Alejandro Páez Varela
04/04/2022 - 12:08 am
¿Se imagina?
El próximo domingo iré a votar y voy a decirles esto: ni siquiera lo haré por López Obrador; por mantenerlo o no en el poder. Ya está en la Presidencia y tiene buenos niveles de aceptación. Lo haré pensando en el pasado.
La próxima semana, finalmente, los mexicanos irán a las urnas para decidir en consulta popular si ratifican a su Presidente o si le piden que entregue las riendas. Digo “finalmente” porque ha sido larga la espera para que se concrete ésta que es una de las promesas más significativas de Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, el país no está dividido entre el SÍ y el NO que plantea la Revocación de Mandato en la papeleta; es decir, entre aquellos que piden que se quede el Presidente o los que quieren que se vaya. México está entre los que votarán y los que han llamado a generar un vacío a la convocatoria.
Los que invitan al boicot son los que se fundieron en un bloque electoral opositor (PAN-PRI-PRD) desde 2020 con un solo objetivo: detener a López Obrador desde la Cámara de Diputados en 2021. No les alcanzó. Tampoco les alcanzó para detenerlo en la consulta popular: primero dijeron que “en 2022 se iba a su rancho” y luego cambiaron a la estrategia del boicot. Es fácil adivinar por qué: la abstención en México es históricamente alta; les será fácil ocultarse entre esos votos ausentes.
Es como sumarse “casualmente” a los que ven futbol y son guadalupanos. Pues sí, de entrada serán mayoría, aunque esa mayoría sea una ilusión porque no gana elecciones ni simpatiza con nadie: ve futbol y es guadalupana. Y este 10 de abril se unirá, por artilugios del discurso opositor, simplemente porque existen, a los que llaman al boicot.
Pero nadie debería menospreciar a los que no atenderán la consulta. Primero por su propia esencia: han sido mayoría hasta hace muy poco tiempo y aunque nunca promovieron la posibilidad de remover a un Presidente por inepto, por fascista o por corrupto, han tenido las riendas del país y de alguna manera conservan una parte. Son una ensalada de corrientes partidistas formales pero además los acompaña la élite empresarial, grupos de pensamiento y mediáticos, organizaciones “de la sociedad civil” e intelectuales. Y han operado por décadas para evitar el avance de la izquierda, cueste lo que cuente, haiga sido como haiga sido, y lo lograron con éxito hasta 2018. Tienen alas muy poderosas y nadie piense que no pueden volver a agarrar vuelo. Por eso nadie debería menospreciarlos.
Además son grupos de opinión con estrategias exitosas. En cien años no resolvieron la desigualdad, la pobreza, el hambre, la seguridad, la educación y la salud públicas pero conservaron el poder aparentándose de izquierda. Hábiles son: piense en cómo sobrevive la gente del tipo Jorge G. Castañeda, Héctor Aguilar Camín, Lorenzo Córdova. Piense en cómo lo hizo el PRI desde el fin de la Revolución de 1910 o como lo hicieron otros partidos parasitarios, del PPS al PRD de nuestros días. Han conservado el poder sin mostrar nada a cambio. Políticos, partidos, burócratas, intelectuales, académicos e incluso medios se apoderaron del discurso de izquierda, se vistieron de izquierda, se dicen hasta hoy de izquierda aunque en la realidad han vivido de gobiernos de derecha y han servido de pilares a la derecha y la cubren, la excusan y le dejan mantener el control porque son derecha aunque se visten de izquierda. No es menor que engañaran a una Nación entera. Son grupos con inteligencia y con estrategias exitosas.
Para no ir más lejos: esa élite intelectual –beneficiaria por décadas del ogro filantrópico– es la que llamó a PRI, PAN y PRD a unirse para enfrentar a López Obrador. Y los tres partidos aceptaron bastante rápido. Quizás porque el priismo cerrará estos años con su peor derrota territorial de la historia; quizás porque el perredismo se reduce a un caldo aguado y bastante gacho, o quizás porque el PAN pasó de ganar en 2000 la Presidencia a cometer fraude para conservarla en 2006 y a entregar el poder al PRI en 2012. El caso es que reaccionaron en semanas al llamado de los intelectuales.
Y no se queda en eso. Luego son Claudio X. González y Gustavo de Hoyos los que hacen posible la fusión PAN-PRI-PRD y son ellos quienes, de acuerdo con lo que han anunciado, les prepararán un proyecto de Nación. Por primera vez, que yo sepa, la élite empresarial abiertamente redactará el proyecto de Nación del bloque opositor. Sin rubor y sin carga de conciencia será un proyecto patronal y ya no exclusivamente un proyecto del que se sirvan los patrones, con lo fue el neoliberalismo.
Es decir: intelectuales que han servido al sistema y validado fraudes electorales, así como representantes de las élites empresariales, son los que dan sentido y alma a la alianza PAN-PRI-PRD. ¿Qué puede salir mal? O más bien plantearía: ¿Puede salir algo distinto a lo que ya vimos durante las últimas décadas? Por eso la próxima semana no me sorprenderá que los mexicanos vayan a las urnas mientras PRI, PAN, PRD, intelectuales, académicos e incluso medios intenten generar un vacío a la convocatoria. No me extraña siquiera que desde el mismísimo INE se esté boicoteando ejercicio.
El próximo domingo iré a votar y voy a decirles esto: ni siquiera lo haré por López Obrador; por mantenerlo o no en el poder. Ya está en la Presidencia y tiene buenos niveles de aceptación. Lo haré pensando en el pasado. Lo haré para imaginar qué hubiera sucedido si nos dan la oportunidad de mandar al nabo a Vicente Fox en 2003; a Felipe Calderón en 2009 o a Enrique Peña en 2015. ¿Se imaginan? Me excita sólo la idea de haber podido mandarlos a esos tres y a los anteriores a esos tres a su casa. Y eso, les confieso, es lo que me anima más.
En democracia, cualquier proyecto, incluso los más radicales de izquierda o de derecha, pueden acceder al poder. Si convencen a una mayoría, pueden llegar. Así de simple. Me parece valiosísimo que a la par ganemos una válvula de escape con la Revocación de Mandato. ¿Se imagina qué país tendríamos si detenemos a tiempo a Carlos Salinas y no regala las empresas nacionales a sus amigos ladrones? ¿Se imagina qué Nación seríamos sin el Fobaproa de Ernesto Zedillo o sin la guerra de Calderón? ¿Se imagina?
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