Susan Crowley
02/04/2022 - 12:04 am
La levadura que canta
La labor del artista al entrar en una dinámica relacional es convertirse en el vehículo a través del cual distintas disciplinas.
El arte no solo es una disciplina que se consagra a plasmar la belleza o un medio de representación de los acontecimientos relevantes de una época. Es una herramienta para transmitir la vitalidad del momento. Una ventana a las múltiples realidades que se ocultan para la mayoría y aparecen solo a partir de una mirada sensible, aguda. El arte es una expansión del pensamiento de quien es capaz de leer entre líneas y activar mecanismos que incluso puedan llegar a incidir en las acciones de otros. El tiempo pasa, nosotros moriremos, el arte quedará como algo mucho más valioso que una crónica del momento. Su poder es crear un tiempo distinto y convertir el presente en infinito. Pero existe algo más allá de lo infinito y sublime que pueda inspirar al artista, es su responsabilidad al formar parte de un mecanismo que busca la verdad.
La Estética Relacional es una forma de hacer arte a partir de los vínculos que se generan entre distintos sujetos que participan en una obra. Un sistema en el que todos los participantes están atentos a la realidad del mundo y en posibilidad de generar un trabajo colaborativo que se vuelve herramienta para mostrar los alcances de la mente y el conocimiento o lo que podríamos llamar la representación del estado de consciencia. Una consciencia que han perdido los políticos, si alguna vez la tuvieron, o las corporaciones atrapadas en intereses económicos.
La labor del artista al entrar en una dinámica relacional es convertirse en el vehículo a través del cual distintas disciplinas (sociólogos, antropólogos, economistas, ambientalistas, cineastas, documentalistas, científicos de todas las especialidades) lleven a cabo los procesos más exhaustivos y comprobables que ayudan a despejar y esclarecer teorías, hipótesis e ideas que estando en el aire no son fácilmente verificables.
La exposición tan solo es la punta del iceberg de un sistema investigativo que se ramifica en muchas áreas de oportunidad. El fin de las colaboraciones es convertirse en libros de distintas autorías, suma de amigos y artistas invitados. Una especie de centro de información que conforma ciertas piezas con un determinado fin, lo que no impide que puedan encarnar distintos objetivos posteriores. La información está ahí, abierta, transparente para ser utilizada por quien la desee. Migraciones causadas por las crisis políticas que han terminado en tragedias humanitarias, impacto ambiental producido por el poder económico de unos cuantos, demografía que desequilibra la distribución alimentaria del planeta, racismo, injusticia, son solo algunos ejemplos de los temas que abordan y que es muy factible encontrar ya dentro de un museo o exposición.
Uno de los más influyentes teóricos en este sentido es el francés Nicolas Bourriaud cuya trayectoria meteórica en las instituciones más prestigiadas del arte de Europa (director del Palais de Tokio, de la Escuela Superior de Bellas Artes, y hasta hace poco del Centro Cultural de Arte de Montpellier del que también fue creador), y sus amplios escritos sobre Estética Relacional, el nuevo giro dialógico del arte, le otorgan el derecho a encabezar la lista de los más poderosos teóricos y curadores con valiosas aportaciones a la comunidad del arte.
¿De qué va este nuevo enfoque? La idea es que el artista deje a un lado su espíritu individualista y se coloque como el orquestador de sus cómplices que le aportan a su trabajo fundamento y credibilidad delante de la opinión global. Las exposiciones de Bourriaud no solo atañen al lucimiento de ciertos artistas, de eso se le ha acusado (ser un promotor de su propio mercado). El afamado curador resta importancia a los ataques y sigue trabajando en sus infinitas colaboraciones.
Durante la pandemia un tema que lo tuvo muy interesado fue el cómo estamos enfrentando al Antropoceno. ¿Qué significa esto? Para muchos teóricos se trata de la era que vivimos y en la que el ser humano ha marcado irremediablemente al planeta con consecuencias desastrosas; data desde el descubrimiento de la agricultura, pero el daño causado a partir de la Revolución Industrial es notorio y grave. Hay que agregar que para muchos este término no ha sido aceptado aún y acusan a quienes trabajan en él de catastrofistas.
Pero Borurriaud y sus amigos continúan con sus investigaciones. Y no solo se trata de hablar de conciencia delante de las alteraciones y desastres sociales y naturales ocasionados por la acción de los seres humanos. Los artistas llevan un buen tiempo realizando verdaderos laboratorios de experimentación en los que el arte se convierte en un detonador de conciencia delante de las innovaciones tecnológicas, la Inteligencia Artificial (AI), y la realidad virtual (VR).
Por lo visto el mundo ya no estará atento a si una obra es o no valorada; el paso del tiempo en materia de arte quedó atrás. A partir de las prácticas actuales, los procesos no se detienen, son mecanismos inconclusos con la posibilidad de completarse y transformarse en nuevos centros de conocimiento. Y no solo eso, también pueden cobrar vida propia. Las obras de Philippe Parreno (Argelia 1964) son capaces de controlar un acontecimiento a través de levaduras que han registrado información y pueden ejecutar una obra ya sea en el piano, cantar o activar una pantalla con imágenes sin que el humano participe; sistemas de algoritmos que no es que cobren vida pero sí llegan a funcionar de forma independiente, con millones de combinaciones posibles como lo ha mostrado Pierre Huyghe (Francia 1962) quien sorprende con obras de gran belleza poética. Ambos artistas amigos y constantes colaboradores de Dominique González- Foerster (Francia 1965), quien crea instalaciones que ligan literatura, cine, música en las que la artista renuncia al control y de esta forma detona una serie de fenómenos que le permitirán experiencias imprevistas. O incluso, como es el caso de México DF:sitio* TAXI del español Antoni Abad (España,1956), crear una obra cuya vida es omnipresente en forma de museo dentro de las comunidades digitales, desarrollando estrategias innovadoras de comunicación y que han sido concebidas para ayudar y proteger a distintos colectivos en riesgo o en exclusión social, como prostitutas, taxistas o vendedores ambulantes.
Activar una obra a través de bacterias, de algoritmos o sistemas de internet y redes sociales, simples ejecuciones que varían según el contexto, y que permiten diversas dinámicas, infinitas. Practicar una curaduría de colaboración entre varias disciplinas en las que se desatan distintas posibilidades que incluyen al espectador, y en las que se convierte en elemento fundamental con su participación, increíble, aun sin quererlo. Todo esto es un verdadero cambio en la narrativa que le otorga una especie de eterno volver a nacer a la obra de arte.
Twitter @Suscrowley
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