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Secuelas: ¿Cuáles son los síntomas que más persisten en la COVID prolongada?

30/11/2021 - 12:39 pm

Desde comienzos de la pandemia, la COVID ha ido dejando huella en algunos de los enfermos, especialmente en aquellos que sufren las secuelas a más largo plazo.

Madrid, 30 de noviembre (Europa Press).- Muchos pacientes con COVID-19 prolongada padecen el síndrome de fatiga crónica y otros problemas respiratorios meses después de su diagnóstico inicial, según un estudio publicado en JACC: Heart Failure, el primero de este tipo en identificar una correlación entre ambas patologías.

El síndrome de fatiga crónica es una afección médica que suele aparecer tras una infección vírica y que provoca fiebre, dolor y cansancio prolongado y depresión. Muchos pacientes con COVID-19, algunos de los cuales nunca fueron hospitalizados, han informado de síntomas persistentes después de recuperarse de su diagnóstico inicial de COVID-19.

Estos pacientes tienen PASC (Secuelas Post-Agudas de la Infección por SARS-CoV-2), pero son más comúnmente denominados «de largo recorrido». La fatiga severa, las dificultades cognitivas, el sueño no reparador y la mialgia (dolores musculares) se han considerado los principales síntomas de los pacientes con PASC, lo que es similar a lo que los investigadores observaron tras la epidemia de SARS-CoV-1 de 2005, donde el 27 por ciento de los pacientes cumplían los criterios de encefalomielitis miálgica/síndrome de fatiga crónica (EM/SFC) después de cuatro años.

En este estudio, los investigadores analizaron a 41 pacientes (23 mujeres y 18 hombres) con un rango de edad de 23 a 69 años. Los pacientes fueron remitidos al estudio prospectivo por neumólogos o cardiólogos y todos tenían pruebas de función pulmonar, radiografías de tórax, TAC de tórax y ecocardiogramas normales.

El síndrome de fatiga crónica es una afección médica que suele aparecer tras una infección vírica y que provoca fiebre, dolor y cansancio prolongado y depresión. Foto: Waltraud Grubitzsch/dpa vía AP

A los pacientes se les había diagnosticado previamente una infección aguda por COVID-19 durante un periodo de entre tres y 15 meses antes de someterse a la prueba de esfuerzo cardiopulmonar (CPET) y seguían experimentando una falta de aire inexplicable.

«La recuperación de la infección aguda por COVID puede estar asociada a un daño orgánico residual –afirma la doctora Donna M. Mancini, profesora del departamento de cardiología de la Facultad de Medicina Icahn de Mount Sinai y autora principal del estudio–. Muchos de estos pacientes informaron de falta de aire, y la prueba de ejercicio cardiopulmonar se utiliza a menudo para determinar su causa subyacente».

Añade que «los resultados de la prueba de ejercicio cardiopulmonar demuestran varias anomalías, como la reducción de la capacidad de ejercicio, la respuesta ventilatoria excesiva y los patrones respiratorios anormales, que afectarían a sus actividades normales de la vida diaria».

Antes de hacer ejercicio, los pacientes se sometieron a entrevistas para evaluar si tenían ME/CFS. Se les pidió que estimaran en qué medida en los seis meses anteriores la fatiga había reducido su actividad en el trabajo, en su vida personal y/o en la escuela; y con qué frecuencia habían experimentado dolor de garganta, sensibilidad en los ganglios linfáticos, dolor de cabeza, dolores musculares, rigidez articular, sueño no reparador, dificultad para concentrarse o empeoramiento de los síntomas tras un esfuerzo leve.

Se consideraba que el EM/SFC estaba presente si al menos uno de los primeros criterios se calificaba como afectado de forma sustancial y al menos cuatro síntomas de los segundos criterios se calificaban como moderados o mayores. Casi la mitad (46 por ciento) de los pacientes cumplían los criterios de EM/SFC.

«La recuperación de la infección aguda por COVID puede estar asociada a un daño orgánico residual» –afirma la doctora Donna M. Mancini, profesora del departamento de cardiología de la Facultad de Medicina Icahn de Mount Sinai y autora principal del estudio. Foto: Emilio Morenatti, AP

Los pacientes, mientras estaban conectados a un electrocardiograma, un pulsioxímetro y un manguito de presión arterial, estaban sentados en una bicicleta fija y utilizaban una boquilla desechable para medir los gases expirados y otros parámetros ventilatorios. Tras un breve periodo de descanso, los pacientes comenzaron a realizar ejercicios cuya dificultad aumentaba en 25 volts cada tres minutos. Se midió el consumo máximo de oxígeno (VO2), la producción de CO2 y la frecuencia ventilatoria, así como el volumen.

Casi todos los pacientes (88 por ciento) mostraban patrones respiratorios anormales denominados respiración disfuncional. La respiración disfuncional se observa con mayor frecuencia en los pacientes asmáticos y se define como una respiración rápida y superficial.

Los pacientes también presentaban valores bajos de CO2 en reposo y con el ejercicio, lo que sugiere una hiperventilación crónica. Además, la mayoría de los pacientes (58 por ciento) presentaban evidencias de deterioro circulatorio para el rendimiento máximo del ejercicio, ya sea por disfunción cardíaca y/o perfusión pulmonar o periférica anormal.

«Estos hallazgos sugieren que en un subgrupo de pacientes de larga duración, la hiperventilación y/o la respiración disfuncional pueden ser la base de sus síntomas. Esto es importante, ya que estas anomalías pueden abordarse con ejercicios de respiración o ‘reentrenamiento'», apunta Mancini.

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