Susan Crowley
21/01/2022 - 12:03 am
Después del #Metoo, el cine tiene una respuesta
Las mujeres estamos ganando el sitio que nos corresponde con las atribuciones y el valor que aún no han sido contados.
Tres mujeres intensas cuyas historias están lejos de la victimización. Una, violenta sin límites, la otra, agresiva- pasiva; la última, el mal encarnado en una fuerza destructora. Me refiero a tres películas que han salido este año: Titane, de Julia Ducournau, ganadora de la Palma de Oro del Festival de Cannes. La segunda, La hija perdida, de Maggie Gyllenhaal merecedora ya de varios premios y que apunta a estar entre las nominadas del tan venido a menos Oscar. La tercera, una adaptación de la tragedia Lady Macbeth de Joel Coen, convertida en un clásico contemporáneo.
Las tres, desde mi perspectiva, obras maestras que tienen en común ser desgarradoras, sin concesiones, inteligentes, con una lectura profunda, aguda, llena de ironía. Tres retratos de lo femenino en una era de crisis y combate por los derechos de la mujer que a veces ha terminado en banderas discutibles y usadas, pero que, en la mayoría de los casos, es el parteaguas que nos abre el espacio negado por una noción del mundo creada por las normas masculinas. Las mujeres estamos ganando el sitio que nos corresponde con las atribuciones y el valor que aún no han sido contados. Y es que hablar de la furia femenina, de la impiedad femenina, del egoísmo femenino y de la negación a asumirnos como seres que nacieron para ser madres, permite que la discusión se enriquezca y pasemos del resentimiento y frustración, a la asunción del universo de posibilidades que somos. Sabemos que se nos han negado derechos de manera sistemática, entendemos que no hemos sido libres y que vivimos asumiendo el rol destinado por el pasado y por los sistemas patriarcales. Pero con películas como Titane, La hija perdida y Lady Macbeth, pareciera que la nueva manera de contar nuestra historia ha iniciado. Debo decir que, siendo mujer, las tres me han dejado tirada en el sillón con ganas de salir corriendo, pero también con ganas de hablar de ellas.
Empecemos por la más cruda y violeta, Titane. Alexa es una niña voluntariosa y caprichosa que sufre un accidente de auto. Para salvarla le es insertado un trozo de titanio en la cabeza. Un implante que desatará las más bajas acciones de su parte y la volverá asesina serial con los “atributos” masculinos que solo hemos visto en películas del género gore. A partir del primer asesinato resulta difícil describir los horrores que comete un ser que opta por la androginia, que seduce por igual a hombres y mujeres y cuya sexualidad es un delicioso sedal para sus víctimas. Alexa transgrede la sexualidad y tiene relaciones con un auto (sí, es también una ficción sin límites, advierto). Queda embarazada (les dije). Y es aquí donde la trama deja de ser sanguinaria para convertirse en una extraña historia de amor jamás contada. Como una especie de diosa primigenia, Alexa será madre de una nueva especie. Dadora de una inusitada vida, se convertirá en portadora del misterio y de la inexplicable fuerza de la naturaleza que, a la vez que la utiliza, la destruye. Es tal vez una de las películas más perturbadoras que he visto. Superar la primera impresión de violencia y excesos y seguirla viendo, es realmente un esfuerzo como el de la protagonista por mantenerse viva y habitar el mundo dominado por los hombres. Más allá de lo que parece un cine transgresor barato, Titane es una nueva forma de abordar lo femenino, su misterio y los infinitos caminos por los que puede transitar. Sin duda un abordaje que difícilmente haría un director hombre. Lo siento, pero incluso Tarantino, para contarnos la historia de una asesina como Kill Bill, tuvo que recurrir a una serie de antecedentes que la justificaron y que la autorizaron a ser una víctima vengadora. La diferencia es que Ducournau se atreve a despojar de cualquier moralismo o de la obviedad a la que el cine de acción nos ha acostumbrado y crea a un personaje femenino cuya violencia inexplicable encarna y escarba en lo insondable y aterrador del ser humano, pero le permite una salida redentora. Alexa es una heroína sacrificial cuya maternidad la destruirá, una especie de Medusa dando a luz a Pegaso. Al nivel de directores como Andrei Zulavsky en La Posesión o Roman Polanski con Repulsión, Ducournau se eleva como una de las mejores creadoras de mitos femeninos contemporáneos.
La hija perdida es todo lo contrario a Titane y sin embargo despierta los mismos sentimientos de vulnerabilidad. De la mano de Lena, la protagonista de la novela de Elena Ferrante, en una libre adaptación, deambulamos por el eterno femenino en una era en la que ser mujer es, no solo cumplir con ser madre, además, ser brillante y realizarse, mostrar las suficiencias en un mundo que no deja de poner obstáculos, luchar contra los impedimentos, prejuicios y el dominio conferido al imperio de los hombres.
La estancia en una playa desierta de Grecia ofrece a Lena un descanso hasta que irrumpe una familia cuyos miembros representan todos los vicios acumulados por la sociedad gregaria: machos que beben y que se agrupan como animales, que usan sexualmente a sus mujeres. Mujeres sumisas eternamente embarazadas, niñas con muñecas que a través del juego continuarán perpetuando los lastres heredados. Un panorama que muestra la mediocre y conformista forma de vivir de las proles en vacaciones. Como una especie de rebeldía pasiva, Lena reta al establishment para poner en jaque su valor. La actuación de Olivia Colman es, como siempre, insuperable. Una mujer inexpresiva que lo dice todo, con una ternura y complicidad que de pronto se convierte en una rivalidad y venganza con otras mujeres y que le permite infringir las peores agresiones en su contra. Un ser que cumplió con las reglas establecidas, aunque eso implicaría su propia degradación. Lo mejor de la película es como Gyllenhaal, joven actriz convertida en una directora eficaz e intuitiva, encuentra los lastres que cargamos las mujeres. Lo hace sin culpa, sin juicios de valor. ¿Debemos sentirnos miserables o incompletas por no ser madres? Asfixiante y sutil al mismo tiempo, cancela cualquier ápice de sensiblería, nos lleva por el camino de las verdades a punta de golpes con una atmósfera siempre delicada, llena de belleza y una ternura que en el fondo revela una complicidad femenina que nunca dejará de ser ambigua ya que también está cargada de odio.
En el caso de Lady Macbeth, Joel Coen recrea la anagnórisis feminista por excelencia. Aunque se le tache a Shakespeare de misógino, y en muchos casos lo sea, esta es la tragedia de una mujer poderosa que, en vez de dar vida, está urgida de cumplir con su ambicioso proyecto, exterminar a quien sea para convertirse en reina. Una de las mejores actrices del momento, Frances McDormand, que ya había demostrado en Nomadland tener las facultades para interpretar a una mujer independiente y que se atreve a vivir fuera de los moldes establecidos, es una Lady Macbeth sin precedente. Como un homenaje a Tronos de Sangre de Kurozawa o a la Lady Macbeth de Polansky, Coen nos lleva a habitar ese “entre azul y buenas noches” del que nos hablan las brujas al inicio. El sleep no more, momento en el que la opción por el mal trastoca los tiempos y lo cubre todo con una capa de desolación, locura y sangre. Instigadora del crimen en contra del rey, perpetrado por su marido, Lady Macbeth se apodera del frío y malévolo proceder de los hombres y así escala en sus ambiciosos planes. El blanco y negro implacable con una fotografía extraordinaria nos permiten contemplar una obra en la que se desatan todos los antivalores, se trasgreden los tiempos y se llevan las acciones criminales a las últimas consecuencias. Pero finalmente Lady Macbeth es una tragedia equilibradora de los ideales del ser humano; cumple con representar el mal envuelto en mujer como el amenazante dominio que no duda en actuar de forma atroz, sustitución de la maternidad por un trono.
El inconmensurable misterio de lo femenino es contado por tres mujeres de formas distintas y, a pesar de ser relatos poco disfrutables y placenteros, son reveladores y deben servir como imágenes arquetípicas de las que se pueden sacar conclusiones más allá de los insufribles clichés de Hollywood. Mientras algunas mujeres nacen para ser madres, muchas otras no, pero eso no quita el hecho de que lo sean. @suscrowley
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