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Diego Petersen Farah

22/07/2022 - 12:02 am

Luz: odio y violencia

Luz fue víctima de un agresor que la odiaba por ser mujer, una mujer cuidadora. No solo quiso matarla, quiso destruir su cuerpo quemándola, desfigurándola.

Luz murió víctima del odio, del más incomprensible y doloroso odio, y después de muerta, sigue sufriendo la violencia de la revictimización. Foto: Twitter @GutirrezPadilla, Twitter.

El de Luz Raquel fue un crimen de odio. No, no es una etiqueta de moda ni una fórmula políticamente correcta. Detrás de su asesinato hay una larga cadena de errores, desidias, incomprensiones, ausencia de empatía, pero, sobre todo, odio. Hubo una violencia extrema que acabó con su vida, y muchas pequeñas violencias que nos pasan desapercibidas, quizá simplemente porque somos parte de ellas.

Cuando hablamos de delitos de odio no nos referimos a la violencia implícita que hay en un hecho sino a los motivos y el contexto en que se dan. Son, explica con mucha claridad la página del Departamento de Justica estadunidense, delitos de odio los cometidos por motivos de la raza, religión, origen nacional, orientación sexual, género o identidad de género, discapacidad (real o percibida) de la víctima. Pero estos odios no existen en abstracto, se dan en sociedades concretas, en situaciones específicas. El odio que mató a Luz se engendró aquí entre nosotros, entre los vecinos de Zapopan, en la zona metropolitana de Guadalajara, en este país.

Luz fue víctima de un agresor que la odiaba por ser mujer, una mujer cuidadora. No solo quiso matarla, quiso destruir su cuerpo quemándola, desfigurándola. Podemos pensar que fue víctima de la violencia de un loco, uno más, un asesino despiadado. Y sí, fue una persona específica quien perpetró el delito de odio (y esperemos que pronto sea juzgado y pague por ello) pero Luz Raquel fue víctima de muchas violencia.

Luz es también víctima de unos policías que desoyeron las amenazas y prefirieron, por “no meterse en chisme de vecindad”, dejarla sola; de funcionarios públicos más preocupados por el papeleo burocrático y la fecha de vencimiento de una orden de restricción que por la persona que sufría el acoso y violencia concreta todos los días sin importar el calendario; de un sistema de protección que no protege, solo registra y permite, eso sí, a los funcionarios placease y fotografiarse para que los vean en redes sociales. De una sociedad y unos medios que solo atendemos la violencia cuando ya pasó.

La falta de empatía de las autoridades, más preocupadas por sacarse el golpe político que por la víctima, también es otra forma de violencia. Algo falló, algo no funciona en los niveles municipal y estatal en la protección a víctimas. Tan es así que hoy Luz no vive y su hijo, que requiere atención especial 24 horas, siete días de la semana, ya no tiene quién lo cuide. Culpar al neoliberalismo y la falta de valores familiares, quitarle el nombre y apellido a la víctima para convertirla en un producto de las descomposición social que nos dejaron los de antes, como lo hizo el presidente, también es violencia.

Luz murió víctima del odio, del más incomprensible y doloroso odio, y después de muerta, sigue sufriendo la violencia de la revictimización.

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