Melvin Cantarell Gamboa
09/08/2022 - 12:05 am
La guerra contra las drogas
Si en verdad queremos entender la lógica de la violencia que anima el comportamiento de los cárteles del narcotráfico en México, habrá que empezar por analizar críticamente las acciones que se realizan antes de intentar redefinir la actual política de seguridad.
III/IV
En búsqueda de respuestas
Es increíble el simplismo con que se expresan algunos grupos que se sienten agredidos, así como algunos opinionistas en medios de comunicación y redes sociales, que buscan descarrilar la estrategia del Presidente López Obrador de no enfrentar de manera directa a los cárteles de la droga; insisten en que el Gobierno debe endurecer las operaciones con que actualmente se combate a los traficantes; no aducen otra razón que la falta de resultados, sin fundamentar, sin argumentar, sin ofrecer datos confiables y probados que demuestren que los planes actuales son erróneos y sin ofrecer una propuesta mejor; sin ninguna de estas evidencias, todo se agota en simples quejas producto de percepciones subjetivas y juicios de valor. Si estos personajes tienen la respuesta al problema de las drogas, ¿por qué no la exponen? Es una inmoralidad tener la solución y no decirlo. ¿Por qué esperar a tener un cargo público o ser funcionario para que aporten su fórmula mágica?
Si en verdad queremos entender la lógica de la violencia que anima el comportamiento de los cárteles del narcotráfico en México, habrá que empezar por analizar críticamente las acciones que se realizan antes de intentar redefinir la actual política de seguridad.
Cuando se piensa en un cambio de planes hay que esclarecer previamente por qué no han operado las estrategias anteriores, por qué el Estado, sus aparatos de seguridad y los agentes involucrados no cumplieron con su obligación. ¿Menospreciaron a los enemigos de la sociedad? ¿Se equivocaron? ¿Qué lo evitó? ¿La corrupción? ¿Complicidad? ¿Acuerdos secretos? ¿Ineptitud?
Antes de iniciar la búsqueda de respuestas habrá que decir que ninguna sociedad histórica ha existido sin delincuencia; la diferencia entre ellas radica en el poder de la comunidad; cuando el poder de ésta se acrecienta puede absorber sin alteraciones las infracciones de los individuos sin considerarlas peligrosas ni subversivas; en tales condiciones, el delito es pagable separando al criminal del resto de la sociedad para reeducarlo y reintegrarlo; se supone, volverá más humano y más consciente de ser parte de una comunidad, ya que se cree habrá desarrollado mecanismos de autocontrol y respeto hacia los otros; si el objetivo se alcanza se habrá concretado la justicia y cumplido el proceso civilizador que le acompaña: es decir menguará la criminalidad y sus efectos dañinos.
En México, desafortunadamente, las instituciones han sido débiles en virtud de que la sociedad civil es endeble frente a un Estado nacional fuerte, con un poderoso Presidente y ausencia de democracia. Desde el triunfo de la Revolución Mexicana ha imperado el poder de un solo hombre con el apoyo de un partido único (PRI) y, ante la ausencia de contrapesos (excepto los dos sexenios que gobernaron sus clones, los ineptos y ultra cleptócratas panistas), nuestros gobernantes y sus colaboradores son quienes con su arbitrario ejercicio del poder pervirtieron e hicieron que los aparatos estatales de seguridad empezaran a actuar al margen de la Ley y se hicieran venales; algunos ejemplos: Echeverría con la guerra sucia; López Portillo y el “Negro” Durazo, jefe de policía capitalina, convirtieron a la corporación en un enmarañado caño de ilegitimidades; Calderón y García Luna crearon una tupida red de sobornos con dinero sucio que implicó a periodistas y medios, a unos corrompiéndolos a cambio de su apoyo, a sus detractores castigándolos o reprimiéndolos. Al final, la guerra fallida contra las drogas condujo a la expansión de la criminalidad en el país.
Ahora bien, la descomposición de los aparatos de seguridad del Estado es obvia y requiere para su efectiva operación de recomposición bajo nuevos criterios, nuevo personal, más preparado, sin vicios, respetuoso de la Ley, disciplinado, mentalmente dispuesto a cumplir con los mandatos de Ley y portador de un ethos (un estilo de existencia ética) y una conducta intachable, incapaces de violentar los derechos de los ciudadanos y obrar con justicia; todo lo anterior es un buen deseo que debiera ampliarse al sistema judicial (imagínenselo constituido con hombres sabios y honestos), la policía y el ejército con mandos y jefes moralmente íntegros y, a todos ellos, ajenos a los intereses particulares y de clase, preocupados solo por la seguridad de la sociedad civil.
En cuanto al conflicto, enfrentarlo distinguiendo entre combatientes y objetivos, métodos y medios y, lo más importante, entre el proceder de los conflictuados y los que son ajenos al asunto, para no dañar a terceros. De esta manera, si los combates se dieran en zonas pobladas los daños colaterales, es decir, la muerte, lesión y aflicción de personas inocentes serían mínimos.
En estas condiciones, la estrategia que apunta a objetivos a futuro o de largo plazo y que comprende el conjunto de acciones perfectamente planeadas para ganar una guerra estará más cerca de adecuarse a visiones de derecho y rectitud, como lo comenta Sun Tzu (El arte de la guerra): “La victoria corresponderá al que sea más sagaz y prudente, más humano y justo, al que sea más fino y sutil para mover sus piezas. De todas las acciones humanas la más virtuosa en el combate es la prudencia política; dado que todo fracaso en este terreno erosiona la confianza de la población”.
Respecto a la participación de la policía y las Fuerzas Armadas, dice el mencionado Sun Tzu: “La peor estrategia es provocar enfrentamientos estériles… un experto en la guerra vence al enemigo sin combatir… quienes sobresalen en el arte de la guerra conocen el camino de la humanidad y la justicia; cultivan su propia justicia, protegen sus leyes y sus instituciones… (también recomienda a los mandos del ejército y, por extensión, a los jefes policiales) no actúes si no es en interés del Estado. Si no tienes posibilidades de vencer, no recurras a la tropa… Los expertos en el arte de la guerra deben saber dónde y cuándo se librará la batalla”.
Ahora bien, para comprender la naturaleza de un problema tan complejo, como ya lo expusimos en la entrega anterior, es necesario conocer su condición actual, su historia, sus posibilidades y límites antes de decidir. En principio, hay que ir al origen y nacimiento del problema, encontrar su sentido para saber cuál es la fuerza que la expresa y sostiene, de qué porción de la realidad se ha apropiado, quien la domina y la explota, quienes son sus actores y quienes sus cómplices. El mundo real es una sucesión de fuerzas que coexisten, chocan y se suceden unas a otras, si queremos actuar sobre él hay que comprenderlo en su complejidad.
Ahora bien, el Ejército y la Marina están obligados a ejercer en el territorio de la Nación una presencia disuasiva ante sus enemigos y combatirlos hasta el restablecimiento de la vida tranquila y pacífica. Pero ¿con qué recursos cuenta el Estado para alcanzar este objetivo? Con la Ley y los aparatos de seguridad del Estado (Ejército y policía), estos constituyen su fuerza material. Vamos a hacer sobre ellos un breve análisis. Empecemos con la policía: De acuerdo con la Ley, se encarga de mantener el orden y la seguridad pública; para hacer valer este mandato y, en tanto autoridad encargada de conservar la vida tranquila y pacífica de la población, esto ha de hacerlo sin distinción de personas o clases, garantizar coexistencia, la libre circulación, la sociabilidad y que los pobladores del espacio a su cargo vivan juntos, trabajen unos al lado de los otros sin agresiones. La policía, pues, encierra en sus actividades todas las cosas que sirven de fundamento jurídico para que la sociedad, y el conjunto de individuos que la componen, coexistan sin violencias de ningún tipo.L
El Diccionario de usos del español de María Moliner define el vocablo policía como “trato cortés o conveniente entre las personas; la buena marcha en las ciudades o Estados, dentro de las ordenanzas y las leyes”. En rigor, policía y seguridad pública son sinónimos, significa vida tranquila y pacífica y acción rápida contra los transgresores del orden. ¿En qué momento el término se empezó a utilizar como sinónimo de corrupción? ¿Por qué cuando nos remitimos al orden público no se piense en la policía? ¿Por qué se menosprecia a la agrupación cuando se toca el tema de la criminalidad entre los investigadores de ciencias sociales? ¿Por qué se le cuestiona cuando suceden actos que atentan contra la vida tranquila o cuando la inseguridad se convierte en la mayor preocupación en la vida cotidiana de las personas? ¿Por qué ante las abundantes expresiones delictivas, cada vez se recurre menos a ella y se deja la responsabilidad mayor en las Fuerzas Armadas? ¿Será por qué la decadencia del Estado mexicano en el periodo neoliberal convirtió a los cuerpos policiales en partícipes de crímenes, con la complicidad de otros aparatos represivos de Estado? Según declaraciones del “Vicentillo” (hijo del Mayo Zambada detenido en Estados Unidos), el 99 por ciento de la policía mexicana es corrupta (Claudio Albertani y Fabiana Medina. En qué momento se jodió México. Etcétera. 2021).
Pero no sólo la policía es corrupta, para nadie es un secreto que miembros de los órganos de seguridad y algunos políticos colaboran con el narco o participan en negocios ilícitos y que la economía del país está infectada con dinero sucio. El vínculo entre Estado y organizaciones criminales durante las últimas tres décadas ha disparado el número de asesinatos y de desaparecidos llevando al país a una crisis humanitaria, al grado de desechar la idea de que la acción policial tiene por finalidad la protección de la vida de los ciudadanos y la defensa de la Ley.
Hagamos ahora un breve examen de las Fuerzas Armadas: el lugar de las Fuerzas Armadas es el cuartel, su misión no es ejecutar tareas que por su naturaleza corresponden a los cuerpos policiales, su deber es defender la soberanía de la Nación y la integridad territorial del país contra el enemigo exterior. Al soldado se le prepara para obedecer y matar y está al servicio directo de sus superiores; en contraparte de la policía que está al servicio de la ciudadanía, al grado que la Ley protege al elemento que desobedezca a sus jefes si sus acciones violentan la Ley, los Derechos humanos, la integridad de las personas, lo incita al uso excesivo de la fuerza o le ordena torturar a un detenido. En cambio, lo que caracteriza al militar es el uso de la fuerza material para alcanzar la victoria sobre el enemigo mediante el combate directo; de ahí que su letalidad esté correctamente dirigida contra el invasor extranjero y sea altamente riesgoso su involucramiento en conflictos interiores; emplear a la tropa en labores de policía es de alto riesgo para el cuerpo social. (Continuará)
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