Susan Crowley
26/03/2022 - 12:04 am
Warhol y el arte de la frivolidad
"Warhol fue mucho más que un artista, que sin duda lo fue y en qué forma, y hoy puede ser considerado un visionario a la manera más pura y elevada, la de un San Juan narrador del Apocalipsis. Me refiero a quien sabe ver, sentir, y transmitir la imagen de una época en la que todos querían vivir, estar, ser, aparecer, y que tuvo en él a su más grande iconografista".
Probablemente este lunes la imagen icónica norteamericana por excelencia, la rubia Marilyn Monroe, del artista Andy Warhol, se convertirá en la obra del siglo XX de más alto precio alcanzado en una subasta. Su valor de salida será de 200 millones de dólares, pero según Christie's, Shot Sage Blue Marilyn, tiene todas las posibilidades de rebasar por mucho esa cifra. Con esto llega a valorarse como una obra de arte del nivel de Los Jugadores de cartas de Cézanne que llegó a 250 millones. Para Alex Rotter, director del departamento de arte del siglo XX y XXI de la afamada Christie`s “El Marilyn de Andy Warhol es la cima absoluta del pop-art estadounidense y de la promesa del sueño americano que encapsula optimismo, fragilidad, celebridad e iconografía todo en uno”.
¿Qué hace tan valiosa a esta rubia que en sus días fue considerada como la más potente bomba sexual? El arte está lleno de misterios sin solución, en la actualidad el precio de una obra en el mercado no solo depende del autor y de su factura. Muchos otros elementos se ponen en juego en el momento en que es colocada delante de quienes presenciarán un espectáculo más, la puja ansiosa que culminará con un martillazo y un ganador.
Marilyn, mientras tanto, permanece custodiada por un sistema de seguridad infranqueable. Sola, lejana, inaccesible, la serigrafía, que no es ni pintura ni una copia, sino una foto intervenida; maquillada con colores chillones, con los ojos y la boca entreabiertos en su acostumbrado gesto de sensualidad impostada. Una especie de peluca amarilla aumenta su apariencia plástica. En suma, la alegoría del artificio meticuloso para aparentar una elaboración rápida e, incluso, descuidada, en contraste con los absurdos precios que puede alcanzar en unos días.
Como lo dice el filósofo Arthur Danto, “la imagen de Marilyn es al pueblo americano lo que la virgen María al cristianismo”, un símbolo cuya presencia constata el vacío de una colectividad; una imagen en la que se pueden apreciar los valores de una sociedad capitalista que creyó en el sueño de lujo y felicidad sin límite de crédito, imitando a las grandes estrellas de Hollywood. Marilyn encarga la falsedad de la oferta de esperanza para un mercado de consumo que muy pronto terminaría vendiendo el alma al diablo con tal de mantener los valores de juventud y belleza.
Distinta a esta imagen que hoy la representa, Marilyn fue una mujer de carne y hueso que quizá tenía más cerebro de lo que sus voraces caníbales suponían. Sin embargo, se autodestruyó, su muerte fue escandalosa. Sus últimos días los vivió como una prisionera del famoso Camelot, una especie de realeza americana impenetrable, convertida en símbolo sexual que igual que atrajo y fascinó, también aburrió y fue desechada. El destino fatal de una vida dedicada a la fama. El rostro plasmado por el artista Andy Warhol es una especie de máscara del vacío: una niña perdida, dispuesta a ofrecerse al mejor postor, una sensualidad provocadora de fantasías para la sociedad masculina y la envidia de muchas mujeres que jamás serían Marilyn. Detrás del maquillaje exagerado de la actriz, está la impronta de Andy Warhol, un artista lleno de paradojas.
Un icono vivo de la fama y el éxito económico, artista pop, vio en la sociedad norteamericana todo aquello que la significaba: valores, miedos, ambiciones, ilusiones, mentiras. Igual que los grandes retratistas del pasado, acorde con los patrones estéticos de la era del espectáculo, Warhol eligió a aquel círculo de dioses del que sería su Olimpo. Para una Marilyn, representación de los pecados, una Jackie fría, calculadora, habitante de la cumbre social, la nobleza inventada, sin estirpe, pero esnob y cuyo consorte llegaría a presidente del país más poderoso del planeta. Juntos presidirían la vida mundana de una corte con destino fatal, el lado oscuro de las estrellas. El mundo del espectáculo crea héroes perecederos que cumplen con la inmediatez. Como lo dijo el mismo Warhol, “en el futuro, todos serán famosos mundialmente por quince minutos”. El poder del artista fue trascender los valores prescindibles, apropiárselos, e inmortalizarlos. Ganar para el gran arte la copia, la reproducción, lo falso, la etiqueta y constituir con ellos su cuerpo de obra. Una de las más poderosas del siglo XX, no solo para el mercado, que lo confirmará en unos días, sino como acto de redención de una era de vacío.
Warhol es trascendente por el misterio y la complejidad de su trabajo. Circuló entre los famosos sin que nadie advirtiera que lejos de ser un miembro de su clase, era una especie de infiltrado. Homosexual en la era de la represión más cruel americana, fue un sobreviviente de la atroz pandemia que se cebó y satanizó a sus víctimas. Sobrevivió a la doble moral que crucificaba y deificaba. Colocó en el altar de la fama a sus santos: esquemáticos, frontales, sin ninguna expresión, los consagró en forma de lata Campbell´s. Crítico, empático, cerebral y con una pasión que lo llevaba a observar de una forma aguda los objetos que componían su obra, revelándose como la verdad de una sociedad que se resignó a convertirse en masa. Una masa cuyo Elvis emulaba a Cristo, sensible, rebelde, drogadicto, voz y ritmo incontrolables, icono que simboliza a todas las almas perdidas.
Andy Warhol es un mito de la posmodernidad, una era de ambigüedad, contradicciones y como el artista mismo, de distintas capas de lectura y paradojas. El escándalo es la primera que asoma en la superficie. Su vida pública fue exhibida hasta la saciedad, a tal grado que se puede asumir que, detrás de su fama y popularidad, existía un ser distante, calculador.
“Casualmente”, coincidiendo con la próxima subasta, Netflix transmite una serie de seis capítulos a partir de los diarios recopilados por su confidente y amiga Pat Hackett. A pesar de la carga morbosa y frívola adoptada por los productores, y que nos obliga a separar la vida de la obra del artista, descubrimos a un ser sensible y delicado, solidario amante y amigo, tímido y atrevido al mismo tiempo, retraído y exhibicionista, ambiguo sexual. Un outsider disfrazado de celebridad para pasar inadvertido. Un solitario que paradójicamente fue el centro de una sociedad y de una época; que confió en sus intuiciones y transfiguró en arte el mundo en el que los demás se ahogaban, embrutecían y, muchos de ellos, no lograban sobrevivir.
En síntesis, Warhol fue mucho más que un artista, que sin duda lo fue y en qué forma, y hoy puede ser considerado un visionario a la manera más pura y elevada, la de un San Juan narrador del Apocalipsis. Me refiero a quien sabe ver, sentir, y transmitir la imagen de una época en la que todos querían vivir, estar, ser, aparecer, y que tuvo en él a su más grande iconografista.
Andy Warhol supo ver más allá de las convenciones y las luces de escenarios y discotecas, un artista capaz de convertir la frivolidad en una herramienta de exploración y conocimiento del arte sin igual.
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