Han pasado casi dos años de estos acontecimientos y ahora el Comité de Víctimas y Familiares Ikoots de la Masacre de San Mateo del Mar ha lanzado un libro que cuenta la historia de esta tragedia en voz de las víctimas.
Ciudad de México, 9 de abril (SinEmbargo).– El 21 de junio de 2020, 15 personas fueron torturadas, lapidadas y quemadas vivas por una turba de más de 150 personas. La masacre fue perpetrada en la localidad de Huazantlán del Río, del municipio de San Mateo del Mar, en Oaxaca.
Un total de 16 personas sobrevivieron al linchamiento. Ellos levantaron una denuncia en la Fiscalía General del Estado de Oaxaca (FGEO) sin que, a la fecha, existan avances significativos en la investigación, según han denunciado.
Han pasado casi dos años de estos acontecimientos y ahora el Comité de Víctimas y Familiares Ikoots de la Masacre de San Mateo del Mar ha lanzado un libro que cuenta la historia de esta tragedia en voz de las víctimas. El objetivo, como han explicado, es la búsqueda de justicia y castigo a los responsables.
El caso fue incluso comentado el viernes 26 de junio de 2020 en la conferencia de prensa del Presidente Andrés Manuel López Obrador, quien declaró al respecto:
“Quiero aprovechar para enviar mi pésame a los familiares de los que fueron asesinados, que fallecieron en los enfrentamientos en Oaxaca, en San Mateo del Mar, me dolió mucho porque es un enfrentamiento entre las mismas comunidades, es el pueblo enfrentando al pueblo, de por si no quiera yo que hubiera violencia, ninguna víctima de la violencia, eso me dolió y como no había podido hacerlo, porque vinieron otros acontecimientos, me quedé con eso”.
A la fecha, según han denunciado las víctimas, el caso permanece impune.
“Actualmente más de 18 familias se encuentran desplazadas de San Mateo del Mar , 19 niñas y niños han quedado en la orfandad, seis esposas y seis padres se encuentran en desamparo, pues dependían económicamente de los fallecidos. Así que este libro, elaborado por y para el Comité de Víctimas, no es sólo una apuesta por la memoria viva y reconstrucción de los hechos, sino también un viaje al pasado, a fin de entender la sinrazón de la ira y los antecedentes que detonaron la tragedia”, se lee en el prefacio.
En su búsqueda de justicia, en junio de 2021, el colectivo lanzó la miniserie documental Vientos de sangre, compuesta de seis episodios. Ahora ha publicado Operación San Mateo del Mar: Crónica de una masacre, que se distribuirá principalmente en la región de Oaxaca, pero que también está disponible en una edición digital.
El libro “Operación San Mateo del Mar, crónica de una masacre” establece un diálogo con el pasado, señala a los culpables y dignifica a las víctimas.
¿Quieres saber más? Descarga el libro aquí, de forma gratuita 📖: https://t.co/19BYDgyd3t pic.twitter.com/vwHDA1wUW0
— Textual (@TextualAgencia) April 5, 2022
SinEmbargo reproduce en exclusiva para sus lectores un adelanto de este trabajo que se publicó “gracias al trabajo gratuito de un grupo de activistas jóvenes y comprometidos, entre ellos activistas, escritores, periodistas locales, sociólogos, historiadores, editores, correctores de estilo y diseñadores gráficos".
La impresión y el tiraje de este libro se sufragó gracias a los donativos que recibió el Comité de Víctimas y Familiares Ikoots de la Masacre de San Mateo del Mar por parte de dos organizaciones que pidieron no ser mencionadas por temor a represalias.
Los autores de este libro también se reservaron sus identidades por temor a represalias. Y decidieron escribir el libro en primera persona del singular, para enfatizar que todas las víctimas están unidas en una sola voz.
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La capacidad del oído para escuchar es el primer sentido que perece tras la masacre. Y sin embargo, es el ruido de esta lo que más pronto reaparece, asfixiante, en el sueño de quien sobrevive.
MARINA AZAHUA
A ras de suelo, el silencio se espesa.
Samuel está escondido debajo de una de las camionetas estacionadas a espaldas de la agencia municipal de Huazantlán del Río, en San Mateo del Mar, Oaxaca.
Es la medianoche del 21 de junio de 2020. En los alrededores de la agencia flotan las volutas de humo que emanan los cuerpos calcinados que permanecen a la intemperie, como una cortina de niebla que se eleva sobre las penumbras.
Una gota de sangre cae al suelo y la tierra arenosa la absorbe, transformándola en un lodo marrón. Samuel se lleva la mano al cuello y pasa sus dedos suavemente por el tajo húmedo que le dejó un navajazo. La herida es superficial, pero siente como si hubiese tragado vidrio.
Hace unas horas, en la agencia municipal, ocurrió un acto de barbarie.
Hace unas horas, Samuel, junto a otras 30 personas, en su mayoría indígenas ikoots, que mantenían un plantón en la sede del ayuntamiento, festejaba el día del padre hasta que una turba enardecida, de aproximadamente 150 personas, vecinos de las colonias San Pablo, Colonia Juárez, Costa Rica, azuzados por otro grupo de pobladores, irrumpió en la agencia y los masacró.
Trece hombres y dos mujeres fueron linchados y quemados vivos. Pero eso Samuel aún no lo sabe. En su mente sigue escuchando los lamentos, los alaridos de los masacrados. Desconoce, en este instante, cuántos de los suyos murieron y cuántos siguen vivos.
El pueblo ikoot, al que pertenece Samuel, cree que la tierra es sabia, sagrada. “Todo lo oye, todo lo sabe, desde siempre”, reza la tradición oral. Así que le reclama a esa tierra, golpeándola con los puños, preguntándole por qué no les advirtió lo que ocurriría. Lo que Samuel no sabe es que sí se lo advirtió, pues la historia de Oaxaca es una historia de sangre derramada.
Ahora mismo alcanza a ver algunos cuerpos desperdigados en la tierra.
Hace unas horas, Samuel, golpeado, malherido, se arrastró a tientas hasta alcanzar la camioneta y escurrirse debajo. De pronto, Samuel es testigo de una escena kafkiana: un grupo de agresores, que se quedaron en la escena del crimen, bebe, fuma y ríe a las afueras de la agencia, con los cadáveres a unos metros de ellos, como si fuese una escenografía siniestra.
Los machetes y blocks de concreto, armas con las que asesinaron a las 15 personas, descansan ensangrentados al pie de un árbol. El olor acre de los cuerpos quemados y el tufo ferroso, a sangre coagulada, invade sus fosas nasales.
Se escucha un ruido dentro de la agencia, como de un objeto que cae. Los agresores se ponen en alerta. Un grupo de ellos entra veloz a la agencia. Luego se escuchan golpes metálicos, gritos, forcejeos: salen con un hombre a rastras, ensangrentado, un sobreviviente más del linchamiento.
Los hombres lo jalan de los cabellos, lo arrojan al suelo, lo patean.
–¡Vamos a colgarlo a la chingada! –dice uno de ellos, mientras avienta un envase de vidrio al piso, que estalla en pedazos.
Samuel, a lo lejos, debajo de la camioneta, es testigo involuntario del horror.
No reconoce a su compañero, a quien un velo de sangre le cubre la cara. A Samuel lo invade el coraje, la rabia y la más absoluta y primitiva desesperación.
Observa a los hombres arrastrar a su compañero hacia un árbol. Otro de ellos entra a la agencia y sale con una sábana blanca bajo el brazo. El hombre lanza la sábana por encima de la rama más gruesa, formando con ella una U invertida. Y, luego, envuelve la cabeza del sobreviviente con uno de los extremos de la tela y le hace un nudo a la altura del cuello.
Tres de los agresores jalan la sábana, haciendo palanca, con lo que empiezan a elevar al hombre, quien trata de resistirse y, luego, patalea en el aire. Su cuerpo se convulsiona, como si lo atravesara un relámpago.
Samuel se lleva las manos a los cabellos, hunde su rostro en el piso, contiene las ganas de gritar. El miedo hormiguea en todo su ser.
El cuerpo, inmóvil, queda colgando de la rama del árbol. Los agresores levantan sus botellas de cerveza y brindan, como si ese acto fuese la culminación de un carnaval delirante de sangre y de fuego.
Cae la noche. Todo se oscurece. La penumbra es como un manto que cubre las calles y las envuelve.
Una creencia ikoot dice que las estrellas del cielo son las velas de los muertos. Pero, en este instante, Samuel atisba, a lo alto, un cielo sin estrellas y piensa que quiza eso se debe a que los muertos de la masacre aún están tibios, todavía no se funden con la eternidad.
Samuel ha perdido la noción del tiempo. ¿Han pasado minutos u horas? En el horizonte una franja de luz se asoma por encima de los cerros: amanecerá pronto.
Samuel cierra los ojos.
En su mente, una y otra vez, resuena el eco de los gritos desgarradores de sus compañeros, quienes imploraron por sus vidas.
Abre los ojos.
A ras de suelo, el silencio se espesa.
Samuel escucha que los agresores se alejan: ebrios, con las manos llenas de sangre inocente.
Pero Samuel no está listo para salir, para huir, así que se queda ahí, oculto, hasta que despunta el alba, como si el sol fuese extirpado de las entrañas de las montañas.
Y así, Samuel se convierte en un linchado que vive, en uno de los sobrevivientes de la masacre de San Mateo del Mar.
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Si se observa desde el cielo, a vuelo de pájaro, los poblados ikoots, San Mateo del Mar, Santa María del Mar y San Dionisio del Mar, ubicados a 22 kilómetros del puerto de Salina Cruz, conforman una península que se alarga entre el Golfo de Tehuantepec y la Laguna Superior.
Si se observa desde el cielo, San Mateo del Mar, cuya superficie total es de 101 km2, es una angosta franja de tierra que se va estrechando, como una liga que se estira sin nunca romperse.
El municipio colinda al oeste con Salina Cruz, San Pedro Huilotepec y Juchitán; al este con Zanatepec y el Mar Muerto; al norte con la Laguna Superior, Unión Hidalgo y Santiago Niltepec y, al sur con el Golfo de Tehuantepec. Cuenta con un cerro denominado Huazatlán del Río.
Su ubicación geográfica, además de su clima cálido, con lluvias en verano y otoño, ha condicionado la economía y modo de vida de sus habitantes. Carecen de agricultura, industria y comercio, a pesar de que cuentan con algunos cultivos de cereales y huertas de árboles frutales.De acuerdo con las cifras del Censo de Población y Vivienda, realizado en 2020 por el Inegi, San Mateo del Mar cuenta ahora con 15 mil 571 habitantes (50% hombres y 50% mujeres). En comparación con el año 2010, la población en el municipio creció un 9.25%.
Según el sitio Data México, plataforma pública en línea, desarrollada por la Secretaría de Economía y el Inegi, que concentra datos sobre la situación económica del país, desglosada por regiones, en 2015, el “29.1% de la población se encontraba en situación de pobreza moderada y 63.9% en situación de pobreza extrema. La población vulnerable por carencias sociales alcanzó un 6.22%, mientras que la población vulnerable por ingresos fue de 0.3%”. Por su parte, en 2020, de acuerdo al mismo portal, “el 26.7% de la población en San Mateo del Mar no tenía acceso a sistemas de alcantarillado, 62% no contaba con red de suministro de agua, 23.9% no tenía baño y 15.8% no gozaba de energía eléctrica”.
Esos datos resumen el grado de rezago, pobreza y marginación del municipio.
La población se dedica, esencialmente, a la pesca de camarón, fuente de sustento también de las poblaciones vecinas, como San Dionisio del Mar y San Francisco del Mar.
En la zona conviven las viviendas tradicionales, construidas de adobe, junto al avance de las urbanizaciones. Los mero ikoots (“verdaderos nosotros”) fueron denominados como huaves (“gente que se pudre en la humedad”) por lo zapotecos, un calificativo despectivo que se remonta al periodo previo a la conquista, pero que ha dejado de considerarse así en la actualidad. También se les conoce como mareños, por vivir en la cercanía del mar, o como ombeayiúts.
San Mateo del Mar pertenece a la zona huave o ikoot del Istmo de Tehuantepec. Por décadas ha padecido el azote de los huracanes, provenientes tanto del Pacífico como del Golfo de México, debido a la deforestación de los cinturones de áreas verdes. Tierra yerma e infertil, proclive al azote de fenómenos naturales, no obstante, San Mateo del Mar tiene su más hondo flagelo en los conflictos político-electorales y en los gobernantes, de signo priísta, que la han gobernado a sangre y a fuego.