Fabrizio Mejía Madrid
24/02/2022 - 12:05 am
La verdad sospechosa
Así de kafkiana ha sido la involución en estos años del periodismo de Mexicanos contra la Corrupción.
https://www.youtube.com/watch?v=144f5uDW8z4
Si un periodista de Claudio X González leyera la primera frase del Quijote -“En un lugar de la mancha de cuyo nombre no quiero acordarme”- se preguntaría con sospecha: “¿Qué hizo el Quijote en La Mancha? ¿Por qué no quiere recordar su nombre? ¿Incurrió en un conflicto de interés?” Tendría que leer toda la novela para saberlo pero el periodismo de los últimos dos reportajes distribuidos por Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad no terminan de hacer su labor y se quedan tan sólo con la sospecha y la difunden como si se tratara de una verdad.
La suspicacia es una herramienta del periodismo pero no puede sustituir a la información. Sus autores han dicho que son reportajes de inferencias o, en el colmo, para “abrir la conversación”. Por un instante, supongamos que es una conversación. Imagínese que, para romper el hielo en una sobremesa, uno de los comensales empieza por acusar al otro de homicidio. El acusado no entiende de dónde viene la imputación. Los demás comensales toman partido sobre la inocencia o culpabilidad del sospechoso. Se le exige que demuestre su probidad pero, ¿cómo se demuestra que uno no ha matado a alguien? ¿Que no es por eso que decimos que quien acusa debe demostrar? Imagínese que se le acusa a usted de un homicidio sin mayores datos y usted y no el acusador debe de demostrar su inocencia. Eso mismo sucedió con las acusaciones contra los hijos del Presidente Lípez Obrador.
Así de kafkiana ha sido la involución en estos años del periodismo de Mexicanos contra la Corrupción. Se le pide a una fábrica de chocolate orgánico que demuestre que no se benefició de la siembra de cacao en Tabasco que introdujeron los olmecas unos mil 500 años antes de Cristo. Se le pide a una arrendataria de una casa en Houston que demuestre que los contratos petroleros de su casero no tienen nada que ver con que esté casada con el hijo del Presidente.
Se dice que son inferencias pero no lo son. Una inferencia es deducir una conclusión de un cúmulo de informaciones. Lo que hace posible una presunción es la regularidad con la que un fenómeno se presenta. Si no hay regularidad, no hay inferencia. Dicho en otras palabras, una inferencia es una conjetura de algo que sucede con estabilidad como, por ejemplo, si vemos una nube negra, sospechamos que puede llover. Quizás nuestra sospecha de que lleva no se compruebe pero si realmente investigáramos la nube, conoceríamos sus componentes, si es un nimbroestrato y tienen ondulaciones en la parte de abajo. Pero, ¿cómo la renta de una casa encuentra una regularidad con actos de corrupción en la industria petrolera? No la encuentra. La única regularidad es la de los posibles creyentes en las teorías de Mexicanos contra la Corrupción y que se podrían reducir a un silogismo: “Los políticos son corruptos/AMLO es político/AMLO es corrupto”.
Con el reportaje de la casa de Houston del hijo del Presidente se buscaba afianzar toda una tradición de casas y corrupción que empezaron con el Partenón del “Negro” Durazo; la Colina del Perro de José López Portillo a inicios de la década de los ochenta, y que continuaron en las casas de Enrique Peña Nieto y Luis Videgaray hacia el final del periodo neoliberal. No es que las informaciones permitan la conjetura sino que son los esterotipos de la política los que aportan la regularidad del fenómeno. Muy probablemente los que difundieron el reportaje mentiroso contaron con que una buena parte de la opinión pública reconocería como factible la asociación entre política y tenebra con la que crecimos durante décadas del PRIAN. Pero eso no es una inferencia periodística. Es darle difusión a una mentira que confirma nuestros prejuicios.
Esto tiene que ver con sembrar la indolencia de ánimo del “todos son iguales”, de “México no va a cambiar nunca” que le sirve sólo a quienes sostienen que no hay alternativa a la corrupción, el saqueo, y la desigualdad. Es una propaganda contra la esperanza. Veamos cómo funciona. Cuando uno sospecha de antemano, la desconfianza nos es útil como un mecanismo de protección contra el terror a la sorpresa. Más vale pensar lo peor para prepararse para lo que inevitablemente ya ha sucedido. Así, si aparece en la serie de suspenso, un tipo malencarado nos calma el pensar que sabemos que él es el asesino. De igual forma funciona la suspicacia política: si las cosas salen mal, al menos lo habremos anticipado y, si no salen mal, nos diremos que la desconfianza evitó que nos precipitáramos hacia el entusiasmo acrítico que es una actitud de los que no piensan. Pero la desconfianza realmente no sirve para conocer porque es probar un supuesto que ya se tenía desde antes; se escoge un rasgo de la realidad, se amplifica, y se toma la parte como si fuera el todo, que se desecha. Por ejemplo, tomar un detalle y confundirlo con un hecho. El detalle: el Presidente López Obrador presume que la gente lo protege de la enfermedad regalándole amuletos.
El hecho que repiten los opositores: el Presidente cree que los amuletos protegen contra el COVID y, más allá: el Presidente está en contra de la ciencia. Contra “la Ilustración”, dicen los de la revista Nexos. Otra es repetir un nombre y confundirlo con todo un proceso. Por ejemplo, decir que la presencia de Manuel Bartlett como director de la empresa eléctrica del Estado descalifica la toda la reforma energética.
Sabemos por Freud que el melodrama, es decir, el enfrentamiento entre el bien y el mal, es el género predilecto de los que viven el cambio de un regímen político. Lo estudió en un senador austriaco que empezó a delirar diciendo que el presente no existía y que ya estaban viviendo en un futuro donde todos, salvo él, estaban muertos. Es muy similar a lo que le ocurre a quienes ven pura destrucción en la 4T sin atinar a ver cómo se construyen miles de kilómetros de caminos, varios aeropuertos, trenes, se siembran millones de árboles, se aumentan los salarios e ingresos de los más pobres. Ante esa realidad, la existencia de un conflicto de interés es no sólo probable sino tranquilizadora.
La paranoia política demanda muy poco de su objeto, que ya está dado de antemano, y es, además, inamovible. La negatividad de ese presente ahistórico sólo necesita ser expuesta. Se hace desde la anticipación: todavía no sucede pero ahí viene la desgracia; todavía la 4T no es una dictadura pero selecciono este elemento para no pensar en todo un proceso que no entiendo, me da incertidumbre y necesito alejar.
Por supuesto que la disposición a la suspicacia tiene en estos años una alta carga de cinismo: sabiendo que es falsa, de todos modos la sostengo para lograr un efecto en quienes tienen incertidumbres sobre este proceso de cambio. No sólo se la brindo a los asustados, inquietos, ansiosos como tranquilizante sino que les digo que quienes creen que “todos son iguales” son más listos, más abusados, que la mayoría engañada y sus voceros que aplauden todo. La suspicacia se confunde ahora con lucidez, con agudeza, con entendimiento. No es de inteligentes tener esperanza.
No creo que, cuando se dice que la corrupción está ahora peor que con el PRIAN, alguien realmente lo crea. Tampoco creo que ese cinismo y sus deslealtades a la verdad esté exento de angustia, odio, y afanes por recobrar una superioridad perdida. Basta ver a quienes la promueven: empresarios a los que antes se les perdonaban los impuestos y el pago de la luz eléctrica; comunicadores que tenían influencia y derecho de picaporte en la residencia presidencial; intelectuales a los que se les celebraba con bombo y platillo sus teorías sobre lo mexicano. Sus lectores y audiencias son los que están dispuestos a creer siempre en lo peor porque carecen de la expectativa hacia lo nuevo, al cambio, a la emoción de que los políticos no sean lo que han sido en décadas de cultura política nacional. Son nuestros enfermos de inquietud que, como en la novela de Juan Rulfo, sospechan que los demás están todos muertos.
El periodismo tradicional en México, el de la prensa, la radio y la televisión, casi nunca fue una cuestión de verdad o mentira, ni siquiera de lo real y lo irreal. Fue, más bien, un asunto de control por parte del Partido Único, la iglesia católica y los empresarios poderosos. Casi no hubo, como en otras partes, un periodismo de recabar datos, producir nueva información a partir de entrevistas, verificar por distintos modos de comprobación cruzada, ni de presentación de voces rivales, ni de elección de palabras para que se diera la mayor correspondencia posible entre lo que uno dice o escribe y la realidad. Como mecanismo de control floreció haciendo “natural” la ideología del grupo dominante, según la cual la política era engaño, México era subdesarrollado, y en vías de estar en vías de algo más parecido a los Estados Unidos. Los pobres eran chistosos por su forma de hablar, vestir, y por su color de piel. Esa sigue siendo la agenda subterránea de muchos medios corporativos de comunicación. No se han enmendado los agravios que le hicieron durante décadas a sus audiencias falseando un bien público como es la información. El menosprecio sigue ahí cada vez que la prensa miente. Lo único que ha cambiado es que, en adelante, no podrán existir en democracia sin responder a los análisis y críticas al contenido de sus mensajes. Que la suspicacia no puede publicarse antes de demostrarla. Que la propaganda, las ansiedades y los desquites no son periodismo. Que, antes de señalar al Quijote, mejor terminen de leerlo.
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