Jorge Zepeda Patterson
24/07/2022 - 12:05 am
No es miedo, es grilla
"La respuesta de López Obrador con el ‘uy qué miedo’ ha sido leído como si se tratase de una frivolidad imperdonable, pero a mí no me parece más que la expresión poco atinada de una intención legítima: mostrar que todo el asunto es menos grave de lo que plantean sus críticos".
El Presidente Andrés Manuel López Obrador recurrió a la canción de Chico Ché “Uy qué miedo”, para responder al reclamo estadounidense sobre las políticas energéticas del Gobierno mexicano. No es una respuesta afortunada. Entre otras cosas hace recordar la ligereza con la cual minimizó el riesgo de COVID, durante las primeras semanas de contagio, exhibiendo en broma la protección que le daban las estampas de santos que porta en la cartera. Una ligereza que, a la postre, cuando se desató la tragedia, fue leída como una actitud irresponsable de parte del titular del Gobierno a cargo de combatir los alcances de la pandemia.
Y sin embargo, en este tipo de reacciones del Presidente me parece que hay una parte, al menos, que resulta comprensible. Constituyen un intento de moderar o compensar en la opinión pública la estridencia, a ratos histérica, con la cual sus críticos se lanzan a magnificar todo aquello que pueda convertirse en una mala noticia contra el Gobierno, así sea una tragedia para todos los mexicanos. Es tal la animadversión que les genera AMLO, que en muchos de los escenarios y catástrofes pregonados por comentocracia, medios y adversarios, se advierte un regodeo malsano. Si no han podido vencer a López Obrador en las urnas o en la arena pública, a juzgar por los altos niveles de aprobación popular de los que goza, parecerían asumir, sin confesarlo, que la tragedia que anuncian terminará por darles la razón, así se lleve entre las patas a muchos mexicanos.
Tal es el caso, me parece, de la consulta que solicitan Estados Unidos y Canadá a partir de las quejas presentadas por sus empresas sobre las nuevas normas mexicanas en materia energética. Hay una preocupación genuina entre miembros de nuestra comunidad política y económica, por supuesto. En el peor de los casos, si llega a existir litigio, al final del proceso podría culminar en algún tipo de sanción. Pero de eso a sugerir que el reclamo de los vecinos terminará por cancelar el Tratado de Libre Comercio o significará el retiro de decenas de miles de millones de dólares de inversión extranjera, hay un abismo absurdo. Esta es la quinta ocasión en la que una de las tres naciones presenta una petición de “consultas” para desahogar una queja o presunta violación. Normalmente se han dado entre Canadá y Estados Unidos. Por lo general, se termina por encontrar alguna conciliación entre las partes. Así que no se trata de un parteaguas, un antes y un después, o una “traición” de México en contra de sus socios, como se ha planteado insistentemente.
La respuesta de López Obrador con el “uy qué miedo” ha sido leído como si se tratase de una frivolidad imperdonable, pero a mí no me parece más que la expresión poco atinada de una intención legítima: mostrar que todo el asunto es menos grave de lo que plantean sus críticos. Y en efecto así es. No se trata de minimizarlo; México tendrá que presentar sus argumentos para defender sus posiciones y, en el peor de los casos, limar algunos aspectos intransitables. En semanas anteriores el Presidente dedicó muchas mañanas a reunirse con más de una docena de empresas estadounidenses, una por una, para escuchar sus reclamos y encontrar mediaciones. Una actitud que fue cuestionada indirectamente al criticarse el número de visitas del Embajador de Estados Unidos a Palacio Nacional, siempre acompañando a los ejecutivos de las empresas de su país. No se trata, pues, de que el Gobierno de la 4T esgrima una actitud intransigente e imponga condiciones inadmisibles o inamovibles, como se ha querido manejar. Con la mayoría de estas empresas se han conciliado medidas aceptables para ambas partes. El reclamo que ahora hacen Estados Unidos y Canadá fue promovido por otras, que no quisieron avenirse a ningún tipo de modificación al esquema con el que venían operando, para no perder lo que consideran algunos beneficios, sean legítimos o ilegítimos.
Y más allá de la distorsión que hacen sus críticos, me parece que lo que verdaderamente molesta al Presidente es lo que entraña el llamado a una potencia extranjera para que meta en orden a un Gobierno legítimamente elegido. De allí el epíteto, también excesivo si se quiere, de “traidores a la patria” que les endilgó en la "mañanera". Alguien tan inmerso en la historia nacional, seguramente relaciona esta actitud con la que en el siglo pasado exhibieron los conservadores que acudieron a los imperios europeos para quitarse de encima a Benito Juárez por la vía de Maximiliano.
Ahora bien, todo esto no es más que la forma. Lo que verdaderamente importa es el fondo. Y en eso insistiría en que la posición de México es correcta. El mundo cambió en los últimos tres años. Después de la experiencia de los excesos de la globalización, las respuestas egoístas de las metrópolis, los desabastos de vacunas, combustibles y alimentos, está claro que los gobiernos deben trabajar para disminuir la excesiva dependencia de cada país en materia de suministros estratégicos. Alemania y Francia han anunciando un mayor intervencionismo estatal para corregir las distorsiones del mercado y varios otros gobiernos lo están haciendo sin declaraciones de por medio. Lo que está intentando López Obrador se encuentra en sintonía con este nuevo contexto internacional.
Esto no significa que todos los modos y todas las medidas de la 4T en materia energética sean idóneas. Si hay excesos, disfuncionalidades o incongruencias en el marco de un espacio comercial y de inversión común para la zona Norteamérica, los paneles de controversia servirán para conciliar y ajustar. Pero no se debe caricaturizar de antemano como si la posición del gobierno mexicano fuera abyecta y la extranjera sea sacrosanta. Las violaciones ecológicas de mineras canadienses o los abusos de las empresas estadounidenses y españolas aprovechando una legislación antes laxa en materia energética, están a la vista.
El Gobierno está ofreciendo un esquema en el que el sector público se ocupe del 54 por ciento del mercado, no un monopolio ni nada que se le parezca. Eso aseguraría el manejo de criterios sociales y un margen de autosuficiencia nacional en caso de crisis. Si las reglas para operar este 54-46 son imprecisas o inadecuadas, estos paneles serán un buen espacio para ventilar y resolver diferencias. Más allá de eso, el resto es grilla (de ambas partes) y así hay que leerlo. @Jorgezepedap
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