Alejandro Calvillo
13/01/2022 - 12:03 am
Los sicópatas de cuello blanco
Las grandes corporaciones actúan, generalmente, bajo las características del sicópata.
Thom Hartman, periodista, escritor y activista estadounidense, publicó recientemente un artículo que titula: “Por qué dejamos a los psicópatas de traje seguir escapando de sus asesinatos”. Al inicio de su texto cita cuatro casos de esposos que dan muerte a sus parejas envenenándolas para enriquecerse con sus seguros de vida, informando sobre las sentencias que recibieron.
En ese contexto escribe que no sabe los nombres de los hombres que envenenaron a su padre y a su hermano, pero sabe dónde trabajaron y que les causo la muerte. Su padre murió de cáncer del pulmón por asbesto y su hermano por fumar tabaco. Los fabricantes de asbestos conocieron desde 1890 y llegaron a una confirmación definitiva en 1940 de que su producto producía mesotelioma, una forma muy agresiva de cáncer del pulmón. A pesar de la evidencia que tenían, se negaron a reconocer esos daños y bloquearon la prohibición del asbesto durante años.
Hartman realiza un símil entre el acto consciente y deliberado de los asesinos de sus esposas para obtener su seguro de vida y los directivos de las empresas del asbesto que continuaron su producción sabiendo que habría muertes de por medio, con el fin de mantener sus ganancias. Este simil que puede encontrarse en el caso del DDT plaguicida que era rociado a las personas y que se demostró como altamente cancerígeno, los PCBs utilizados en transformadores y depositados sin control con potencial altamente cancerígeno, el agente naranja utilizado como defoliante con efectos mutagénicos y cancerígenos, los clorofluorocarbonos que destruyen la capa de ozono. En todos esos casos, la industria que producía estos compuestos negó por años sus daños, los oculto, cabildeo y pago a científicos para bloquear su prohibición.
El caso de la muerte del hermano de Hartman por tabaquismo es similar. En 1994 los directivos de las grandes tabacaleras juraron ante el Congreso estadounidense que no tenían evidencia de que la nicotina fuera adictiva y que el fumar aumentara el riesgo de cáncer. Se descubriría que, al menos, veinte años antes de esas declaraciones las corporaciones tabacaleras ya tenían evidencias en sentido totalmente contrario. Consciente y deliberadamente ocultaron la información y con ello contribuyeron a la enfermedad y muerte de cientos de miles de personas.
La diferencia entre los sicópatas comunes y los psicópatas de cuello blanco al servicio de las corporaciones está en que los primeros, con un buen sistema judicial, suelen ir a la cárcel y suelen tener un número específico de víctimas, y en el segundo caso, no suelen ser castigados y sus víctimas pueden contarse por miles, decenas de miles o cientos de miles.
Tanto los sicópatas individuales como los psicópatas de cuello blanco de las corporaciones tienen en común los rasgos que definen esta enfermedad: incapacidad de ver desde el punto de vista de otras personas, ausencia de empatía, necesidad de satisfacción personal sin importar el daño a otros, necesidad de ejercer control, de tener el poder.
Las grandes corporaciones actúan, generalmente, bajo las características del sicópata. No se trata sólo de envenenar, se trata de la lógica inexorable de sacar el mayor beneficio sin importar los efectos: explotación laboral, contaminación y destrucción ambiental, daños a la salud. Esta práctica se expresa en las acciones de las entidades financieras que han dejado en la calle a cientos de miles de personas al perder sus propiedades por el incremento acelerado y desmedido de intereses, hasta las consecuencias de bloquear políticas para enfrentar el cambio climático, como lo hicieron durante decenios las petroleras y sus aliadas, provocando la agudización del cambio climático que ha provocado migraciones de millones de personas y comienza a generar crisis de acceso a agua y alimentos en varias regiones del mundo.
Existe una literatura extensa documental que reporta muchos ejemplos de las prácticas de las corporaciones generando estrategias sofisticadas para poner en duda la evidencia científica sobre los daños de sus productos y sus prácticas.
Merchants of Doubt (Mercaderes de la Duda) escrito en 2010 por los historiadores de la ciencia Naomi Oreskes y Erik M. Conway, analiza las similitudes existentes en los argumentos de muy diversas corporaciones para negar los daños que generan desde la industria del tabaco, la de energía, la productora de clorofluorocarbonos, etcétera.
Los daños generados por diversas prácticas productivas se han venido convirtiendo en las mayores amenazas que enfrenta la humanidad, desde la contaminación química con disruptores endocrinos con efectos mutagénicos y cancerígenos presentes ya en las cadenas alimentarias, hasta el aumento de las concentraciones de gases de efecto invernadero provocando el calentamiento global del planeta. Durante decenios, estos daños fueron negados por la industria química y las grandes petroleras, negando su existencia o señalando que la causa era otra.
La catástrofe civilizatoria que enfrentamos como especie no es extraña en la historia de la humanidad. Jared Diamond en su libro Colapso se pregunta por qué unas sociedades han sido exitosas y otras han fracasado. Las sociedades que desaparecieron que menciona Diamond, se encontraban limitadas geográficamente, algunas llegaron a ser grandes civilizaciones, imperios que lograron dominar amplias regiones del planeta. Al desaparecer había otras sociedades, otras civilizaciones. Sin embargo, ninguna había tenido como territorio a todo el orbe y su crisis pone en peligro la sobrevivencia de la especie.
La capacidad de tomar consciencia sobre la amenaza que enfrenta una civilización y el poder actuar para evitar una catástrofe es lo que permite a una civilización sobrevivir. Para ello se requiere una verdadera democracia en el sentido de que lo que guíe el actuar sea el interés colectivo, algo muy lejos de las democracias actuales sometidas a los intereses de los grandes poderes económicos. Supuestas democracias confinadas a elecciones electorales cada dos o tres años..
Mientras los daños provocados por los sicópatas de cuello blanco, ya sean de corporaciones o gobiernos, no sean juzgados y castigados, continuara la impunidad de la que habla Tom Hartman, permaneceremos como espectadores de la destrucción.
Hay esperanzas, algo comienza a hacerse al respecto, va aumentando la vigilancia sobre estos poderes económicos y las acciones para frenar sus impactos, defendiendo los intereses colectivos. Surge una demanda efectiva de procesos democráticos y la lucha contra el conflicto de interés y la interferencia de los poderes económicos en la definición de la política pública. Las corporaciones han llegado a excesos nunca antes vistos de concentración del poder económico, al mismo tiempo que surge la consciencia del daño que esto está provocando. La humanidad como especie se encuentra en este umbral.
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