta—.

«Mi hija también padece bulimia. Llevo mucho tiempo sin saber qué es lo que le preocupa, pero, por fin, gracias a usted, entiendo lo que le pasa. La presión a la que está sometida». —Tomó una tercera—. «Por favor, no permita que nadie la doblegue, ni su marido, ni la casa real, ni la prensa. La admiro por su coraje y por tener la valentía de ser diferente y seguir los dictados de su corazón...».

—Valentía... —repitió Diana en voz baja—. No me siento valiente. Me siento culpable.

Carolyn se sentó de nuevo a su lado, la miró y dijo:

—Oficialmente, sin embargo, no tienes la culpa de nada, y eso es lo bueno del caso. Y te has atrevido a dar un paso de gigante al confiar la verdad a Andrew Morton y no seguir haciendo de princesa de cuento de hadas. Di, has sido fiel a ti misma, y eso tiene mucho valor.

—Pero al hacerlo decepciono a tanta gente…

—A veces es lo que tiene ser valiente. Pese a todo, por eso no hay que dejar nunca de confiar en el instinto, aunque se pueda decepcionar a otros con las decisiones que se toman. Ser valiente significa decidir por una misma cuando llega el momento de la verdad. Y al publicar tu historia has decidido por ti misma.

Esas fueron las primeras palabras que calaron de verdad en Diana.

—Mira para cuántas mujeres te has convertido en un modelo con Diana: su verdadera historia. A fin de cuentas, toda mujer sabe que la gente intenta manipular la opinión que otros tienen de una. Que una intenta desesperadamente presentarse mejor. Has roto el círculo vicioso. —Carolyn continuó—: Las mujeres decidimos muy pocas veces lo que nos conviene. Pero ¿cómo vamos a salirnos alguna vez del camino que se nos ha marcado si no escuchamos lo que nos dice nuestra intuición, nuestra voz interior? En lugar de hacer eso preferimos dejarnos guiar por otras personas y escuchar la opinión de otros. Con este libro has vuelto a encontrar tu camino. Te has atrevido a dar ese paso porque eres capaz de imaginar una vida mejor, más verdadera y bella. La vida que te mereces. Les has mostrado a las personas la verdadera Diana.

También eso le daba dolores de barriga.

—Pero ¿y si esa Diana no les gusta? —planteó.

—A la gente le gustas o no le gustas. Bueno, ¿y? —Carolyn se encogió de hombros—. Es mucho más importante la opinión que TÚ tienes de tu vida.

Las palabras de Carolyn tardaron un momento en hacer mella, pero después Diana asintió.

—Has sufrido tanto, Di —dijo Carolyn—. Y en el fondo sigues siendo la misma amiga maravillosa que conozco de antes. Solo que quizá una versión de ti misma con más experiencia, mejor, más fuerte y más inteligente. Eso es lo fantástico de la vida: que una crece. Aunque Carlos, la reina y, en fin, toda esta tribu han intentado doblegarte, nunca has dejado de ser tú misma. Y nunca dejarás de serlo. Y por eso nunca estarás sola, porque siempre te tendrás a ti misma. —Puso las manos en los hombros de Diana—. Has prendido fuego a la vida que has llevado hasta ahora, una vida que era falsa, para surgir fortalecida de las cenizas.

en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video

más leídas

más leídas