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Jorge Zepeda Patterson

06/03/2022 - 12:05 am

La cacería anti rusa o la barbarie de Occidente

"Estamos tan acostumbrados a asumir que Occidente representa “el bien”, que hemos dejado de percibir sus inmoralidades. Puede cerrarse Twitter  o Facebook a posiciones pro rusas bajo el argumento de que están distorsionando la información, sin el mínimo de rubor ante las muchas distorsiones que circulan con la tesis opuesta".

"Me parece que son comprensibles y necesarias las represalias contra el Gobierno de Rusia y el grupo político y económico que lo apoya, pero el castigo ciego en contra de todo lo que es ruso constituye una barbarie (…)". Foto: Sergey Vaganov, EFE

Si la verdad es la primera víctima en una guerra en la medida en que todo se convierte en propaganda, la siguiente víctima es la decencia. Lo que los ejércitos de Putin están haciendo en contra de la población ucraniana es criminal, sin duda, pero lo que la opinión pública internacional está haciendo en contra de muchos rusos resulta indecente. Y desde luego no me refiero a los oligarcas corruptos, puntales del régimen ruso, a quienes merecidamente se les incautan yates y fortunas descomunales, sino a los ciudadanos de ese país que están siendo hostigados, despedidos y obstaculizados por algo de lo que no son responsables.

Constituye una infamia el sufrimiento de millones de familias ucranianas obligadas a dejar su hogar o a sufrir la muerte de alguno de los suyos por la invasión de soldados rusos a los que ellos personalmente no han hecho nada. Pero también lo es el hecho de que profesionales, artistas y deportistas rusos vean truncadas sus carreras simplemente por ser rusos. Se trata de dos infamias de escala distinta, pero sobre la primera no podemos hacer nada al respecto, salvo presionar a Putin para que la detenga; la segunda, en cambio, depende de nosotros. Envolviéndose en la bandera de la justicia y la moral Occidente está cruzando límites que dan como resultado actos arbitrarios e histéricos en contra de personas que no son responsables de las decisiones que toma su Gobierno. A nadie se le ocurrió impedir que Serena Williams participara en Roland Garros o a Madonna hacer una gira internacional, solo porque Bush hubiera invadido a Irak hace una década con motivos tan absurdos (armas de destrucción masiva) como los que esgrime ahora Putin y con consecuencias igualmente trágicas para millones de personas inocentes.

Futbolistas y tenistas abucheados, artistas impedidos de trabajar, profesionales y especialistas a los que súbitamente se les ha cancelado su forma de vida. Muchos de ellos han padecido a Putin como gobernante y ahora son condenados a convertirse en chivos expiatorios para descargar la furia de occidente y calmar el supuesto sentido del deber de sus gobernantes.

¿En qué nos convierte a nosotros mismos esa cacería de brujas? ¿Cuál es la diferencia con respecto a los rancheros que salían a cazar comanches porque una caravana había sido atacada por navajos? ¿A linchar a un afroamericano (como ahora se dice) porque otro había robado en una tienda? ¿A no contratar latinos por el temor a los crímenes de las bandas Mara Salvatrucha?

El Comité Olímpico Internacional (COI) recomendó vetar a rusos y bielorrusos de las competiciones deportivas, rompiendo una larga tradición de no intervención en los debates políticos o geopolíticos. Puedo entender, que no compartir, que sea suspendida la participación de equipos rusos que en este momento compiten en nombre de su país. De alguna forma representan no solo a su nación sino también al Gobierno que los está financiando. Pero de eso a impedir que un cantante participe en una ópera solo porque nació en otra tierra o dejar de tocar las obras de un compositor que murió hace 50 años, media un salto irracional.

Ana Netrebko, que es a la ópera lo que Messi puede ser al futbol, lo más cercano al mito que representó María Callas, gracias a su extraordinaria voz y su talento artístico, es ahora una reina en desgracia solo porque es rusa, pese a ser residente de Viena desde hace años. Dos días después del estallido de la invasión posteó en sus redes : “Me he tomado algún tiempo para reflexionar porque creo que la situación es demasiado seria para opinar sin darle la debida atención. Primero que nada, decir que me opongo a esta guerra. Soy rusa y amo a mi país, pero tengo muchos amigos en Ucrania y me rompe el corazón el dolor y el sufrimiento de hoy. Quiero añadir algo más sin embargo, obligar a un artista o cualquier figura pública a difundir sus opiniones políticas y denunciar a su tierra no es correcto. Como muchos otros de mis colegas, yo no soy una persona politizada. Tampoco soy experta en política. Soy una artista y mi propósito es unir a las personas pese a sus divisiones políticas”.

Seguidor como soy de su talento, asumí que esta declaración habría de salvarla de la hoguera. Me parecía una respuesta honesta, sensible e incluso políticamente responsable. Vana ilusión; subestimé el peso de la hipocresía irracional. Unas horas más tarde se anunció la cancelación de su participación en los conciertos del resto del año. Si esa actitud no se modifica para efectos prácticos su carrera habría concluido. Frente a esta afrenta Netrebko sólo ha publicado unas palabras: “nadie debe olvidar quién es, ni de dónde viene”. Una actitud digna de quien, sin estar de acuerdo con la acción de su Gobierno, asume que eso no significa renunciar a sus orígenes.

Me parece que son comprensibles y necesarias las represalias contra el Gobierno de Rusia y el grupo político y económico que lo apoya, pero el castigo ciego en contra de todo lo que es ruso constituye una barbarie y es reflejo de la incapacidad de ver más allá de un mundo caricaturesco dividido en buenos y malos, que nuestra propia historia no justifica. Basta un ejemplo:

Imagínese una escena de la Edad Media en la que se encuentran en el campo de batalla un ejército invasor y uno defensor. Pero el que invade en lugar de enfrentarse a sus contrincantes se interna en el valle, penetra en la primera ciudad y pasa a cuchillo a las mujeres y niños de su enemigo; al no conseguir la rendición de su rival entra en una segunda ciudad y masacra a sus habitantes y amenaza con seguirlo haciendo. El ejército defensor se rinde ante el inadmisible precio de pagar con la vida de sus familias. Un acto de barbarie inconcebible, ¿cierto? Es justo lo que hizo Estados Unidos con las bombas sobre Nagasaki e Hiroshima, en nombre de la democracia, la justicia y la libertad. No se trataba de instalaciones militares; simplemente decidió dar muerte a cientos de miles de civiles como extorsión para obligar a los hombres a deponer las armas.

Estamos tan acostumbrados a asumir que Occidente representa “el bien”, que hemos dejado de percibir sus inmoralidades. Puede cerrarse Twitter  o Facebook a posiciones pro rusas bajo el argumento de que están distorsionando la información, sin el mínimo de rubor ante las muchas distorsiones que circulan con la tesis opuesta. Sería más decente que externaran la verdadera razón (también hay mentiras de nuestro lado, pero son nuestras mentiras) que observar pretendidos golpes de pecho sobre “la verdad” o la objetividad.

En suma, lo que está haciendo Putin es inadmisible. Pero la respuesta a sus crímenes no justifica regresar al macartismo, a la inquisición y a la cacería de brujas que nos convierte también en verdugos de seres humanos que no tendrían que pagar por los crímenes de sus autoridades. @jorgezepedap

Jorge Zepeda Patterson
Es periodista y escritor.

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