Jorge Alberto Gudiño Hernández
01/01/2022 - 12:05 am
Don’t look up
Me queda claro que no existen métodos cuantitativos para evaluar la calidad de un texto literario. Por más que busquemos, no hay cómo dar con un procedimiento que permita asignar una calificación a determinada obra. Eso no significa, empero, que no existan parámetros para evaluarla. Es la labor de dictaminadores, de académicos, de jurados y […]
Me queda claro que no existen métodos cuantitativos para evaluar la calidad de un texto literario. Por más que busquemos, no hay cómo dar con un procedimiento que permita asignar una calificación a determinada obra. Eso no significa, empero, que no existan parámetros para evaluarla. Es la labor de dictaminadores, de académicos, de jurados y de lectores de muchos tipos discriminar entre diferentes libros, cuentos o poemas para distinguir cuáles son mejores que otros. Si bien siempre hay cabida para discusiones, argumentos y disensos, esto enriquece la conversación en tanto permite abarcar los diferentes puntos de vista. A fin de cuentas, lo que queda claro, es que la subjetividad está siempre presente a la hora de echar a andar estos ejercicios de evaluación.
En algunas de las materias que he impartido durante algunos años, parto de esta idea en tanto mis alumnos (al menos al principio del curso) aún no cuentan con las herramientas de análisis que permitan un acercamiento más formal. Entonces, durante la primera de las discusiones respecto a un texto determinado, suelo partir con la más elemental de las preguntas: ¿les gustó?, y me sigo con otra que me interesa un poco más: ¿por qué?
Tanto cuando discutimos de libros publicados como cuando lo hacemos sobre los trabajos que se generan en el grupo, hago hincapié en una regla que me parece fundamental: estamos hablando de la obra, no de las personas. De un libro o del cuento de un compañero pueden decir lo que sea (de preferencia con argumentos) pero no de las personas. Si discrepamos, enhorabuena, se puede refutar una aseveración pero no maltratar a la persona. Es decir: nos concentramos en hablar de nuestro objeto de estudio.
Cuando llego a repetir libros con dos o más grupos o en semestres diferentes, me llama la atención que no suele haber consensos. Hay veces que una lectura les encanta y otras en que, a diez metros y dos horas de distancia, la detestan. Es algo que celebro. Prefiero, por mucho, comentarios contrastantes que la homogeneidad de las opiniones. No sólo porque eso permite acceder a lecturas diferentes de la obra en turno sino porque también se aprende mucho de las personas que las emiten. Tan es así, que prefiero no dar mis opiniones sino hasta el final, para no sesgar los comentarios de mis alumnos.
Hace algunas semanas se estrenó Don’t look up en Netflix. No me llamó la atención que en las redes sociales algunos aplaudieran la película mientras otros la denostaban. De eso se trata: de tener opiniones propias. Sin embargo, conforme se acumulaban los comentarios y los días, empezaron a llegar los ataques entre los dos bandos. Ataques no contra las opiniones sino contra las personas. Ataques que se volvían agresivos y que, a los pocos intercambios, ya nada tenían que ver con la película.
No sé bien por qué sucede esto. Queda claro que interesa más señalar nuestras diferencias y lanzar mandobles en consecuencia que tener una charla tranquila sobre la película. Incluso llegué a imaginar lo que pasaría si dos adolescentes recién enamorados o en franco proceso de flirteo van al cine y, al salir de la sala, uno de ellos le pregunta al otro: “¿te gustó?” y la respuesta no concuerda con las opiniones del interrogador. Hecatombe. Toda una vida en común se va a la basura porque fueron incapaces de discutir sobre una película y acabaron ridiculizándose el uno al otro o exhibiendo sus defectos en la explanada a las afueras del lugar. De seguir por ese rumbo, el algoritmo habrá ganado: sólo ofrecera contenidos con la garantía de que lo disfrutarán los dos integrantes del matrimonio recién formado.
La verdad es que, cuando vi la película, me la pasé bien aunque no creo que sea una maravilla. No ahondo más para poder discutirlo en forma con quien tenga ocasión de hacerlo. Preferiré, sin duda, no estar de acuerdo con mi interlocutor y, sin embargo, estoy casi seguro de que no terminaremos insultándonos por nuestras diferencias. Sólo algo más: así como en la película podría sustituirse el asunto del asteroide por la COVID, en el centro de la discusión, podríamos dejar de hablar de un libro, una serie o cualquier otra cosa partiendo del mismo acuerdo: discutimos sobre los temas, no sobre las personas. Lo acepto: eso sí suena a deseo de año nuevo.
Hablando de eso, ésta es la primera de mis colaboraciones de este año en el que espero, nos vaya mejor que en el anterior. Aunque sea un poco.
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