Mateo Crossa Niell
26/06/2022 - 12:02 am
¿Fin del trabajo en el capitalismo digital?
"El trabajo informal ya no corresponde únicamente a la población expulsada del mercado de trabajo formal. Ahora ese enorme ejército de trabajadores y trabajadoras sin prestaciones sociales es empleada en forma masiva..."
En la década de los años 80 muchas perspectivas sociológicas surgidas principalmente de Europa y Estados Unidos se empeñaron en afirmar y sostener que las profundas transformaciones por las que estaba atravesando la economía mundial, producirían el fin de una era caracterizada por la sustitución del trabajo humano por las nuevas tecnologías de la información y comunicación. A esta conversión se nombró por el sociólogo estadounidense Jeremy Rifkin como El fin del trabajo (título de su libro best seller publicado en 1995) para referirse a un cambio estructural en la economía global, en la cual la elevación de la productividad causada por la introducción de nuevas tecnologías estaba produciendo un retroceso en la centralidad que tenía el trabajo humano (trabajo vivo) por el predominio cada vez más imparable de las máquinas (trabajo muerto).
A más de tres décadas de que surgió la perspectiva del “fin del trabajo”, las transformaciones tecnológicas que hoy vive la economía global (que ahora entran en una fase ampliada de digitalización) han mostrado que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación no han sustituido al trabajo humano, sino que lo han transformado profundamente, llevándolo a escenarios de precarización sin precedentes. La clase trabajadora no desapareció, pero ha cambiado radicalmente en su composición y configuración
Si se concibiera a la clase trabajadora como lo hacían los sociólogos del “fin del trabajo”, como una población obrera únicamente industrial, predominantemente masculina, sindicalizada, nacida del Estado del Bienestar, con contratos de trabajo permanentes y salarios altos, entonces definitivamente estaríamos en un terreno en el que la clase trabajadora habría perdido la centralidad en la reproducción de la sociedad. Pero estas perspectivas, que reducen la noción de trabajo a una producción material de mercancías en espacios fabriles, no lograron y no han logrado percibir la profunda metamorfosis por la que ha pasado el mundo del trabajo y la clase-que-vive-del-trabajo.
En primer lugar, estas perspectivas no lograron detectar las ondas transformaciones que ocurrieron en el mundo de la industria manufacturera, donde el grueso de las fábricas se mudó de economías desarrolladas a economías subdesarrolladas en búsqueda de salarios raquíticos (como los que hay en México). No lograron ver que los procesos de desindustrialización que sufrieron Europa y Estados Unidos en la década de los 80 y 90, fueron acompañados por un incremento inusitado de un ejército de millones de trabajadoras y trabajadores precarizados en la periferia, dedicados a la producción manufacturera para abastecer los voraces mercados centrales. No lograron ver que el capital alcanzó los rincones más apartados de la economía mundial, para integrar a sus poblaciones a la lógica de valorización y acumulación. Pensaron que el trabajo había “desaparecido” porque no vieron el crecimiento de enormes contingentes obreros de mujeres, indígenas, campesinos, migrantes, etc., que han ido poblando las fabricas maquiladoras en América Latina, Asía y África en forma de trabajo asalariado. En suma, no lograron observar que la desindustrialización que ocurría en las economías centrales no era precisamente lo que se repetía en el mundo periférico, donde más bien se ampliaba la mano de obra precaria en las fábricas de exportación de las economías del Sur global donde predominan los salarios de hambre.
En segundo lugar, las perspectivas del fin del trabajo tampoco lograron observar que el sector servicios es un sector estratégico para comprender el mundo del trabajo y la lógica de acumulación global. Obsesionados en equiparar mecánicamente el trabajo vivo y la generación de riqueza con el trabajo fabril y “trabajo material”, este pensamiento nunca observó que la riqueza y el plusvalor también se crea a través del trabajo en espacios de circulación y distribución de las mercancías; es decir, en el sector servicios. Lo que estamos observando en esta era de la digitalización es que el espacio de los servicios se ha convertido en uno de los mayores reservorios de acumulación de ganancia privada por parte de las más grandes corporaciones trasnacionales. Es precisamente en este espacio en el que estamos presenciando el crecimiento inusitado de un proletariado de servicios laborando en call-centers, grandes comercios, supermercados, hotelería, industria del software, trabajando en cadenas de fast-food, repartidores, etc. Se trata de un inmenso ejército de trabajadores y trabajadoras —muchos tercerizados— que vendiendo su fuerza de trabajo a través de contratos parciales o incluso sin contratos, han sido la fuente de generación de riqueza de las corporaciones más grandes a nivel global.
La visión que sostenía la perspectiva del fin del trabajo quedó enteramente cuestionada por la realidad misma que ha sido imponente en mostrar que, lejos de desaparecer, el trabajo está sufriendo enormes e inusitadas cambios que, comandados por las grandes corporaciones, han carcomido y sistemáticamente corroído los derechos laborales. La historia del capitalismo nunca había presenciado una población trabajadora tan grande como la que existe hoy. Sin embargo, el mundo del trabajo que se había edificado en la época de oro del capitalismo, donde las relaciones laborales estaban atravesadas por el protagonismo de los sindicatos y la estabilidad en el empleo, se encuentra hoy en una fase de corrosión acelerada en el cual los derechos laborales se violentan sistemáticamente, mientras que observamos, al mismo tiempo, el nacimiento de nuevas e inusitadas formas de trabajo precarizadas que dejan a la población trabajadora en condiciones adversas para la reivindicación organizada. Ambas configuraciones obreras luchan contra la precarización laboral: los contingentes sindicalizados emanados del Welfare State, con mejores salarios y condiciones de contratación, resisten a ser aventados al molino de la precarización laboral, mientras que los trabajadores precarizados, concentrados en la industria maquiladora y en los servicios digitalizados, luchan de diversas maneras por asegurar condiciones de trabajo que garanticen mayor estabilidad.
El régimen laboral que ahora se erige como dominante en el capitalismo financiarizado y digitalizado es el de los contratos temporales, contratos parciales, condiciones de trabajo precarizadas, salarios por destajo, informalidad, nulas prestaciones sociales. El trabajo informal ya no corresponde únicamente a la población expulsada del mercado de trabajo formal. Ahora ese enorme ejército de trabajadores y trabajadoras sin prestaciones sociales es empleada en forma masiva por las grandes corporaciones proveedoras de servicios, quedando bajo el control gerencial de las plataformas digitales y los algoritmos, subsumidos a jornadas de trabajo flexibles en las que ya no existe la línea que antes dividía el tiempo de trabajo y el tiempo de descanso. A través de nuevas modalidades de trabajo como “contratos flexibiles” en los que se trabaja a destajo, o “contratos de hora cerco” en el que el trabajador debe estar disponible permanentemente para laborar cuando se le requiera, los millones de jóvenes, mujeres y migrantes se incorporan al mercado de trabajo como ‘infoproletarios’ (término acuñado por el sociólogo brasileño Ricardo Antunes), recorriendo las grandes metrópolis como repartidores a domicilio, trabajando en centros de llamada como agentes de ventas o trabajando en grandes cadenas de almacenes.
Ricardo Antunes caracterizó esta transformación como una “nueva fase en la subsunción real del trabajo”. Esto quiere decir que, si en la revolución industrial que Marx analizó a mediados del siglo XIX, la maquina sustituía la fuerza humana (la fuerza de trabajo se convertía en un “apéndice” de la máquina), hoy lo que percibimos en el sector servicios que emplea a una inmensa cantidad de personas en el mundo, es que la fuerza y capacidad intelectual de la población trabajadora se subsume al control de las plataformas, la inteligencia artificial y los algoritmos. La digitalización, lejos de liberar a la fuerza de trabajo, reedita las condiciones de despotismo donde, claro está, no opera un látigo físico, sino mecanismos de trabajo hiperindividualizados justificados por medio de un discurso ideologizado de “emprendedurismo”, donde se le transfiere al trabajador y/o a la trabajadora —y no al capital y a las empresas— la responsabilidad de sus ingresos, de su salud y de su supervivencia.
Una y otra vez los medios empresariales buscan mostrar a las corporaciones de plataformas como punta de lanza en los avances científicos y tecnológicos, omitiendo decir que si corporaciones trasnacionales como Uber o Amazon aparecen en el ranking global como las más grandes empresas del mundo, se debe no sólo a los monopolios de los datos y las patentes, sino fundamentalmente a la concentración de ganancias que les ha garantizado la precarización extendida de la población trabajadora que labora para ellos en condiciones pauperizadas, lejos de la seguridad y bienestar laboral.
La clase trabajadora nunca ha sido tan ampliada y extendida como lo es ahora. Las visiones dogmáticas y mecánicas que anunciaron y en muchos casos siguen anunciando la sustitución del trabajo por las nuevas tecnologías (o sea el fin del trabajo), contribuyen a invisibilizar al enorme ejercito de trabajadores y trabajadoras que hoy se extiende por todos los rincones del mundo realizando esfuerzos titánicos, contra viento y marea, por organizarse y mostrarse colectivamente contra la avaricia desenfrenada del capital. Organizaciones de trabajadoras y trabajadores repartidores salen a las calles en Europa, América Latina y Asia para exigir mejores salarios y prestaciones, trabajadores de Amazon, Starbucks y tiendas de Mac en EUA se organizan para que se respete el derecho a la sindicalización, trabajadores de call centers en España y Argentina paralizan los servicios para exigir alto al acoso laboral, pago de bonos y aumentos de salarios, trabajadores de la maquila en México y Centroamérica se organizan para demandar aumentos de salarios y el respeto a la independencia sindical, trabajadores de Walmart o de la industria hotelera en México se movilizan para exigir pago de bonos, respeto al pago de propinas, aumento a salarios y respeto a derechos laborales. Etc, etc, etc.
Todos estos acontecimientos demuestran que la clase trabajadora se coloca en el desarrollo de la economía mundial con un protagonismo incuestionable, y con una capacidad inapelable de cuestionar las reglas del juego que hoy conducen a la humanidad a un escenario de riesgo. Las ciencias sociales que no les interese voltear a ver el aire social y políticamente propositivo que llega desde contingentes organizados del mundo del trabajo, como también llega desde los pueblos indígenas y el movimiento feminista, entre otros, están condenadas a tomar como verdadero el eterno dominio del capital sobre la vida, tal y como lo hicieron los ideólogos del “fin del trabajo”.
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