Susan Crowley
03/12/2021 - 12:03 am
El Inquisidor del Anáhuac
La historia es una disciplina que estudia los hechos del pasado, que muy probablemente se modifiquen con el tiempo.
La Barca de los Esclavos es una obra del artista William Turner. Pertenece al período romántico inglés. En ella se narran los espeluznantes acontecimientos que se llevaron a cabo en una nave que se trasladaba del Caribe a Inglaterra cargada de esclavos y en la que se decidió exterminar a una buena cantidad de ellos. Existen varias versiones, una es que se acabó el agua y hubo que recortar a la tripulación, comenzando por mujeres y niños. La otra cuenta cómo el comercio de esclavos fracasó y entre regresarlos a América o llevarlos a Inglaterra, se decidió exterminarlos; una especie de masacre, con tiburones y un mar teñido de rojo, quedó registrada en una gaceta londinense. Al leerla, el joven Turner, que ya daba ciertos visos de haber heredado una enfermedad mental, se horrorizó. Procedió a contarla a través de la pintura. Poco después su locura se desató. Como miembro favorito de la Academia, fue cuestionado e incluso expulsado. Una de las críticas: “el arte es para conmemorar la belleza”. Hoy en día pocos saben de ese y tantos otros sanguinarios acontecimientos del rapaz imperio inglés. Pero, a través de su obra, Turner hace un ajuste de cuentas y logra una redención para las víctimas.
Conforme la historia transcurre, “los datos duros”, como los llamamos para asegurarnos de que son los buenos, varían según las interpretaciones. Por lo general, la historia la escriben los vencedores, dice Walter Benjamin. Sin embargo, basta contemplar la obra de Turner para saber la verdad más allá de lo temporal, de los datos y de las interpretaciones subjetivas.
La historia es una disciplina que estudia los hechos del pasado, que muy probablemente se modifiquen con el tiempo. En manos de un artista, esos hechos serán plasmados con toda la honestidad posible. Poner a Napoleón en manos de Tolstoi o a Adriano en las de Yourcenar, nos permite saber más y confiar más. El compromiso del artista, en este caso el novelista histórico, es saber contar revitalizando los acontecimientos reales.
Esto ocurre con Enrique Barón Crespo y su novela El Inquisidor del Anáhuac, editada por la Universidad Autónoma de México. Con un talento excepcional, Barón logra ficcionar a partir de un personaje fascinante. Fray Servando de Villafranca es un atractivo dominico que a pesar de su juventud es sabio, ejemplo de humanismo en medio de los terribles años de la Inquisición de España y de América. Una peculiaridad que lo describe es que siempre lleva bajo el brazo el sermón de Antonio de Montesinos, en el que por primera vez se denuncia la explotación de los indios.
Acompañado de Juanillo, una especie de Sancho simpático y lleno de habilidades, recibe la comisión de conducir los destinos de aquellos infieles, “marranos” que deberán ser juzgados por el Santo Oficio en la Nueva España. Pero fray Servando tiene una fractura interior. En él anida Gabino, un gallardo guerrero que reprime sus pasiones y que se debate entre las armas y el amor a Dios.
La lucha interna de Servando- Gabino tiene como entorno la atmósfera de la España de Felipe IV, un Madrid agitado por los trágicos Autos de Fe y la opresiva a la vez que teatral Sevilla, una verdadera Babel, en su máximo esplendor. Y luego la peligrosa travesía que se convierte por momentos en un páramo en medio del mar y en la que Gabino domina a Servando y vive las tentaciones de la carne. Resulta deliciosa la descripción del arribo a “un mundo de colores, sabores y olores nuevos e inesperados con una abigarrada y variopinta muchedumbre de todas las castas: blancos, negros, indios, mestizos, mulatos, y como le fueron explicando, cuarterones, torna atrás, moriscos, tente en el aire, cambujos, barcinos, lobos, alvarasados, chamizos y coyotes”. El otro gran viaje es a través del México Virreinal; desde Veracruz, con un letal ataque de insectos, hasta Monterrey y la belleza de Oaxaca y Chiapas. Para la sorpresa de Fray Servando, uno de los máximos pecados a perseguir es el consumo del peyote, mientras unos y otros anfitriones lo ponen al día sobre despilfarros, corrupción y expoliación de los españoles en nuestras tierras.
Y es aquí, donde Barón divide la tensión de la novela. Por un lado, una Europa convulsa que redefine sus territorios a partir de la Guerra de los treinta años, los conflictos eternos entre España y Portugal, las persecuciones y la red que los judíos tejieron con flujos de dinero que lo movían todo, hasta los acuerdos y tratados de paz. Por el otro lado, el surgimiento de una nación, la nuestra, cuyo mestizaje vino a complicar las cosas.
Todo este entorno histórico es delicadamente entretejido por Barón y las cavilaciones del personaje de espíritu fragmentado. Fray Servando es una especie de Fray Bartolomé de las Casas, busca la evangelización en la que se exige un trato más justo para los indígenas, lucha que deviene incompatible con los deseos de dominio español.
Conforme avanzan los preparativos para uno de los más terribles Autos de Fe en América, y las denuncias en contra de los perseguidos de ser judaizantes, llevan a unos y otros a traicionarse debido al pánico que generan los interrogatorios cargados de acusaciones inverosímiles, la decepción del fraile lo convierte en un crítico de su época. Así es como, de la mano de Servando que trata de reprimir a un Gabino cada vez más rebelde, entramos al infierno de las cárceles y calabozos, a los sitios de tortura, a los confesionarios en los que se ocultan las pasiones, los pecados, lo prohibido. La grieta que atormenta a Servando-Gabino se convierte en un desafío; quedarse dentro de la institución que opera con una injustica ignominiosa o escapar e iniciar una nueva vida. Eso lo descubrirá el lector de la mano de Enrique Barón Crespo.
Solo a través del arte se puede transfigurar la realidad en verdad, cargarla de sentido y animarla. Es con la sensibilidad, no la sensiblería, con la habilidad de un buen narrador, como podemos llegar a imaginar y sentir el pasado. La majestuosidad de nuestra geografía, la diversidad de nuestra cultura, la riqueza de esa urdimbre que se creó con el mestizaje, única, irrepetible que constituye lo que hoy somos y lo que fuimos alguna vez. El Inquisidor del Anáhuac es, no solo una obra increíblemente bien escrita, es también una retribución a lo que nos fue arrancado, a la injusticia que vivieron tantos y que es parte de nuestra historia.
@Suscrowley
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